Opinión

Aquella gracieta de que España funcione...

Los más memoriosos recordarán que Felipe González llegó a La Moncloa en 1982 con un abanico de eslóganes e ideas que ya hubiera querido el actual inquilino monclovita. González alcanzó

Los más memoriosos recordarán que Felipe González llegó a La Moncloa en 1982 con un abanico de eslóganes e ideas que ya hubiera querido el actual inquilino monclovita. González alcanzó el Gobierno de la nación con tres palabras: Por el cambio. ¿Verdad que lo recuerdan? Aquello era un enigma porque nadie en los mítines explicaba qué era eso, en qué consistía algo que no se explicaba, pero que convencía a los españoles con una velocidad solo comparable a como nos contagia ahora la variante ómicron. Los españoles de entonces querían cambios, en realidad los que fuesen, con tal de que la realidad demostrara que, como cantaba Carlos Cano, el mecanismo tira p´lante de la manera más bonita y popular.  

Fue durante la precampaña cuando Pepe Oneto -yo creo que con el cachondeo fino que gastan los de San Fernando- le preguntó con mucha gravedad: "Presidente, ¿qué es el cambio?" Y González, que no apreció ironía alguna en una pregunta impropia de un buen periodista, se la creyó y dijo todo circunspecto: "El cambio es que España funcione"

Más o menos por aquellos tiempos, en todo caso antes de que el PSOE llegara a La Moncloa y en plena descomposición de la UCD, un secretario regional socialista, después de volver de un Congreso Federal me dijo que "el socialismo consistía en hacer felices a los españoles". Yo tenía 22 años, y el socialista algunos más. Yo me lo creí, como correspondía a mi edad e ignorancia. Lo peor es que el que me lo decía también se lo creía. A aquel secretario general se lo cargó Bono nada más pisar Toledo.  

España no funciona, pero va tirando

Que España funcione, sí, que funcione. Y luego aquello de que a España no la iba a conocer ni la madre que la parió. Y en eso, miren, acertaron. Pero España no funciona. En realidad nunca funcionó. Nuestra especialidad es ir tirando. Dejar hacer. Que las cosas se arreglen solas. Que sea eso que los mentecatos llaman la sociedad civil la que se ocupe de los problemas. Mejor sin gobierno que un mal gobierno, creen algunos, pero que no se note mucho. La prosapia anima la acción de los gobiernos. La ascendencia y el linaje que da un partido centenario permite llegar a lo más alto para decir que lo estás gobernando. Pero es una ilusión. Puro funambulismo. Y por eso Sánchez aún no ha comprendido que una cosa es la posesión y otra el control.   

Ya no está este país para que se le explique en qué consiste el cambio. No ha hecho falta que los españoles lean el Gatopardo para llegar a la misma conclusión: Si queremos que todo siga como está , es necesario que todo cambie. Y en esa ilusión estamos, si no, no se entiende nuestra devoción por las encuestas, por los anuncios de adelantos electorales y la férrea fidelidad a las urnas el día que nos llaman a votar. Vivimos, pues, en esa ilusión. Damos poca guerra. Somos una masa pastueña que no se inquieta ante el disparate que se ha instalado entre nosotros sin apenas molestarnos. O eso parece.   

Sexta ola y sin saber adonde vamos

Seis olas de covid llevamos contadas, y uno tiene la seguridad de que Ómicron no es la última. En las seis vividas, el Gobierno siempre sacó pecho para poner en evidencia su gestión. ¿Gestión? ¿Qué gestión? Un día llegará en el que la epidemia no siga avanzando por el abecedario griego porque se habrá convertido en endémica. Y entonces habrán acertado, y Fraga, tantos años muerto volverá tener razón: "Sólo aciertan cuando rectifican". Y llegará también el día en que el Gobierno entienda que una cosa es la política sanitaria, que para nuestra desgracia sufrimos, y otra la gestión sanitaria, que desconocemos.  

Tantas olas ha habido como medallas se ha puesto el Gobierno. Pero el Gobierno no está. En realidad no ha estado. Ni con Salvador Illa, un ministro hueco y superado, ni con Carolina Darias, una bienintencionada ministra que durante el tiempo que dura su intervención ante las cámaras pareciera que tiene todas las competencias sanitarias. La ministra coordina fechas, descoloca agendas y da lustre -que no esplendor- a su presidente. Y su presidente, que miren por donde es también el de usted, nos dice que nos pongamos la mascarilla allí donde estemos. ¿Lo ven? ¿Ven para qué tenemos a Sánchez? Política mucha, gestión ninguna.  

Y la ministra, que no tiene competencias pero tonta no es, ha escondido en una caja de zapatos a Fernando Simón, aquel que dijo eso de que, "como mucho dos o tres casos, no hay nada de qué preocuparse". Ahora aparece para minimizar los riesgos de esta sexta ola y culpar al personal por su relajamiento navideño. Y afirma más: "ómicron no es la responsable de la pandemia".  ¿Y cómo lo sabrá? El científico, el serio, el reflexivo, es alguien que no afirma aquello que no tiene claro qué va a pasar. En realidad nadie lo tiene. Más allá de los mensajes que nos ofrecen, los únicos indicadores que conviene estimar son las UCIs o el número de fallecidos. Lo demás, incluso ese presidente que nos dice que nos pongamos la mascarilla en el parque, es cuestionable.

El desastre de la atención primaria

Pero el sistema sanitario no son solo las vacunas y las UCIs. Desde el lunes pasado estoy confinado en mi habitación. Soy positivo desde hace una semana, con la suerte de que lo estoy viviendo como si de un catarro se tratara. No es oportuno ni decente que yo les hable aquí de mi experiencia, pero a día de hoy, y después de intentarlo veinte veces -juro que son veinte veces, ni una menos- no he conseguido hablar con mi centro de salud. Sólo con máquinas. Nadie me ha explicado qué debo hacer más allá de no salir de mi casa.

Sí pude hablar con la consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid. La primera vez para decirme que si quería ver a un médico me fuera a la cola del centro de salud. ¡Un positivo en una cola llena de almas! Luego, la voz del teléfono me dijo que me llamarían. No me han llamado. La segunda vez, llamé para decir que no me había llamado. Me tomaron de nuevo los datos y la voz, amable y cadenciosa, me dijo: "Le llamarán". ¿Se lo imaginan? No me han llamado. Y hasta hubo una tercera vez en la que ante mi insistencia me empezaron a leer una lista de cosas que no debía hacer. Corté la comunicación todo lo amablemente que puede.

¿Qué es el cambio? España no funciona, y ya no está Felipe González. España no es un país dentro de una maldición bíblica. La maldición somos nosotros, porque de nosotros mismos sale esta costilla que juega con la salud y nos trata a modo de divertimento estadístico.

Al menos nos queda Felipe VI

El confinamiento me ha dado lo que no suelo tener, tiempo. Rafael Chirbes, Antonio Muñoz Molina y la Bovary de Flaubert me han acompañado. No me quejaré, sobre todo con esta última compañía. Ahora devoro la gran novela toledana de Galdós, Ángel Guerra. Y de esa novela, y por el gusto de compartir, les dejo este momento previo al estallido de la revolución de 1868. Habla un diletante arribista llamado Simón Bailón: "Esto se derrumbará por sí solo y se deshará como un azucarillo rociado en agua. Después, los que nos sabemos al dedillo las necesidades del país (…) le daremos a usted los materiales para que los vaya mandando a la Gaceta. Nada de Parlamento, ni discursos, ni vocinglería. Gaceta, Gaceta, Gaceta. En ocho días, España al revés, como se vuelve a un calcetín".

¿Qué nos queda entonces? Poca cosa. Y entre tanta poquedad emerge el Rey Felipe VI. Hay quien prefiere la brillantez a la verdad. Creo que felizmente el Rey está en el lado contrario. Y por eso, no me planteo si soy o no monárquico, que no quiero perder el tiempo. Esos debates los resolvemos muchos con la edad, pero también con diligencia. A ver, me pregunto quiénes están en contra del discurso del Rey. ¡Ah, son esos! Donde esté esa gente yo no quiero estar. Así de fácil. Basta de logomaquias. Dice Confucio que los cautos raramente se equivocan. Pues eso mismo.

Y recuerden, ahora que termina 2021 y les van a desear lo mejor para el próximo, que el secreto para ser feliz no es tanto hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace. De corazón les deseo que lo consigan el próximo año y siempre.

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