Nadie dirá que no estaba advertido de lo que pergeñabas Vladimir Putin: lo primero que hace cualquier dictadorzuelo es poner sus joyas a salvo antes de lanzar una agresión. El pasado 8 de febrero, el Graceful, yate del señor del Kremlin de 82 metros y por valor de más de 100 millones de Euros, abandonaba sorpresivamente los astilleros alemanes de Blohm & Voss con destino al Báltico ruso en Kaliningrado.
24 de febrero de 2022, las tropas de la Federación Rusa lanzaron hace unas horas un ataque coordinado desde varios frentes contra Ucrania, apoyado por su títere bielorruso Lukashenko.
Llegó, tenía que llegar, el día en que un oscuro ex agente del KGB investido de todo el poder de presidente de la Federación Rusa ordenara la invasión y el comienzo de hostilidades contra un país vecino y democrático como Ucrania. Usando excusas tan rancias y burdas como las que se usaron en los años de entreguerras del Siglo XX para testar la determinación de las democracias occidentales ante la embestida de otro sátrapa depredador y sin escrúpulos.
Con actitud chulesca y evidente afán chantajista el ex presidente ruso Medveded avisaba esta semana a los europeos: “Bienvenidos al gas a 2.000 Euros”
No hay duda de que el patético mariposeo de Macron y Scholz estos días le confirmó la conclusión que cualquier autócrata ya habría alcanzado: Occidente no tiene la espina dorsal para salir en defensa de democracias amenazadas. Ni siquiera, probablemente, para defenderse ellas mismas.
También llegó ese día en el futuro en el que Rusia pondría en valor la inversión que desde los años 60 hizo en la promoción de los movimientos verdes y contra la energía nuclear en Alemania. Con actitud chulesca y evidente afán chantajista el ex presidente ruso Medveded avisaba esta semana a los europeos: “Bienvenidos al gas a 2.000 Euros”. Rusia, mientras, se pavonea de sus activos en el establishment germano: el ex canciller Gerhard Schroeder fue sumado al consejo de la gasista estatal rusa Gazprom este mismo febrero (ya formaba parte con anterioridad del consejo del gigante estatal petrolífero ruso Rosneft).
Los modos nos retrotraen también a la Guerra Fría: tras un lamentable teatro televisado de su Consejo de Seguridad Nacional, el miércoles Putin nos sometió a una perorata de una hora. En ella mezclaba la borrachera de soberbia del nacionalismo ruso, la narrativa que reinterpreta la historia de la región, el lloriqueo nostálgico sobre los buenos viejos tiempos de la Unión Soviética y los agravios victimistas de quien inventa amenazas y contubernios para justificar ante su barra brava un acto criminal. Al final, el discurso de Putin llegó a su conclusión: la desaparición de la Unión Soviética, su partición en estados soberanos, fue un error de la historia.
En la cabeza del Presidente ruso, esos estados no son legítimos. Escondido tras una grosera excusa, igualmente ilegal, de reconocimiento y protección de partes separatistas ya ocupadas por Rusia de las provincias ucranianas de Lugansk y Donetsk, Putin evidenció que cualquier acuerdo firmado por Rusia, como los de Minsk, es papel mojado. Y, fundamentalmente, lanzó un mensaje inequívoco: el órdago alcanza la mera existencia de Ucrania como estado soberano, de las naciones bálticas de la UE, de Georgia...
La otra excusa, la agresiva expansión de la OTAN hasta las fronteras rusas, se muestra ahora en su más evidente contradicción: por supuesto que Ucrania, como Georgia, estaba justificada para considerar la conveniencia de adherirse a la alianza atlántica ante el expansionismo ruso. Y lógico que éste se revolviera ante la posibilidad de que las naciones occidentales ofrecieran su paraguas defensivo a estas democracias europeas.
Para añadir sal a la herida, Putin se cebó con el sarcasmo al que sólo un matón sin contestación se atreve: la operación tiene también la finalidad de “desnazificar” Ucrania. Desnazificar una república con un presidente judío.
La conclusión que cualquier otra nación amenazada puede derivar es que el multilateralismo no estará ahí para defenderlas. Polonia, Hungría, Eslovaquia, Bulgaria y Rumania, además de las naciones bálticas y Finlandia, deben colegir que se tendrán que defender por sí mismas. Por no hablar de países como Israel. Por el memorándum de Budapest del 94 EEUU, el Reino Unido y Rusia garantizaban la integridad territorial de Ucrania a cambio de la cesión de su arsenal nuclear. El mensaje que le llega hoy al Estado Hebreo es que está solo. Nadie vendrá en su ayuda. Debe atacar Irán antes de que culmine su nuclearización y alcance la capacidad disuasiva que hoy ejerce Rusia frente a cualquier respuesta. Por si mismo, antes de que sea demasiado tarde. Sin pedir permiso a nadie.
No es cuestión de “buenos y malos”. Rusia y Ucrania tienen ambos un pasado turbulento y con episodios nada ejemplares. Pero hace dos meses estuve en Ucrania y comprobé la diferencia entre ambos países hoy: Ucrania es una democracia vibrante. Los ucranianos disfrutan de libertades que en el régimen represivo ruso sus ciudadanos sólo pueden soñar. Por eso hoy el mundo es un lugar mucho más peligroso: porque las fuerzas de la oscuridad han lanzado un pulso al mundo libre que piensan que pueden vencer. Cualquiera que sea el resultado, las consecuencias serán dolorosas.
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