Opinión

La UNRWA en Gaza: escuelas del odio a Israel

Los palestinos no vieron en el pago de esos servicios de la agencia de Naciones Unidas un acto de generosidad de Occidente sino una obligación, algo que ellos merecían sobradamente

Ningún asunto de política internacional es tratado por la opinión pública occidental con más vehemencia y menos objetividad que el conflicto de Oriente Medio. Ocurra lo que ocurra, la mayoría señala a Israel como el culpable, a pesar de ser el único régimen democrático de la zona, y a las organizaciones palestinas como los buenos, justificando reiteradamente sus acciones. En esa mentalidad woke, Israel sería el villano por poseer rasgos más europeos; los palestinos las víctimas por ser musulmanes, no blancos y no occidentales.

Pero la realidad es bastante más compleja que los tópicos o los estereotipos. Estéril es intentar determinar quién lleva razón en tan largo conflicto: cada uno tiene las suyas. Tampoco es posible apuntar una solución completamente "justa" porque el concepto de justicia no se traslada fácilmente al ámbito internacional, dónde la fuerza y el desenlace de las guerras imponen muchos aspectos de la realidad. Desde muy antiguo, los derrotados debieron afrontar consecuencias penosas, entre ellas la deportación. Vae victis (¡ay de los vencidos!), decían en la antigua Roma. Por suerte, la humanidad encontró en la integración de los refugiados una vía para cicatrizar heridas y aplacar el enfrentamiento.

Pero esta integración ha estado ausente en el conflicto de Oriente Medio. Tras la guerra de 1948, los refugiados árabes (unos 720.000) no se asimilaron a las sociedades de destino; tampoco sus hijos, nietos y bisnietos, que siguieron engrosando la lista hasta alcanzar los 6 millones actuales. La condición legal de “refugiado” (y el derecho a percibir las correspondientes ayudas) se ha transmitido de una generación a otra durante 75 años, un hecho insólito, absolutamente desconocido en otras guerras. Este peculiar fenómeno ha propiciado que el conflicto, en lugar de apaciguarse, creciera en complejidad hasta convertirse en irresoluble a corto y medio plazo.

La guerra y la posguerra de 1948

La emigración de judíos a Tierra Santa se aceleró a partir de 1920 cuando la Sociedad de Naciones entrega la administración al Reino Unido por un Mandato. En 1947, la ONU decide la división del Mandato para crear dos estados independientes, uno judío, otro árabe. Los judíos aceptan. No así los árabes, que intentan invadir el naciente Estado de Israel pero son derrotados. Ante el avance de las tropas judías, muchos árabes huyen voluntariamente, o por miedo, otros son expulsados por el ejército vencedor mientras que un tercer grupo permanece. Los refugiados, que ya no disponían de territorio propio pues las zonas asignadas a los árabes del Mandato habían sido ocupadas por Jordania (Cisjordania) y Egipto (Gaza), se desplazaron a países limítrofes. Pero, en lugar de integrarse, comenzaron a adoptar una identidad diferenciada y a exigir, cada vez con mayor virulencia, el restablecimiento del statu quo previo a la guerra, como si ésta no hubiera ocurrido.

Los refugiados del resto del mundo suelen evolucionar en un sentido opuesto, tal como ocurrió, por ejemplo, en Alemania. Tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial y la anexión de varias regiones alemanas del Este por otros países, 12 millones de personas fueron expulsadas, simplemente por ser germanas. La mayoría se refugió en la República Federal de Alemania, donde constituyeron asociaciones que reivindicaban la devolución de sus territorios y el regreso de los exiliados. Los gobiernos contemporizaron, pero se mantuvieron firmes en un principio básico: Alemania renunciaba definitivamente a esas regiones. No era posible compensar el dolor de los expulsados, pero sí facilitarles una nueva vida. La deportación podía haber sido injusta, pero prefirieron garantizar la paz y el bienestar que provocar nuevas tensiones para corregir pasadas injusticias. Sus hijos, educados en unas escuelas integradoras, mostrarían poca o nula vinculación con los territorios de origen. Así, el relevo generacional condujo a la desaparición de las asociaciones irredentistas a principios de los años 60. Al mirar al futuro, y no al pasado, los refugiados dejaron de serlo y la idea del regreso se desvaneció.

La posguerra de Oriente Medio discurriría por unos derroteros muy distintos. El bando perdedor emprendió el camino del enfrentamiento, buscando un desquite definitivo. Los refugiados eran árabes y podían haberse adaptado sin dificultad a los países de destino. Pero, para presionar a Israel, todos los gobiernos, salvo Jordania, les negaron la nacionalidad. Y no solo a los huidos; también a sus descendientes aunque hubieran nacido en el país. Los convertían así en refugiados permanentes.

Fue en estas barriadas donde se forjó la identidad palestina, no tanto entre quienes habían abandonado sus hogares como entre los que habían nacido allí. Así, la pretensión de regresar no se diluyó con el traspaso generacional; al contrario

Sin embargo, en la forja de la identidad palestina fue clave una agencia de la ONU creada especialmente para este conflicto, la UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo), que comenzó su labor en los campos de refugiados. Con el tiempo, las tiendas de campaña dieron paso a edificios de viviendas, a completas vecindades viviendo permanentemente de la ayuda internacional. Fue en estas barriadas donde se forjó la identidad palestina, no tanto entre quienes habían abandonado sus hogares como entre los que habían nacido allí. Así, la pretensión de regresar no se diluyó con el traspaso generacional; al contrario, fue creciendo con una intensidad brutal.

En The War of Return Adi Schwartz y Einat Wilf señalan las incoherencias de la UNRWA y la disparidad de trato si se compara con ACNUR, la agencia que atiende al resto de los refugiados del mundo. La inmensa mayoría de los registrados por la UNRWA no podrían considerarse refugiados, ni disfrutarían de sus ventajas, si se aplicaran los criterios establecidos para cualquier otra guerra. Pero la comunidad internacional siempre enfocó este conflicto con reglas y raseros muy distintos.

Un sistema educativo muy particular

Al principio, la UNRWA se concentró en proveer alimentos y ayuda de urgencia pero, con el tiempo, fue deslizándose hacia actividades permanentes, como colocar a los palestinos en la propia organización y, sobre todo, proporcionar educación. Los sistemas educativos desempeñan un papel fundamental en la creación de la identidad nacional: en las aulas de la UNRWA los hijos de los refugiados dejaron de ser simples árabes para adoptar una nueva identidad, la palestina, marcada a fuego por el obstinado propósito de “regresar” a un lugar dónde nunca habían puesto el pie.

Gracias a este sistema educativo, financiado mayoritariamente por Europa y Estados Unidos, los palestinos se convirtieron en uno de los colectivos mejor educados del mundo árabe, con tasas de alfabetización, especialmente femeninas, superiores a las de su entorno. Los jóvenes crecieron más cultos que sus padres, pero mucho más radicales aun no habiendo experimentado la huida o la expulsión.

'Desde el río hasta el mar'

Las escuelas de la UNRWA enseñaban una historia de Palestina cargada de victimismo e infundían el odio al sionista y el firme propósito de revertir el curso de los acontecimientos. En sus aulas, presididas por mapas que representaban una Palestina “desde el río hasta el mar”, profesores palestinos fueron inculcando el sentimiento de esa nueva nacionalidad. Surgieron generaciones muy instruidas, pero también resentidas y frustradas, criadas en mitos como la maldad de los judíos o la traición de Occidente. Eran personas con la mirada fija en el pasado, pero muy poco inclinadas a asumir las consecuencias de haber rechazado la partición de la ONU o perdido la guerra. Se adoctrinó a los niños en que semejante injusticia solo podía rectificarse por métodos violentos: el resultado no podía ser otro que el alistamiento masivo en organizaciones terroristas.

Fomentar el odio, echando gasolina al fuego, no fue la única aportación de la UNRWA a los males de Oriente Medio. También quebró el principio básico de que, ante cualquier infortunio, la ayuda debe ser temporal: solo hasta que el individuo pueda rehacer su vida. Al convertirla en permanente, la UNRWA generó una enorme población dependiente. Y la prestación de servicios “gratuitos” durante 75 años no suscitó precisamente agradecimiento en los receptores sino una creciente exigencia: los palestinos no vieron en el pago de esos servicios un acto de generosidad de Occidente sino una obligación, algo que ellos merecían sobradamente.

Este derecho al regreso no es una pretensión inocente: llevado a la práctica implicaría la destrucción de Israel. Y ambas partes lo saben

En la mentalidad palestina, la consecución de un Estado propio ocupa un lugar secundario, por detrás de ese derecho al regreso a Israel que, supuestamente, tienen todos los descendientes de los refugiados de 1948. En The Palestinian Refugee Issue el historiador Abbas Shiblak señala que, para los palestinos, el derecho al regreso constituye “la narración de su historia, su memoria colectiva y su identidad. No se trata de una cuestión operativa, sino de un principio básico, y ningún dirigente palestino firmaría documento alguno que renunciara oficialmente a este derecho”.

Pero este derecho al regreso no es una pretensión inocente: llevado a la práctica implicaría la destrucción de Israel. Y ambas partes lo saben. Dado que allí conviven 7 millones de judíos y 2 millones de árabes, la entrada de 6 millones de “refugiados” árabes, cargados con profundo odio y rencor, quebraría el statu quo, convirtiendo a los judíos en minoría. Las organizaciones Palestinas no persiguen exactamente la paz, a pesar de que algunas moderaron su discurso: continúan buscando el final de Israel, no tanto por la guerra, cuya opción saben imposible, sino a través de esa bomba migratoria que dispare la subversión interior.

Hamás gobernó Gaza durante 15 años, disfrutando de un Estado independiente de facto, pero nunca lo consideró un fin en sí mismo sino un medio para dañar a Israel

Uno de los errores más comunes de la comunidad internacional es creer que la solución consiste en reconocer al Estado Palestino, tal como hizo Pedro Sánchez en mayo de 2024. Pero esto no resuelve nada porque el Estado propio no es el núcleo del problema ni ocupa un lugar prioritario entre las aspiraciones palestinas. Hamás gobernó Gaza durante 15 años, disfrutando de un Estado independiente de facto, pero nunca lo consideró un fin en sí mismo sino un medio para dañar a Israel. En 2023 decidió perpetrar el cruel y sorpresivo ataque a sabiendas de que implicaría el fin de su gobierno.

En el pasado, las negociaciones para crear un Estado palestino siempre acabaron en fracaso por la negativa de Yasir Arafat, y el resto de los líderes, a renunciar al derecho de regreso, algo que Israel, por motivos obvios, nunca aceptaría. Este peculiar “regreso” es el nudo gordiano del intrincado conflicto entre Israel y los palestinos.

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