Opinión

La Universidad frente a la estupidez digital

Un notorio fracaso del exceso de maquillaje internacionalista de las universidades lo constituye precisamente el hecho de que

Un notorio fracaso del exceso de maquillaje internacionalista de las universidades lo constituye precisamente el hecho de que no hayan querido realizar una imprescindible enciclopedia histórica y geográfica sobre la digitalización. Eso sucede a la vez que las universidades no paran de cacarear las bondades obligatorias de la digitalización.

Sería muy conveniente conocer cómo han sido y son los procesos de digitalización por países y por sectores de actividad. Sería bueno conocer, por ejemplo, en qué medida el dinero de los contribuyentes -y de qué países- ha ido a parar a las cuentas corrientes de los dueños de las grandes tecnológicas. Es imprescindible conocer cómo la digitalización ha modificado los modos de vida. Entre las muchas preguntas interesantes, no esclarecidas en detalle, está esta: qué interés tienen la gran banca y los estados en que la gente use teléfonos inteligentes con 5G y más. Este deliberado no saber universitario es un escándalo intelectual en el que la investigación científica deja paso a la propaganda.

Las universidades tienen buenos ingenieros informáticos pero, en general, tienden a emplear aplicaciones de Silicon Valley, y en España, especialmente las de Google. Bien vendría que la Universidad demostrara su esencia internacional con programas propios tanto para la enseñanza y la investigación como para la, cada vez más engorrosa, burocracia académica y para la comunicación entre universidades de todo el mundo sin pasar por los buscadores habituales. Estas disfunciones y desorientaciones son un indicio de decadencia institucionalizada digna de ser estudiada con lupa.

La desigualdad consiste en que la gente trabaja gratis para que las distintas máquinas se comuniquen entre sí y, además, regala todo tipo de datos a muchas empresas que ni siquiera conoce

La “digitalización” es lo que en publicidad se conoce como una marca global o marca paraguas que puede usar tanto la industria política, que ha colonizado al estado contemporáneo, como las demás empresas del tecnocapitalismo. La digitalización, además de la innovación tecnológica, es también una gran operación de ceguera inducida. En no pocos casos, “digital” es un adjetivo que la Universidad añade a aquellos conceptos que parecen necesitar un disfraz innovador.

El lector habrá leído y oído eso de “transformación digital” como si fuera un mandamiento de la fe tecnológica. Esa fe implica que algo tan grave como es la desigualdad digital pase muy desapercibida. La desigualdad consiste en que la gente trabaja gratis para que las distintas máquinas se comuniquen entre sí y, además, regala todo tipo de datos, los conscientes y los inconscientes, a muchas empresas que ni siquiera conoce. El balance es preocupante, las tecnológicas aumentan su poder.   

Así, cuando hacemos uso de herramientas digitales y telecomunicativas, recibimos órdenes de las máquinas: haga clic, seleccione tal, diríjase a, acepte, continuar, pulse, conteste, regístrese, reenvíe, añadir al carrito, encuentra la oferta, ir a, teclee, ver catálogo, reserve ahora, colabora, dona, ver más, domina el inglés, comparte, firma, envíe, descarga, sube, añade, rechazar, aceptar, (el uso del infinitivo no elimina el carácter imperativo de las expresiones digitales), etc. 

La Universidad y los otros niveles de enseñanza adoptan la idea antipedagógica de que hay que meter en el aula los dispositivos y aplicaciones que niños y jóvenes usan en su vida cotidiana. Esto destruye la necesaria diferencia entre un espacio de estudio y concentración y la algarabía disolvente de las redes de simulación social y otras distracciones.

Pensar que la memoria no es necesaria cuando quieren hacernos creer que “todo está en internet” es uno de esos gestos que indican graves retrocesos civilizatorios

Para que la marca “digital/digitalización” mantenga un buen posicionamiento en la mente de la gente es preciso que ofrezca ventajas innegables y efectivamente deseables. Pero tales comodidades reducen las habilidades cognitivas de los individuos. Ya no memorizamos números de teléfonos como hacíamos cuando no éramos semovientes pegados al aparato inteligente. Pensar que la memoria no es necesaria cuando quieren hacernos creer que “todo está en internet” es uno de esos gestos que indican graves retrocesos civilizatorios. Se retrocede en relación inversa al avance tecnológico en digitalización y comunicaciones. Ahora las máquinas se comunican entre sí mucho más de lo que lo hacen los humanos.

La digitalización e internet aportan a la Universidad algo extraordinariamente importante y beneficioso: el acceso rápido a documentación de interés científico y comunicaciones rápidas y baratas entre investigadores. Esta ventaja histórica debería obligar a la Universidad a elevar los niveles de exigencia en la formación. Ya que es más fácil acceder a más conocimientos y es más fácil someter a multitud de datos a procesos de análisis más complejos y rápidos, es imprescindible que a los estudiantes se les enseñe a aprovechar las nuevas y cambiantes posibilidades con criterios crecientemente rigurosos adaptados a la nueva realidad. Sólo algunos profesores lo intentan. En general, la Universidad ha caído, entre otras, bajo la ideología de lo transmedia –efecto monopolístico de la digitalización de la comunicación-, esa que convierte las aulas en otro medio al servicio de las ideologías distópicas. Por supuesto, hay que poner trabajos a los alumnos cuyo resultado no se encuentre en internet. Los que están redactados por la inteligencia artificial ya son indetectables en demasiadas ocasiones. Habrá que volver al examen oral para evaluar lo que saben los estudiantes.

La inteligencia artificial es un conjunto de automatismos que gestiona enormes cantidades de datos en variados procesos de búsqueda de semejanzas y disimilitudes, de diferencias semánticas, de normas sintácticas, de cálculo de probabilidades, de toma de decisiones y de generación de nuevos documentos en función de instrucciones tanto previas como, en parte, autogeneradas.

La nueva magia del 'como si'

Desde sus orígenes, la humanidad ha quedado fascinada por la magia de los automatismos. En Occidente esa fascinación se convierte en constitutiva de la cultura que emerge de la Ilustración y de la Revolución industrial. En el S. XIX aparecen tres cosas que instauraron la nueva magia del “como si”: la fotografía, el fonógrafo y el telégrafo. Imagen, sonido y electricidad fueron estableciendo uniones cada vez más estrechas a lo largo del S. XX. En los comienzos del XXI esos automatismos adquieren una creciente autonomía. La Universidad no debe ser una parte más del engranaje de las operaciones digitales transmedia.  Debe oponerse a la estupidez vigente, debe activar toda su potencia analítica y creativa, debe ofrecer un saber distanciado. Necesitamos conocer con detalle cómo lo digital modifica nuestra vida en comunicación, imaginación, trabajo, deseos, cordura, entretenimiento, control...

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