El reconocimiento por parte del presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, de "los esfuerzos serios y creíbles de Marruecos en el marco de las Naciones Unidas para encontrar una solución mutuamente aceptable" al complejo contencioso del Sahara Occidental habría podido constituir un avance en la solución permanente a un problema enquistado desde hace ya demasiado tiempo, en el que querámoslo o no estamos implicados, de no ser por la forma y el procedimiento con que se ha realizado ese reconocimiento.
El origen de mis dudas se halla en el excesivo celo personal del presidente actuando al margen de las Cortes, porque al ignorar a los representantes de los grupos parlamentarios –coaligados o de oposición-, agudiza la confrontación política, como se ha puesto de manifiesto, sobre un tema para el que es indispensable el mayor consenso posible, si se pretende encontrar un arreglo definitivo al conflicto. El acuerdo es también necesario para que la opinión pública española asuma el cambio de la posición política respecto a esta cuestión. Al mismo tiempo creo que es oportuno subrayar el gran acierto que constituye el inciso “en el marco de las Naciones Unidas” incluido en la carta remitida por Pedro Sánchez al Sultán de Marruecos, porque efectivamente, para una auténtica solución al problema del Sahara Occidental, como bien saben ambos mandatarios, es imprescindible contar con el beneplácito de la ONU.
Tengo que dejar constancia, como he manifestado ya en otros artículos, de que siempre he considerado que el Sahara Occidental está históricamente ligado a Marruecos desde su constitución como reino. En el subconsciente nacional marroquí ha sido una constante la impronta de lo que con acierto denomina Bosch Vila “el factor sahariano” -algo que suele pasar inadvertido por lo general en las posturas que siguen manteniendo algunos países respecto al Sahara Occidental-, ya que no cabe ignorar que fue el ámbito geográfico en el que nacieron los imperios Almorávides, Almohades, segunda y tercera de las monarquías marroquíes.
Quien más nítidamente ha expresado ese sentimiento indeleble en la sociedad marroquí fue, en mi opinión, el embajador Alfonso de la Serna cuando afirmó que “el poder político más importante e identificable en el Sahara desde el siglo XI, se ha encontrado establecido en el territorio que hoy llamamos Marruecos”, añadiendo que “ese poder político ha podido sufrir interrupciones, paréntesis, quiebras de su estructura unitaria, pero no ha desaparecido nunca definitivamente”.
La derrota de las tropas del Sultán en la batalla de Isly tuvo graves consecuencias históricas, tanto físicas como temporales, que quedaron plasmadas en el humillante Tratado de Lalla Marnia (año 1845)
La presencia del Reino Magrebí en el Sahara fue una constante, quebrada por el colonialismo francés al anexionarse Argelia. Para frenar la penetración francesa, Marruecos no dudó en enfrentarse bélicamente a Francia. La derrota de las tropas del Sultán en la batalla de Isly tuvo graves consecuencias históricas, tanto físicas como temporales, que quedaron plasmadas en el humillante Tratado de Lalla Marnia (año 1845), mediante el cual se le reconoció a Francia la capacidad de fijar las fronteras.
Con la fijación de las fronteras con cartabón, a partir de esa fecha se introduce un quebranto (“separar con violencia”, primera acepción de la RAE) en un ámbito geográfico habitado por una población fundamentalmente dedicada al nomadeo o al comercio, pero relacionada horizontal y verticalmente mediante un vasallaje a una autoridad de carácter político-religioso, cuya máxima expresión la representó históricamente el Sultán de Marruecos.
Para comprender el porqué del impacto que tiene en la sociedad marroquí el “factor sahariano” es preciso aclarar conceptualmente aspectos que son muy diferentes a los parámetros que rigen los patrones occidentales y que, sin embargo, están enraizados en la cultura y en la historia del ámbito geográfico que nos ocupa. como los dos siguientes:
- El concepto de frontera, dada las características nómadas de la población de ese extenso territorio que es el Sahara, responde a una compleja mixtura de pertenencia entre lo territorial y lo personal, correspondiéndose este último factor con la conexión del vasallaje político religioso al Sultán de Marruecos, que es el Emir Al-Muminin.
-El concepto de Ble Siba (versus Ble Majzen), que se podría traducir como territorio en rebeldía o en desacuerdo con alguna decisión política o religiosa del Sultán y que ha sido un continuo histórico en el proceder de la población saharaui, es lo que demuestra la conexión con la monarquía Alauí.
Cuando se produce un vacío de poder en el reino alauí por la dimisión de Muley Hafid, su hijo, El Heiba, se enfrentará a los franceses en 1912 en Marraquech con un ejército de veinte mil saharauis
Para ilustrar adecuadamente lo expuesto hasta aquí, haré referencia a dos acontecimientos relativamente próximos. El primero de ellos es que el Sultán de Marruecos es quien concederá en 1873 una “Zauía” y posteriormente nombrará Jalifa del Sahara a Ma el Ainin, fundador de Smara en 1898 (excelentemente descrita por Julio Caro Baroja) e infatigable combatiente contra la penetración francesa. El segundo, que, cuando se produce un vacío de poder en el reino alauí por la dimisión de Muley Hafid, su hijo, El Heiba, se enfrentará a los franceses en 1912 en Marraquech con un ejército de veinte mil saharauis, tras ser proclamo sultán por sus partidarios.
Los partidos políticos no deberían seguir anclados en una solución basada en criterios fijados hace casi 50 años y que hoy son prácticamente inviables, a no ser que se pretenda que continúe enquistándose el conflicto. Lo que urge en este momento es una salida humanitaria a los más de 60.000 habitantes hacinados en Tinduf, cuando existe una mayoría de ellos que quisieran dejar de ser rehenes de sus propias circunstancias, especialmente, por el temor que infunde la presión difusa que impone el grupo y su núcleo duro, que al parecer ignora los anhelos de libertad y las ventajas que supondría para los más jóvenes gozar de una vida normalizada en la que pudieran mejorar su vivienda, su educación, la libertad de movimientos y de trabajo, entre otros importantes derechos.
¿Existen vías para lograr una salida permanente del conflicto? Creo honestamente que sí. La constitución marroquí de 2011 abre las puertas a que el Sahara Occidental se constituya en una Autonomía avanzada con competencias administrativas, jurídicas y judiciales propias, con sus órganos legislativo y ejecutivo, e incluso con el reconocimiento de su presencia en cuestiones internacionales cuando pudieran afectar a intereses estrictamente autonómicos. Todo lo anterior recogido lógicamente en un estatuto de autonomía sometido a referéndum, y tras una amnistía general para todos los saharauis hacinados en la reserva de Tinduf o dispersos por el mundo, que les posibilitara la participación en su elaboración y posterior desarrollo. Pero ello sólo sería posible si se iniciara una negociación transparente y sincera, con la participación de las partes implicadas y con un refrendo internacional en el marco de las Naciones Unidas.
La fijación de los límites de las aguas territoriales, la explotación conjunta de las riquezas del subsuelo marítimo, si las hubiera, y el establecimiento de una base marítima conjunta en el Sahara
Por difícil que parezca, el presidente Pedro Sánchez aún está a tiempo de reconducir su yerro, pues tiene el arduo e ineludible deber de negociar con los grupos de oposición las bases indispensables para recomponer una política internacional acorde con los legítimos derechos de España. Pero, además, debería tomar la iniciativa de convocar una reunión internacional en la que participaran las partes implicadas en el Tratado del Protectorado de 1912 y la Unión Europea, una Conferencia Internacional en la que se acordaran, entre otros asuntos, las soluciones a los contenciosos entre Argelia y Marruecos heredados de los estropicios coloniales franceses, y en la que se fijaran las fronteras de la Unión Europea, es decir las de España, dentro de las que sin duda se incluyen Ceuta y Melilla, territorios que la ONU reconoce como estrictamente españoles.
Pero existen otras cuestiones de carácter bilateral entre Marruecos y España que tendrían que abordarse con lealtad, tales como la fijación de los límites de las aguas territoriales, la explotación conjunta de las riquezas del subsuelo marítimo, si las hubiera, y el establecimiento de una base marítima conjunta en el Sahara para combatir a las mafias de la explotación de la inmigración, sin olvidar la lucha contra el terrorismo en el Sahel, una amenaza permanente contra el Reino Alauí y contra la estabilidad geopolítica del Magreb, a la vez que contra la de la Unión Europea. Son propuestas ciertamente muy complejas pero que significarían una muestra irrefutable de buena vecindad y sellarían con firmeza la hermandad entre nuestros dos países, a la que retóricamente se recurre a menudo por parte de unos y otros.
La dificultades a la hora de concretar las sugerencias expuestas en los párrafos anteriores de manera que se posibilitara un arreglo permanente a la enrevesada situación del Sahara Occidental son extremadamente graves y engorrosas, pero no imposibles de superar; una solución sólo sería verdaderamente inalcanzable en el caso de que dejara de intentarse con perseverancia, y permaneciera todo como hasta ahora. El presidente Sánchez ha abierto una vía para la resolución de un delicado problema, aunque desde el punto de vista político se haya llevado a cabo torpemente. Ahora es el momento de reconducirlo con la decisión y generosidad que debe caracterizar a un estadista, y para ello se hace inexcusable un gran pacto con los grupos parlamentarios-aunque albergo serias dudas de que sea posible-, en especial con el Partido Popular, principal partido de la oposición, evitando la tentación electoralista en este delicado contencioso si realmente se quiere defender los intereses y la seguridad internacional de España.
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