En España hemos tenido un profesor universitario de izquierdas que se hizo político, fue ministro, vicepresidente, subió en la escala social, y ahora cada vez le escucha menos gente. Pero Grecia se nos adelantó. Famoso por su pelo rapado en lugar de por la coleta, con un piso de lujo en Atenas con vistas a la Acrópolis, una mujer artista y una moto de gran cilindrada, el economista Yanis Varoufakis, que fue asesor del gobierno socialista de Papandreu al que luego tanto criticaría, fue nombrado ministro de finanzas de su país tras la victoria del partido Syriza, en el momento en el que su país necesitaba ampliar el rescate financiero europeo o enfrentarse a una salida del euro.
Su desempeño como ministro no pudo ser más accidentado: se enfrentó a todos, jugó de farol cuando tenía las peores cartas, se vio obligado a forzar el primer corralito en la Eurozona para evitar una masiva fuga de capitales que él mismo estaba provocando con su desacertada gestión y acabó viéndose obligado a dimitir tras ganar su Gobierno un referéndum que se empeñaron en convocar para que los ciudadanos dijeran 'No' (“Oxi”) al acuerdo con la UE, que finalmente tuvieron que asumir de todas formas.
Luego se fue a Australia (tiene la doble nacionalidad) donde vive una hija de su primer matrimonio, escribió varios libros, volvió, y empezó a cobrar unos 60.000 dólares por conferencia. Fundó un partido político (MeRA25) griego –que consiguió 9 diputados en las últimas elecciones de aquel país- y es cofundador del movimiento paneuropeo Diem25, de escaso éxito. Ya en 2017 empezó a hablar mal de Tsipras, el primer ministro que le nombró para el cargo, y en mayo pasado fue noticia en España por afirmar que Podemos se había convertido en Pudimos, y pronosticando su irrelevancia. Pero hoy hablo de él no por temas políticos sino porque, entre sus muchos artículos, he encontrado uno en el que hay reflexiones que, incluso desde la discrepancia, merece la pena compartir.
Resumiendo mucho, él Varoufakis ha escrito recientemente que los tipos de interés deben subir. Argumenta que es lo mejor para la desigualdad: “No olvidemos que, incluso cuando las tasas de interés oficiales son nulas, quienes ocupan el 50 % inferior de la distribución del ingreso no cumplen los requisitos para acceder a créditos baratos y terminan endeudados a tasas de usura con préstamos rápidos, tarjetas de crédito y créditos privados no garantizados. Las tasas de interés ultra bajas solo benefician a los ricos.” Y añade: “Trece años de tasas de interés ultrabajas contribuyeron a una desigualdad gigantesca. Esta creciente desigualdad aumentó el exceso de ahorro, ya que a los ultrarricos les cuesta gastar la montaña de dinero que acumularon.”
Tipos artificialmente bajos
No puedo estar más de acuerdo con esto: los tipos artificialmente bajos han provocado un sobrecalentamiento en el precio de los activos (sea bolsa, vivienda, criptomonedas etc.) que ha generado que el que tuviera capital, ahora tenga más, mientras que el asalariado con escasos ahorros no avanza e incluso está peor. Y el culpable de eso es la política monetaria de los bancos centrales. Y añade:
“Ahora que la pandemia del coronavirus va quedando atrás en las economías avanzadas, sus bancos centrales se parecen cada vez más al consabido asno que, hambriento y sediento por igual, e incapaz de elegir entre el heno y el agua, muere de hambre y sed. Debatiéndose entre los nervios que les genera la inflación y el miedo a la deflación, los responsables de las políticas están adoptando el criterio, posiblemente costoso, de esperar antes de actuar.”
También estoy de acuerdo con ese análisis. Pero ahora vamos a lo más polémico de su propuesta:
“Por supuesto, los bancos centrales temen que aumentar las tasas de interés lleve a la bancarrota de los gobiernos y cause una grave recesión; por eso, el aumento de las tasas de interés debe contar con el apoyo de dos políticas fundamentales: En primer lugar, debido a que una reestructuración importante tanto de la deuda pública como de la privada es inevitable, los bancos centrales deben dejar de intentar evitarla. Mantener las tasas de interés en valores negativos para posponer la bancarrota de entidades insolventes (como los estados griego e italiano, y una gran cantidad de empresas zombis) es una apuesta de tontos.”
Su opinión sobre dejar quebrar a los estados (en realidad lo que pretende es que se condonen sus deudas) es muy poco realista
Un político con diputados en el Parlamento griego asume que su país está quebrado. No sé cómo habrán sentado esas palabras allí (o en Italia) pero lo que dice tiene cierto sentido: las políticas de la Fed y el BCE mantienen vivas a muchas empresas que deberían haber quebrado. Sin embargo, su opinión sobre dejar quebrar a los estados (en realidad lo que pretende es que se condonen sus deudas) es muy poco realista. Es cierto que llegado el momento yo no descartaría una medida extrema a escala global en la que varios bancos centrales se pongan de acuerdo (deben hacerlo a la vez en una proporción similar para que no haya descalabros en el mercado de divisas) en monetizar parte de sus balances pero el enorme riesgo que supone hacer algo así de inaudito no tendría mucho sentido cuando, a día de hoy, un griego o un italiano (siguiendo su ejemplo) pueden vivir con un muy alto nivel de deuda pública en sus estados.
Esa es su labor, y la deuda que emite, y que actualmente le compra el BCE, no es más que la factura de las decisiones políticas de un gobierno elegido por los ciudadanos
Es interesante su punto de vista porque supone dejar de vivir en la actual ficción (que nadie sabe cuánto se alargará) de tipos ultra bajos y bancos centrales financiando casi todo, y hacer un reinicio: perdonar deudas, asumir un desastre de corto plazo pero empezar un nuevo ciclo de política monetaria más acorde a los actuales niveles de inflación. Interesante para echarle una pensada al menos.
Su segunda medida supone que, en vez de comprar deuda, los bancos centrales “financien un ingreso básico y la transición verde”, algo que ya no despierta mi interés porque sería convertir al BCE en gobernador no electo de Europa. Yo entiendo que cada país democrático debe elegir unos representantes que designen un gobierno y que éste, vía parlamentaria, apruebe unos presupuestos generales del estado en los que se determine dónde gastar e invertir. Esa es su labor, y la deuda que emite, y que actualmente le compra el BCE, no es más que la factura de las decisiones políticas de un gobierno elegido por los ciudadanos. Con todos sus defectos, a mi juicio es preferible eso que el que alguien en el BCE decida si debe “crear” dinero en pagar nuestras pensiones o en pavimentar nuestras carreteras. Esas decisiones las deben tomar nuestros políticos electos, y no Lagarde.
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