Opinión

Una travesura

Cuando el difunto Rubalcaba se refería a lo bien que se enterraba en España se olvidó de añadir lo luminosos que resultan los cadáveres

Acabáramos. Llevamos cinco años en Cataluña soportando una hegemonía política que no se corresponde con la realidad social. Cinco años en los que coexisten en pie de guerra un poder que gobierna para una minoría y una sociedad contemplativa y sufriente. Cinco años ominosos, resultado de un golpe de estado parlamentario que se fue fraguando desde hacía tiempo con la connivencia de los medios de comunicación y la ceguera cuando no la indolencia de los partidos políticos. Cinco años en fin durante los cuales se han limitado e impedido el ejercicio de los derechos constitucionales de la mayoría de la población. 

Todo fue ficción, relato, exageraciones, porque la verdad verdadera, la que quedará avalada por los sonrientes protagonistas, es que se trató de una travesura. Los historiadores sentarán cátedra, nunca mejor dicho, con una fórmula canónica desde ahora. Como a veces sucede durante la adolescencia, se trató de un fenómeno de “alucinación colectiva” según la versión de Ignacio Sánchez Cuenca, nueva luminaria intelectual de esa pequeña tribu que babeaba en torno a Javier Pradera y que muerto el santo, que les despreciaba, se han convertido en sus herederos. Cuando el difunto Rubalcaba se refería a lo bien que se enterraba en España se olvidó de añadir lo luminosos que resultan los cadáveres. 

Anulada la sedición y a punto de que la malversación se convierta en bonos del Estado queda por encontrar un culpable de haber incitado a hacer travesuras. No podría ser Pascual Maragall, que promovió un nuevo Estatuto rupturista, porque está enfermo y sería de muy mala crianza mencionarle. Tampoco el partido de los socialistas catalanes, el PSC, porque sin ellos perderíamos el aroma de esa catalanidad high class que con habilidad siempre han estado junto al poder desde los tiempos del eminente Porcioles, aquel alcalde del franquismo y exdiputado de la Lliga de Cambó.

Tampoco el partido de los socialistas catalanes, el PSC, porque sin ellos perderíamos el aroma de esa catalanidad high class que con habilidad siempre han estado junto al poder desde los tiempos del eminente Porcioles

En Cataluña levantas el trasero de un prepotente sentado y notas que debajo hay un abuelo con prosapia. Por eso nunca hay responsables de las travesuras. Observen a Artur Mas, al mismísimo Pujol con su padre el turista andorrano o al beato Junqueras o a Aragonés, siempre familias con pedigrí incluso cuando han salido de la menestralía. En ocasiones se diría que este país pequeño es un compendio de clarividencia marxista; la resistencia de las clases sociales. Recordaré siempre la frustración de un líder nacionalista y cristiano ante la desgraciada presencia de un cordobés como Pepe Montilla en la presidencia de la Generalitat; no le bastaba que fuera fiel y sumiso, lo que le dolía era su procedencia.

Ya no se contempla la sedición por más que la jaleen los que amenazan con repetirla. Ahora se denomina “desórdenes públicos agravados”, algo que cualquiera de nosotros puede cometer en una noche de farra y alegría. Una travesura. Hay prisa por poner fin “al relato” y debemos pasar página; otra expresión imprecisa que nos obliga a preguntarnos si se trata del mismo libro. Empeñados como estamos en desmenuzar la guerra y la posguerra, lo más inmediato cada vez nos queda más lejos. Lo que hasta ayer se compendiaba bajo el marbete del “procés”, ahora se ha enmarañado tanto que los intereses cruzados del poder lo han resumido en algo tan difuso como una alucinación colectiva. Para quienes lo vivimos y lo sufrimos va más allá de la ofensa, es un desprecio a nuestra inteligencia.

El argumento para cínicos instalados se basa en una pregunta sin sentido ¿Cataluña no está mejor ahora que en 2017? El argumento tiene cierto parecido al de Franco y la Paz, tan usado a partir de 1964 y sus XXV Años de dictadura. En primer lugar porque no se trata de preguntarnos si estamos menos mal hoy que ayer si no en denunciar a qué precio se está consiguiendo. La desvergüenza de los voceros sí que coincide con la de antaño: “Sánchez ha logrado que Cataluña no sea un problema”. Entiendo que para Sánchez haya dejado de ser un problema pero me temo que para los demás lo sigue siendo, y ahora añadido, porque tiene el respaldo del estado.

La desvergüenza de los voceros sí que coincide con la de antaño: “Sánchez ha logrado que Cataluña no sea un problema”

Gran idea que la portavoz Isabel Rodríguez proponga que los medios de comunicación abran un espacio dedicado a “Información Pública del Gobierno”, al modo que se hace con los partes meteorológicos. Son insaciables. No les basta con todo lo que tienen y disfrutan. Quieren más, por no decir que lo quieren todo. No me extraña que en los diarios bajo su influencia aparezcan páginas y más páginas de propaganda institucional, en las impares, que se pagan a vellón. Y llevan información tan acuciante y necesaria como una que me llamó la atención y que ni siquiera me atrevo a comentar. “Soy real, soy auténtica”. Firmado por el Instituto de las Mujeres. Deberían incluir una copia en las resoluciones de Hacienda y en el apartado que se dedica a Sanidad y Enseñanza. Aún a riesgo de ser tildado de demagogo, nadie con sentido de la medida ha denunciado ese estúpido dispendio. Como lo pagan bien, a callar mientras dure.

Si el charco de incompetencia jurídica en el que se han metido con la ley del “sí es sí” parece sacado de un gag de Groucho Marx con resultados funestos, lo que nos espera con la “malversación de fondos públicos” podría alcanzar la categoría de pantano. La esencia del enriquecimiento personal se ha vuelto un arcano. ¿Se quedaron con dinero o lo gastaron por el camino? No es una cuestión penal sino teológica, porque Dios o en su detrimento el Presidente del Gobierno, pueden conceder al malversador la propiedad de sustraer dinero público y hacerlo por el bien de su propia comunidad, ergo de sus intereses. Jordi Pujol, sin ir más lejos, no se enriqueció personalmente, pero su familia sí. Pueden por tanto ser dos personas distintas y un solo dios verdadero, el dinero. ¿Se puede condenar a ambas? Uno por meter la pasta en bolsas de El Corte Inglés y el otro por hacer como que no mira la mercancía.

No sería mejor que nos evitaran toda esta pamema que nos degrada. Ya sabemos el final y hemos de hacer como que acabamos de enterarnos para que así nuestros analistas arrebatados puedan declarar que todo va a mejor y que nos preside un hombre con peso en Europa y en el Mundo. Cómo una personalidad así, un estadista, podría ocuparse de mentir en horas fijas y echar una ojeada a las travesuras de sus socios. La memoria quizá sea una escupidera donde cada cual arroja lo que no puede tragar, pero el presente resulta vomitivo.

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