Opinión

Una cuestión de fe

En este tiempo de iglesias reconvertidas en restaurantes de diseño,  los huérfanos de Dios han encontrado su propia religión; con su pecado original —el Cambio Climático— y su libro sagrado: la Agenda 2030

Murió en la cruz para redimirnos a todos, y sobre él se levantó una gran religión. ¿Sucedió en realidad o, como me dijo un amigo ayer, sólo es una ficción? No creo que eso importe; la fe ni se explica ni necesita evidencias tangibles: se siente o no se siente. Y es tan inherente al ser humano que han tenido que inventar una nueva. En este tiempo de iglesias reconvertidas en restaurantes de diseño,  los huérfanos de Dios han encontrado su propia religión; con su pecado original —el Cambio Climático— y su libro sagrado: la Agenda 2030, Evangelio según Margallo. Al fin, quienes estaban solos pueden hermanarse con sus iguales y ganar el paraíso haciendo buenas obras, ya sea ir en bici o comprarse un coche eléctrico. 

La fe une a los hombres y trasciende la familia y la nación, lo saben muy bien judíos y musulmanes. Los primeros porque, además del Pueblo Elegido, han sido también el pueblo perseguido. Y los segundos, porque el afán expansionista está en el ADN del islam;  a fin de cuentas, Mahoma fue un líder militar. Ya lo advirtió Houari Boumedienne en su discurso de 1974 ante la ONU: "Un día millones de hombres abandonarán el Hemisferio Sur para irrumpir en el Hemisferio Norte. Y no lo harán precisamente como amigos. Porque comparecerán para conquistarlo. Y lo conquistarán poblándolo con sus hijos. Será el vientre de nuestras mujeres el que nos dé la victoria".

Además, Dios ya no nos parece necesario. Quizá se necesitara un Joven Papa para que los templos volvieran a llenarse. O, cuando menos, otro Camilo Sesto

Medio siglo después, sus palabras están resultando proféticas. Aunque, probablemente, no calculó que el bando cristiano no se presentaría a la batalla, ni que acabaríamos subvencionando los vientres de sus mujeres mientras compramos abriguitos para nuestros perros. Ya no tenemos hijos, y la mayoría de la gente que se casa por la Iglesia lo hace porque la ceremonia resulta más bonita que la burocracia del juzgado. Muchos de nosotros fuimos bautizados por costumbre o por imperativo social, incluso estudiamos en colegios religiosos —yo guardo un gran recuerdo de mis josefinas—, pero al salir al mundo nos fuimos alejando de iglesias y curas, que ya entonces parecían cosa de viejas. Además, Dios ya no nos parece necesario. Quizá se necesitara un Joven Papa para que los templos volvieran a llenarse. O, cuando menos, otro Camilo Sesto.

Y al tiempo que le damos la espalda a la religión de nuestros ancestros, el islam sigue colonizando Europa, y no me refiero sólo a la UE.  Miremos, por ejemplo, el Reino Unido. En 2016 conocimos al primer alcalde musulmán de Londres, y estas semanas hemos visto ascender a Ministro Principal de Escocia a Humfa Yousaz —de origen pakistaní —, del que ya hay fotografías en las que está rezando. Nosotros nos avergonzamos de nuestros orígenes, pero los musulmanes no sólo no ocultan los suyos, sino que tampoco desaprovechan la ocasión de demostrar la fortaleza de su fe. Y hacen bien, porque mientras Europa se distrae con el sexo de los ángeles —¿cuántos géneros contabilizamos ya?—, ellos hacen comunidad. Así, este año, en el que Semana Santa y Ramadán han coincidido, han celebrado el Iftar —la cena con la que rompen el ayuno— en la Catedral de Manchester

El evento lo promueve Ramadan Tent Project, una organización musulmana de vocación proselitista fundada por Omar Salha, en cuyo consejo asesor no podía faltar un británico de pura cepa, casualmente, director de UK Welcome Refugees. Todo empezó en el 2013, cuando a Omar se le ocurrió poner una carpa para invitar al Iftar a los estudiantes extranjeros que no tuvieran donde celebrarlo: “¿El propósito? Proporcionar un hogar lejos del hogar, fortalecer los lazos comunitarios y encarnar la belleza del Islam”. Desde aquel día no han parado de crecer; ya no son una simple cena, ahora son un festival. Y yo no niego la belleza del islam, pero el sometimiento de la mujer en él no es para mí ni casa mucho con el modo de vida occidental.

Un treintañero me explicó que no será padre porque tener hijos es “egoísta con el planeta”. Parece que la nueva fe promociona la renuncia voluntaria de sus fieles a reproducirse

La nueva religión para descreídos tampoco me convence ni creo que vaya a servir como barrera de contención, todo lo contrario. El otro día, un treintañero me explicó que no será padre porque tener hijos es “egoísta con el planeta”. Parece que la nueva fe promociona la renuncia voluntaria de sus fieles a reproducirse; nada de "creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla" . No, no me cae bien ese Dios que te convence de la bondad de que tu estirpe acabe en ti. Además, los verdaderos creyentes no alcanzarán el paraíso hasta que su dieta no se base en la carne, sino en las cucarachas. Casi que prefiero el potaje de vigilia.  

“Usaremos vuestra democracia para acabar con vuestra democracia”, dijo hace años el portavoz de Bin Laden en Europa antes de que lo expulsaran de Londonistán. Y cuando me he tropezado con estas  “damitas legionarias” del colegio Divino Pastor —que seguramente será un colegio superfacha— escenificando la procesión del Cristo de la Buena Muerte, he pensado sin querer que quizá a la fe no se la pueda contener con leyes y política, sino sólo con más fe. Y que, tal vez, mantener vivas nuestras tradiciones ayude a nuestra supervivencia.                         

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