El panorama político resulta decepcionante y desmoralizador para una enorme cantidad de ciudadanos españoles. No es solo que no están (no estamos) de acuerdo con el comportamiento habitual de los políticos que nos representan (particularmente, que antepongan sus intereses partidarios a los intereses de España o que nos traten como si fuéramos adolescentes) sino que no gustan las ideas que defienden. O que gustan estas y aquellas otras pero no se ofrecen todas conjuntamente. Y que otras bastantes no las defienda nadie. Son los llamados huérfanos políticos, que siempre los hubo, pero que, aunque muchos de ellos pudieron dejar de serlo al albur del surgimiento de los partidos nuevos y una incipiente nueva forma de hacer política, hoy ya han vuelto a la casilla donde se encontraban y, además, doblemente insatisfechos, decepcionados y frustrados. Y es que ni todo lo bueno era nuevo ni todo lo nuevo era bueno.
Estos huérfanos políticos de los que hablo no aceptan que la izquierda haya asumido gran parte del discurso y no pocas ideas del nacionalismo. Creen que la alianza entre izquierda y nacionalismo es una contradicción en los términos, dado que la izquierda es el universalismo, la igualdad y la defensa del interés general… y el nacionalismo es el levantamiento de fronteras, la desigualdad y los privilegios particulares para unos pocos a costa del resto. Es decir, el qué hay de lo mío, mejor lo propio que lo óptimo, o lo mío es mío y lo tuyo de los dos. Abominan de toda clase de populismo, sea este de izquierdas o de derechas, y creen que no pueden traer nada bueno. Rechazan el enfrentamiento artificial y gratuito entre españoles, más allá de las diferencias ideológicas que existan, puesto que, como miembros de una misma comunidad política, compartimos intereses comunes. Y entienden que existe otra forma de hacer política, contundente cuando sea necesario pero siempre con argumentos y respetuosa con el adversario, con el que conviene llegar a acuerdos por el bien de todos y a quien no tildan de “enemigo”.
Ya no se trata de mejorar lo presente y realmente existente sino de dar una oportunidad a opciones nuevas y alternativas a lo que ya existe o hemos conocido. Esas que ofrecen soluciones distintas a problemas viejos. Y el think thank denominado El Jacobino y liderado por Guillermo del Valle representa aquello que al menos puede levantar el ánimo a millones de ciudadanos españoles y, más pronto que tarde, ofrecerles una opción de izquierda decente en las urnas. Ellos saben mi opinión: es cuestión de tiempo que así sea.
Llegan con los deberes hechos: saben los errores cometidos, las reformas que deben impulsarse y las medidas que deben ponerse en marcha para mejorar la vida de los ciudadanos españoles
El Jacobino es izquierda republicana, racionalista, materialista, laica y centralista. Son jóvenes con principios, ideas claras, voluntad de servicio público, ambición suficiente y buenas ideas. Se preocupan por los ciudadanos más desfavorecidos y por los trabajadores: afirman con razón que a estos les unen más sus condiciones materiales que su ubicación geográfica, y que el desempleo, la precariedad o la temporalidad laboral son sus verdaderos problemas. Y llegan con los deberes hechos: saben los errores cometidos, las reformas que deben impulsarse y las medidas que deben ponerse en marcha para mejorar la vida de los ciudadanos españoles. Es seguro que no gustarán a todos pero no hay problema en ello: no aspiran a convertirse en partido único. Y es probable que no gusten todas sus ideas a algunos de sus partidarios pero tampoco es grave: no son sectarios y asumen la crítica interna y externa… y la rebaten con argumentos cuando procede. Incluso son capaces de reconocer los aciertos del adversario; y esto sí que es revolucionario.
Su ubicación en cuestiones sociales a la izquierda de Podemos o su propuesta centralizadora pueden sembrar dudas en quienes se sitúan en el centro del tablero político o en aquellos que consideran que reformar el Estado Autonómico es inviable e incluso inconveniente… pero su propuesta de devolver competencias al Estado parece razonable y podría al menos significar poner pie en pared a la desmembración paulatina de España y hacer de contrapeso a quienes quieren romperla. Después de tanto descentralizar, parece razonable probar el proceso inverso. Por lo demás, se muestran contrarios a las políticas de cancelación, a las políticas de imposición lingüística y a los privilegios forales. Defienden la libertad no para que prime la ley de la selva capitalista sino para que cada cual pueda ser lo que quiera sin que tenga que dar mayores explicaciones. No apelan al corazón (aunque les sobre) sino a la razón y al argumentario político razonado. Defienden políticas medioambientales razonables y un feminismo exigente pero sensato. Defienden la igualdad frente a la identidad. Defienden el bien común y el interés general. Son progresistas en el sentido más profundo del término.
Es bueno que existan distintas opciones electorales decentes a izquierda y derecha del arco parlamentario y que los ciudadanos se sientan representados cada uno en la suya. Pero es un drama que haya millones que lleven tiempo sin ver la suya, particularmente en la izquierda. No hay que limitar la oferta sino ampliarla para mejorarla. Hay espacio suficiente. Y ciudadanos huérfanos que quieren dejar de serlo.
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