Mi marido es mexicano (o ‘mejicano’, según qué lado del charco), algo que me ha permitido conocer a fondo el antiguo virreinato de la Nueva España. Me encantaría hablar ahora de las bondades y maravillas que alberga esta tierra rica en paraísos naturales y crisol de culturas. No les contaría nada nuevo, a su vez, si les hablo de las abismales diferencias sociales, la pobreza, el racismo bidireccional, la corrupción sistemática y el narcotráfico.
Lo que sí puede interesarles es que muchos mexicanos y venezolanos son de la opinión de que los derroteros de la política española últimamente son un calco –paso por paso- de lo que viven por allá, cada país a su manera. Nos advierten de los peligros del populismo de izquierdas, algo que los españoles nos tomamos –por así decirlo- a guasa: somos europeos, no podemos caer tan bajo. Nosotros, nos decimos, hemos identificado a tiempo este movimiento en Podemos y ramificaciones varias. Hace una década apenas alguien alzaba la voz contra las ocurrencias del pseudo izquierdismo, al que casi todo el mundo conoce como progresismo woke. Ese movimiento del que nos burlamos ahora en abierto y en redes sociales, compitiendo por ver quién es el que consigue el meme más divertido.
Si ya nos reímos es, en parte, porque las redes han ayudado a romper las espirales del silencio, ese movimiento sociológico según el cual la gente tiende a acallar sus propias opiniones si ve que no coinciden con las de la mayoría. Gracias a internet, no sólo sabemos que no somos los únicos fachas que piensan que la política y la sociedad se han convertido en algo muy parecido a un manicomio. También los delirios de esta izquierda gauchista, una vez ha tocado poder, nos han sacado del letargo. Un loco al volante que legisla cómo debe el ciudadano relacionarse en la cama con la ciudadana, que deja caer la idea de que el futuro de la ingesta de calorías son los insectos o que se carga de facto la presunción de inocencia ya no resulta tan divertido. Y estamos poniendo manos a la obra. Todo controlado.
Redes de narcotráfico
Los hispanoamericanos insisten: ustedes no se dan cuenta de la envergadura de este movimiento. Ustedes tienen pruebas de la íntima relación de su país con los nuestros, y parecen negarse a verlos. ¿No les dicen nada las idas y venidas de sus gobernantes con el Pollo Carvajal, la relación de Podemos y Zapatero con las redes de narcotráfico que operan desde Venezuela para entrar droga en Europa a través de Galicia? ¿Les parecen normales las ilegalidades cometidas desde su propio gobierno para permitirlo? ¿Qué sentido le ven a financiar una aerolínea venezolana que opera un solo viaje semanal, Madrid-Caracas? Se las dan de civilizados, pero apenas parpadean cuando se enteran de la querencia de sus gobiernos a saltarse los tratados internacionales de forma burda, repartiendo pasaportes falsos a gente como el Pollo o Gali. Por no mencionar sus esfuerzos denodados para quedar por encima de la ley y absorber, si se puede, la independencia del poder judicial
Además, hemos tenido a Ángela Merkel, tenemos a la Unión Europea. Jamás permitirían que estas cosas fueran a más. Deo gratias
Ahí se nos congela un poco más la sonrisa. Entre el tío de las rastas o Yolanda Díaz diciendo “Autoridades, autoridadas… auto…autoridades” se nos pasan por alto estas cosillas. Nos apremian también los problemas que, no sólo son serios, sino también inminentes: la creciente subida de la luz, la inflación asociada, la intuición de que la escasez de productos no va a ser sólo un problema de Reino Unido, etc.
Largo me lo fiáis, decía Don Juan. Nuestras cabezas aguantan tan sólo un mínimo de problemas graves en el horizonte, dejemos lo del Gobierno y el narco para más adelante. Además, hemos tenido a Ángela Merkel, tenemos a la Unión Europea. Jamás permitirían que estas cosas fueran a más. Deo gratias.
Bien, pero ¿qué pasará cuando no nos haga tanta gracia lo que se nos diga desde la Unión Europea? ¿Cuando se nos chantajee con retirar fondos si no cambiamos leyes que la mayoría de españoles consideremos justas o convenientes en ese momento, por poner un ejemplo hipotético? ¿Es realmente tan seguro pertenecer a un organismo que incorpora cada vez más países, sin que exista un director de orquesta que acabe imponiéndose de una manera u otra? Y, lo más relevante, ¿de qué sirve pelear contra lo woke, cuando la UE es la primera que parece querer seguir todos sus dictados al pie de la letra?
¿Unión Europea o narcoestado? ¿Susto o muerte? De momento, y hasta que cambie el gobierno, susto y muerte.
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