Desde que Carl Schmitt, teórico del Estado total, detractor del liberalismo y de la democracia representativa y jurista de cabecera del nacionalsocialismo, consagrara la contraposición amigo-enemigo como la esencia definitoria de lo político, los analistas de comportamientos electorales han podido entender mejor las motivaciones que inducen a una mayoría de ciudadanos a depositar una papeleta en la urna. El llamado “hombre común” no existe porque cada ser humano es afortunadamente único e irrepetible, pero hay pautas de conducta que sí se reproducen en un número considerable de personas en contextos culturales determinados y si las circunstancias son las adecuadas. Ahora que España se encuentra amenazada por dos graves peligros que están empeñados en liquidarla como proyecto colectivo reconocible, el separatismo racista y el colectivismo totalitario, es llamativo a la vez que alarmante que los que han sido durante tres décadas los dos grandes partidos nacionales no hayan entendido esta dinámica de confrontación que con tanta eficacia utilizan los destructores de esa Nación que ellos en principio deberían preservar y defender.
Dos millones de catalanes en las últimas autonómicas y cinco millones de españoles en las generales apoyaron programas que empeorarían sus condiciones de vida"
En un mundo globalizado en el que la aceleración del cambio tecnológico y la rapidísima difusión de la información generan incertidumbre y angustia en miles de millones de habitantes del planeta, los demagogos y los dogmáticos de las utopías han encontrado un magnífico caldo de cultivo para la explotación de la irracionalidad con el fin de obtener el poder. La fabricación de enemigos y la movilización de las masas sobre la base del odio y el miedo se han transformado así en mecanismos de considerable utilidad que líderes desaprensivos emplean sin el menor escrúpulo y sin consideración alguna a las nefastas consecuencias que acarrean. Donald Trump ha elegido a China y a los “espaldas mojadas” latinoamericanos como señuelos para soliviantar a los trabajadores de cuello azul, a los granjeros y a las clases medias profesionales de la América profunda y atraerlos a su agresiva empresa de “America first”, sin descuidar a los europeos que abusan de la buena fe estadounidense y no pagan lo suficiente por su defensa y al régimen teocrático de Irán, el único de todos esos supuestos males que es real y que hace muy bien en combatir sin piedad. El dictador venezolano, que ha sumido a su país en el caos y la miseria, consigue el respaldo multitudinario de sus empobrecidos compatriotas lanzándolos contra Washington y sus imaginarias conspiraciones y vive como un rajá de este rencor que le perpetúa en la presidencia y le permite enriquecerse obscenamente. Vladimir Putin, por su parte, ha resucitado el orgullo de la Rusia imperial, presuntamente despreciada y lesionada en sus legítimos intereses geoestratégicos por un Occidente prepotente y corrompido.
En nuestros lares, Pablo Iglesias encona a sus seguidores contra la casta capitalista y explotadora y los separatistas catalanes alimentan sin descanso la aversión a una España invasora, depredadora y asimiladora que pone en peligro, según su delirante visión, la identidad nacional catalana y que la expolia implacablemente. La cuestión es excitar lo peor que anida en el corazón humano y ahogar el análisis objetivo y el contraste de las soflamas políticas con la verdad de los hechos a base de tañer los registros más oscuros y las pulsiones más malignas de los estratos ancestrales de nuestro cerebro, fácilmente inmunes a los benéficos componentes aportados por el instinto altruista, el método científico y la Ilustración.
Una seráfica Meritxell Batet invoca la ‘lealtad y la confianza’ de gentes cuya forma habitual de proceder consiste en mentir y en traicionar"
Esta fabricación de un enemigo inventado como herramienta de generación de adhesiones acríticas y de arrastre de votos es de una eficacia tan dañina como probada y sus resultados están a la vista. Dos millones de catalanes en los últimos comicios autonómicos y cinco millones de españoles en las últimas elecciones generales han apoyado de forma suicida a fuerzas políticas cuyos programas, en caso de llevarse a la práctica, empeorarían considerablemente sus condiciones de vida, los expondrían a la inestabilidad y al desorden y les causarían todo tipo de desgracias. Sin embargo, el deseo incontenible de combatir a un adversario inexistente, aunque percibido como formidable y repulsivo, la oligarquía opulenta indiferente al sufrimiento del pueblo o el Estado español opresor, violento y saqueador, han eliminado cualquier criterio razonable de ponderar riesgos y beneficios o de comprobar la veracidad de muchas de las falsedades con las que han envenenado sus mentes.
Tanto los dirigentes del PP como del PSOE, lejos de ser conscientes de este proceso, han hecho todo lo posible por disfrazarlo, esconderlo y minimizarlo, dejando así a sus bases sociales inermes frente al influjo deletéreo de este encantamiento sulfúreo. Ahora mismo, una seráfica Meritxell Batet invoca la “lealtad y la confianza” de gentes cuya forma habitual de proceder consiste en mentir y en traicionar, y ninguno de los candidatos a presidir el PP pone en duda una estructura territorial e institucional que entrega a populistas y secesionistas los recursos financieros, administrativos, educativos y mediáticos necesarios para dinamitar los fundamentos de nuestra democracia y nuestra convivencia.
Sin duda el partido que advierta la relevancia de este fenómeno devastador y proceda a neutralizarlo mediante la misma técnica, pero puesta al servicio de la libertad, la seguridad, la legalidad y la eficiencia del Estado, tendrá alguna oportunidad de derrotar a los que gracias a la construcción de enemigos de ficción se han erigido en los peores enemigos reales de nuestra tambaleante Nación.
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