Decía un artículo del pasado domingo que las vacaciones de 2020 serán algo así como trasladarse a los veranos de los años 70. Veraneo en el pueblo. Nos podemos olvidar de los viajes largos, porque meterse en un avión se antoja horrendo, entrar en las playas va a estar difícil, lo de los hoteles puede ser insufrible y, para colmo, no está el bolsillo para dispendios cuando ya está aquí una crisis económica devastadora.
Nos iremos al pueblo, por tanto, con la cabeza bien alta. Familia, tranquilidad y naturaleza. Si el calor aprieta demasiado, chapuzón en la piscina del patio o el jardín. Todos aquellos que legítimamente no aguanten a sus suegros tendrán que aguantarse porque les tocará convivir más de lo habitual. La vida posterior al confinamiento se adivina así de dura. Nadie dijo que fuera fácil.
Aquellos que no tengan raíces rurales lo van a tener más complicado pero siempre les quedará alquilar una casa ajena en cualquier pueblo si aspiran a paseos bucólicos y aire limpio. Tienen ocho mil localidades para elegir en toda España. La desgracia de los hoteles y apartamentos playeros ofrece una oportunidad a los alojamientos del turismo rural. Las reservas ya se están disparando pese a que según un estudio hasta el 50% de los españoles crean que este verano no podrán irse de vacaciones.
Este verano no haremos colas delirantes para comprar un helado, no pelearemos por un trocito de playa y no sufriremos con esa visión espantosa de las garras blanquecinas y enrojecidas de los guiris
Algunos afrontan este panorama vacacional como si fuera una tragedia. Pobres diablos. Tienen la visión nublada por ese pesimismo viscoso que es producto del agobio de esta reclusión. No se han parado a pensarlo detenidamente. Hay multitud de ventajas en pasar las vacaciones en el pueblo. La primera y principal de ellas se llama tranquilidad. Este verano no haremos colas delirantes para comprar un helado, no pelearemos por un trocito de playa y no sufriremos con esa visión espantosa de las garras blanquecinas y enrojecidas de los guiris.
Para las familias con niños es un clásico que las vacaciones pierdan su esencia para convertirse en días más estresantes -esos atascos, ese rato para aparcar- que la rutina del resto del año. En esta ocasión cambian las tornas, si bien el turismo rural no siempre es sinónimo de calma, porque en todas las familias está ese culo inquieto que, con el mapa en ristre, desea fervientemente visitar los diecisiete lugares cercanos recomendados en Internet, como si la quietud fuera un martirio.
La segunda gran ventaja para el común de los ciudadanos es que las vacaciones de este 2020 serán por fuerza más baratas. Incluso quienes sí se animen para ir a la playa gastarán menos en bares y restaurantes
La segunda gran ventaja para el común de los ciudadanos es que las vacaciones de este 2020 serán por fuerza más baratas. Incluso quienes sí se animen para ir a la playa se dejarán menos dinero en bares y restaurantes. Gastaremos menos, según todos los expertos, que ya cifran en un 30% este ahorro de los veraneantes. Claro que esto será peor que perjudicial para los hosteleros. Y ya sabemos lo que eso supone en un país tan adicto como dependiente de ese sector.
Todo lo anterior conlleva, además, que obligatoriamente nuestras vacaciones serán más saludables y sostenibles. La preocupación por el bicho tiene sus consecuencias positivas y quizás nos sirva para reconciliarnos, aunque sea un poco, con la tierra que habitamos. Un año de veraneo en el pueblo no es tan trágico, en suma. Para ir a la playa ya tendremos 2021 y todos los años siguientes. Lo mejor de todo, además, es que, diga lo que diga el BOE, en el pueblo no nos pondremos mascarillas.
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