La población juvenil mengua en España. Si los jóvenes entre 16 y 29 años suponían el 23,5% del total de la población española de 1995, ahora está reducido al 14,5%, superada con creces por la población de 65 o más años. Lo que, a su vez, anuncia un declive demográfico y envejecimiento de la población de extraordinaria importancia; o peor, ya estamos en él.
Cuando más del 50% de los jóvenes responden que no se plantean tener hijos por razones de inestabilidad e incertidumbre laboral, de falta de perspectivas netas, ese declive demográfico está servido. Siendo España uno de los países de menor tasa de natalidad de Europa, con una media de fecundidad por mujer de 1,1 hijo, es decir, prácticamente la mitad de lo que se necesita para garantizar el relevo poblacional (2,1 hijos por mujer). Y todo ello con una tasa de nacimientos que ha caído casi un 28% en los últimos diez años.
Súmese a ello que la tasa de desempleo en los menores de 25 años asciende al 27%, lo que supone más que duplicar la tasa general. Añádase que, en las encuestas, más del 60% de la población joven expresa su temor a no disponer en su día de una pensión; y más del 50% indica que no se ve en condiciones económicas de adquirir una vivienda, viendo que, mientras tanto, el precio de la vivienda no cesa de encarecerse.
Agréguese que la edad de la emancipación del hogar familiar es una de las más altas, y a su vez más tardías, de Europa (sólo un tercio reside fuera de su hogar familiar al terminar su ciclo de formación, cuando en 1977 ascendía al 58%). Por su parte, los jóvenes alcanzan la media de cotización a la Seguridad Social 7 años más tarde que lo hacían sus padres. Todo lo cual da medida de que el joven que se incorpora a un trabajo tiene unos ingresos ciertamente bajos, con elevadas tasas de trabajo a tiempo parcial y de temporalidad.
Ya llevamos descrito un escenario alarmante en que se avizora el riesgo evidente de que toda una generación de jóvenes se está quedando atrás, excluida por el sistema.
Añádase a ello que, según el Instituto Nacional de Estadística, en 2022 –último dato conocido–, más de 530.000 personas abandonaron el país. Medio millón de españoles obligados a emigrar, jóvenes en busca de mejores opciones profesionales y una promoción de sus oportunidades laborales. Tal vez, muchos de ellos vuelvan al paso de los años, pero, entre tanto, es evidente que se trata de una espectacular fuga de talentos. Nacidos en España, formados en España, se ven obligados a emigrar a otros países en busca de oportunidades profesionales que en España no encuentran. Y así, se calcula que en ese año 2022 se perdieron más de 150.000 millones de euros de riqueza por razón de esa pérdida de capital humano.
Si la desigualdad crece, si los jóvenes se desenganchan, si se pierde tamaño capital humano en emigraciones, son los hilos de la convivencia los que acaban pudriéndose
Un país que se desindustrializa, que se terciariza en el sector servicios, con bajos sueldos, con empleos precarios y alta temporalidad, es un país que se desertiza paulatinamente.
Sí, hoy, en contra de nuestro pasado crecientemente lejano, los jóvenes viven peor que sus padres. Es una generación que se va quedando paulatinamente atrás: menos sueldos, menos posibilidades profesionales, menos y más tardía emancipación, dan la medida de ese quedarse atrás.
Es lo último que España se puede permitir, contemplar cómo esos millones de conciudadanos jóvenes observan que el ascensor social se ha averiado, y que sus oportunidades son decrecientes. Porque si la desigualdad crece, si los jóvenes se desenganchan, si se pierde tamaño capital humano en emigraciones, son los hilos de la convivencia los que acaban pudriéndose.
Y no, no parece que figure este crucial asunto en el orden de prioridades del Gobierno. No se conoce de ningún plan estratégico gubernamental que tenga por objeto abordar el futuro de esta generación joven.
Todo ello –pues no es objeto de este artículo–, sin mencionar la educación, el elevado grado de fracaso escolar, los informes negativos sobre el rendimiento educativo –el último, el informe PISA en vísperas de Navidad–. Y cuesta conocer de los responsables públicos qué planes educativos se proponen para elevar el nivel en esta fundamental materia. Pues la educación, como ha declarado el nuevo primer ministro francés Gabriel Attal, es, y es exactamente así, la madre de todas las prioridades en nuestra sociedad.
Tal situación, recuerda a ese pasaje descrito en el Juan de Mairena de Antonio Machado: “Nuestros políticos llamados de izquierda, un tanto frívolos –digámoslo de pasada–, rara vez calculan, cuando disparan sus fusiles de retórica futurista, el retroceso de las culatas, que suele ser, aunque parezca extraño, más violento que el tiro”.
Sí, a fuerza de tan retórico, como inexistente, “progreso”, no hacemos sino retroceder. La convergencia con la Unión Europea viene también decreciendo, hasta alcanzar ahora un 80% de la renta per cápita respecto de la media de la Unión, una cifra que nos retrotrae en su descenso a principios de este siglo. Sí, en materia de renta per cápita europea, más que una convergencia se observa una creciente divergencia con la Unión Europea.
Son indicadores todos ellos, hay muchos más que desde luego no caben en un artículo, de un país que se va parando, enredado en batallas políticas sin sentido cuando no enloquecidas que no hacen más que agravar el panorama. Un país en declive, al que con una frivolidad infinita se pretende para colmo dividir a base de construir un muro.
Bien sencillo habría de ser entender que el progreso no es sino la suma de concordia y prosperidad. Y cuando se fomenta la discordia y tenemos a la vista una juventud que se queda atrás, lo que aparece es la expresión de un fracaso; eso sí, envuelto en un auténtico tsunami de retórica vacua y emponzoñada.
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