La guerra civil de 1936 la ganó Franco. De eso no cabe la menor duda. Para aquellos que dudan, les recuerdo los 40 años de dictadura franquista. La victoria franquista duró hasta que el dictador murió en la cama de un hospital rodeado de médicos y familiares. No le sucedió en el poder quien tenía todos los números para seguir actuando como Jefe del Estado dictatorial franquista. La banda terrorista ETA acabó con la vida del almirante Carrero Blanco en un atentado en diciembre de 1973. Por lo tanto, tratar de cambiar la historia para que ganen la guerra los nietos de los que la perdieron o de matar al que falleció hace 46 años es un infantilismo que no conduce más que al engaño o a la frustración.
Cada generación tiene la obligación de hacer algo que marque para siempre su existencia. Es vergonzoso pasar por la historia sin pena ni gloria. Hay generaciones que, en lugar de buscar su sitio en la Historia por la grandeza de lo que hicieron, se dedican a fantasear y, cual niños menores de edad, se inventan batallas que por su hilaridad, nadie recordará. Los hay que se disfrazan de Ramsay Bolton o de Jon Snow y hacen su particular Juego de Tronos. Saben que su historia es pura ficción. Buscan espejos para que, cual madrastra de Blancanieves, les puedan decir que son los más intrépidos y aguerridos de la historia política española. No quieren mirarse en otros espejos que no los elogien, los mimen y los aplaudan. Y, por esa razón, tratan de romperlos. En ellos se contemplan y se ven feos, soberbios y falsos.
Esa, y no otra, es la razón por la que buscan destruir los espejos de la Transición. En ellos aparecen figuras legendarias, sensatas, patriotas que buscaron el procedimiento más eficaz para evitar la vuelta a las dos Españas. Practicaron el diálogo basado en exigencias y renuncias. Se sentaron a la mesa quienes ganaron la guerra y quienes la perdieron. Quienes gobernaban la dictadura y quienes sufrían sus consecuencias. Quienes prohibían la libertad y quienes luchaban por conseguirla. Quienes metían en la cárcel a los disidentes del franquismo y quienes habían estado en esas cárceles o habían salido de ellas después de cumplir condenas por pensar por su cuenta. Quienes enviaron al exilio a miles de españoles y quienes allí estaban o decidieron volver para vivir en una España en paz y no dividida por el odio y el rencor.
Cuando presencié esa escena supe que los que allí estábamos íbamos a emprender un camino que nos haría pasar a la Historia de España como la generación de la Concordia
Yo era un joven diputado socialista de 29 años, por la provincia de Badajoz. Nunca olvidaré la escena que presencié desde mi escaño el día en que se constituyó la mesa de edad, encargada de abrir la sesión de las primeras Cortes democráticas después de tantos años de dictadura. Vi bajar por una de las escaleras que dan paso a los escaños a una señora vestida de negro, ya mayor, con gesto recatado, agarrada del brazo de otro diputado, que peinaba melena blanca, y al que reconocí como el poeta Rafael Alberti, diputado por Cádiz. Ambos acababan de llegar del exilio. Se dirigían a la mesa del Congreso. Al llegar a la cima del estrado, chocaron sus manos con otros veteranos diputados que les acompañarían en esa mesa. Cuando presencié esa escena supe que los que allí estábamos íbamos a emprender un camino que nos haría pasar a la Historia de España como la generación de la concordia. La que llevó adelante la transición de una dictadura a una democracia.
Renuncias por las dos partes
No me equivoqué. El sistema de exigencias y renuncias dio resultado. Fuimos capaces de dejar dejar fuera a los extremos de las dos partes que abrazaron el diálogo. La derecha franquista cerró el paso a los extremistas que pretendían seguir con una dictadura sin Franco. La todavía ilegal oposición mantuvo fuera del posible acuerdo a quienes exigían un proceso político y penal al franquismo y enlazar ese momento histórico con la II República española. Los moderados de ambos espectros fijaron sus posiciones. La derecha franquista renunciaba a seguir con un régimen dictatorial y aceptaba ir a una democracia de corte occidental. Exigía que, a cambio, las páginas de la historia no pasaran hacia atrás sino para adelante. La oposición renunciaba a pleitear por una República, aceptaba no mirar el pasado y reconocer la Monarquía parlamentaria como forma del futuro gobierno. Sus exigencias coincidían con las que existían en las democracias occidentales: libertad, amnistía y autonomía para la descentralización política y administrativa de España. Elecciones libres, libertad política y sindical.
Un paso menos que hubiera querido dar la entonces derecha moderada franquista para recortar la libertad y la democracia y el acuerdo hubiera resultado imposible; la izquierda no hubiera aceptado. Un paso más que hubiera querido dar la izquierda moderada y el acuerdo hubiera saltado por los aires. Se llegó a la raya exacta. Al punto medio que permitió elaborar una Constitución que fue aprobada por el 90% de los españoles.
La generación de la Transición ya tiene su sitio en la Historia de la democracia española. Hay muchos más lugares que podría ocupar la generación política actual sin necesidad de querer romper la silla que sostiene a los que hicimos una España habitable para la inmensa mayoría de los españoles. Piensen en el futuro y consigan un puesto en la Historia. Exijan y renuncien. Es la única forma de ser patriotas.
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