Anunció en su día, entre hipos y espasmos, saber de muy buena tinta que, de persistir en su republiquita, las calles se habrían llenado de cadáveres. Excusa a sus compañeros juzgados por declarar que la DUI fue simbólica porque “al fin y al cabo, todos queremos ser libres y lo que puedan decir nuestros líderes ante el tribunal no debemos tenérselo en cuenta”. No contenta con ello, y tras negar cualquier legitimidad al Supremo para juzgar el intento de golpe de Estado, vierte su odio hacia España y hacia el régimen constitucional con las consignas que escuchamos a diario en todos los medios del régimen: el juicio es contra los derechos fundamentales, la democracia, la disidencia y estigmatiza a la oposición como enemigo político. Añade, con gesto de esperanza rayana en fanática perturbación, que Estrasburgo tomará buena nota de todo. Siempre esperando a alguien que les saque las castañas del fuego, siempre deshumanizando a quien no piensa como ellos, siempre atribuyéndose todas las virtudes, pero ningún defecto. Esa es la número dos de Esquerra, instalada, además del país helvético, en un universo cómodo, muelle, hecho a medida en el que los unicornios portan esteladas y todos los jueves hay helado de postre.
Desde el fin del Tercer Reich, y no me cansaré de repetirlo porque es sustancial para comprender lo que aquí ha pasado, no ha existido en Europa ni una operación de propaganda política tan intoxicadora y falsa ni una masa social tan estulta y dispuesta a aceptarla con un espíritu totalmente acrítico. Rovira sigue con sus descabelladas ideas, hilvanando conceptos tan fantásticos como que, si está en Suiza, es para coordinar mejor la “acción exterior en favor de la república”, de la misma manera que Puigdemont lo hace en Waterloo. Niega la tremenda guerra existente entre su partido y el PDeCAT, porque todo es unidad, belleza, amor, idealismo, reservando para España y los no independentistas la condición de entes ajenos al sano y leal cuerpo de la comunidad catalana.
Su cerebro escucha otras voces, otros cantos que la llevan a creer que su pretendida revolución de las sonrisas triunfará
Para una persona así, hablarle de códigos legales, de normas de juego, de la igualdad de las personas, es perder el tiempo. Su cerebro escucha otras voces, otros cantos que la llevan a creer – porque me consta que se lo cree, he ahí lo más terrorífico del caso – que su pretendida revolución de las sonrisas triunfará, que ellos son los héroes, que están en el lado correcto de la historia. Alimentada de los mitos del supremacismo catalanista que llevan gestándose desde finales del XIX, a Rovira y a muchas otras personas como ella les resulta indigerible la verdad. Les han pasteurizado tanto las cosas que lo cierto, lo comprobable, lo concreto se les atraganta y les produce un malestar insufrible. Ellos, los que pretendieron crear un Estado en el que estaba prohibido crear un partido pro España, o en el que se negaba la nacionalidad catalana a guardias civiles, policías nacionales o militares, ellos, que tenían un concepto autoritario y dictatorial de la justicia, reservándose el poder ejecutivo el de designar a todo el poder judicial, ellos, que desconocían la advertencia de Orwell acerca de que nadie instaura una dictadura para salvaguardar una revolución, sino que se hacen las revoluciones en el mayor de los casos para instaurar una dictadura, no reconocen el derecho del Supremo a juzgarlos.
Se sienten responsables ante Dios – los creyentes como Junqueras – y ante la historia, esa pobre Clío violada una y otra vez por las tesis supremacistas más aberrantes y esperpénticas. Las leyes que nos afectan a todos les son completamente ajenas y, simplemente, las rechazan. ¿Cuántas veces no habremos escuchado a personajes afectos a regímenes totalitarios decir que el tribunal no era competente para juzgarlos porque todo lo habían hecho por amor a su patria? Estas gentes viven en otro universo en el que la razón y la lógica carecen de ninguna importancia. Allí cohabitan con leyendas, mitos, paraísos hechos a su medida y, claro, no hay juez ni código que pueda destruir esas arcadias felices en las que todo es exactamente como les gusta a ellos, sin tener en cuenta la opinión de nadie más que la de su propio ombligo, la de su enorme facundia.
Rovira podría inspirar compasión, pero a la que abre la boca este sentimiento se disipa por completo
Rovira podría inspirar compasión, pero a la que abre la boca este sentimiento se disipa por completo. La sibila de los miles de cadáveres con los que la pérfida España habría sembrado Cataluña no puede ser compadecida porque, de entrada, no lo necesita. Es feliz en ese Valhalla en el que siempre será república para los elegidos.
A uno, sin embargo, le agradaría saber lo que, en el interín, piensan no pocos dirigentes separatistas. Mientras sea un acto íntimo, ninguno de los suyos les reprochará nada. Pero si lo manifestasen, aunque fuera hablando solos en un lavabo, creyendo que nadie los escucha, incurrirían, ya que de justicia y dictaduras hablamos, en el temido Werhkraftzersetzung, la subversión militar de la propia persona, que ocasionaba penas de muerte durante los años del nazismo. Claro que nada de eso tiene que ver con los unicornios estelados ni con la bondad del separatismo, porque el junquerismo es amor, ya lo sabrán ustedes.
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