Opinión

Que se vayan a la mierda

Mandar a la mierda a alguien es un acto defensivo: el que te queda cuando se agotan las palabras y descubres que el otro ejerce de provocador para que pases las líneas rojas que lo políticamente correcto te impone

No tenemos muchas posibilidades de defendernos de la humillación y el desprecio que nos manifiesta con reiteración y alevosía nuestra clase política. La verdad es que en el fondo no tenemos ninguna, como no sea aguantar a pie firme el acoso de sus baladronadas, por lo demás mentiras, que les duran el tiempo que les sale de la boca. En castellano fetén no existe otra expresión rotunda para manifestar la indignación que genera nuestra impotencia que mandarles al carajo (versión culta) o directamente a la mierda (versión tan popular como ágrafa, que no se escribe: se pronuncia). Tiene mala acogida entre los canallas que la provocan porque les parece vulgar, lo que no deja de ser el colmo del cinismo.

Recuerdo dos momentos 'históricos' que posiblemente muchos hayan olvidado -yo no- en los que los cándidos y serviles se sintieron ofendidos por tan vulgar expresión. Uno tuvo por protagonista al cantante Labordeta cuando, acosado en el Congreso de los Diputados por los jabalíes del Partido Popular que boicoteaban con risas y chirigotas que pudiera expresarse desde la tribuna, exclamó con su voz de bajo profundo, airado, “¡váyanse a la mierda!”. Oh, qué dijo, oh, qué dijo, se escandalizaron todos… hasta las buenas gentes acostumbradas a la servidumbre. El otro fue obra también de un bajo profundo, especial para la ocasión. Fernando Fernán Gómez, hartito de los periodistas de la manada que le metían los micrófonos por las orejas para que dijera algo (esa agresión del plumilla, que escribe con alcachofa a guisa de arma de combate y que se cree en el derecho inalienable de obligarte a decir algo, y así se gana la vida, como los carteristas robando calderilla). Entonces lo dijo: “Váyanse a la mierda”. El eco entre el personal gritón pero sumiso fue achacarlo al mal temple del actor, cuando no era otra cosa que legítima defensa.

Estábamos ante cinco personajes ejerciendo de vendedores de rebajas en grandes almacenes

Porque mandar a la mierda a alguien es un acto defensivo: el último que te queda cuando se agotan las palabras y descubres que el otro ejerce de provocador para que te excedas y pases las líneas rojas que lo políticamente correcto te impone. En la historia sólo sé de una ocasión en la que un general, Cambronne, afrontó la conminación del enemigo para responderle y reiniciar el ataque. Fue en la batalla de Waterloo y su merde de entonces aclamada la retiraron de la estatua que le erigieron en Nantes. Ejemplo de que lo políticamente correcto es una herencia burguesa que impregnó a las clases populares. Nuestra literatura lopesca y quevedesca no se atenía a tales banalidades.

No hacía falta la exhibición de los cinco en la televisión para saber que se burlan de nosotros. Estábamos ante cinco personajes ejerciendo de vendedores de rebajas en grandes almacenes. Maqueados como gañanes en petición de boda. Por llamativo, el más alto, apellidado Sánchez, con su sonrisa de cemento armado y ese gesto sublime de superioridad que encierra una competencia absoluta entre su ignorancia universal y la calidez de la piedra pómez. Nada en él es creíble, pero le basta con comprar lo que necesita, al fin y a la postre tiene un partido, un sindicato y hasta un Estado para hacerle la ola. Nada le retrata mejor que el hecho de contratar como ideólogo a un tipo, Iván Redondo, que tiene por ideología la que le paguen, al que conocimos trabajando para el PP y que podría llevar la promoción de los Testigos de Jehová si anduvieran bien de fondos.

Le pasa a Iglesias lo mismo que a Sánchez; no se sabe si son esclavos de los medios o es que son lo que los medios quieren que sean. A veces no tengo muy claro quién domina a quién. Un supuesto ideólogo que se pasa el día, y la noche y la madrugada, dándole gusto a la lengua y a la jeta. No hay tertulia a la que no vaya ni entrevista que considere fuera de lugar; allí donde hay una oportunidad, allí está el platanito. Ni él sabe ya dónde se encuentra y qué tontería le pide la audiencia. Ahora le he leído unas confidencias donde se explaya sobre su habilidad en el uso del sexo oral y los cuidados a que somete su piel todos y cada uno de los días. ¿Se habrán vuelto locos estos muchachos ya talluditos o es que nunca les dieron la oportunidad de exhibirse conforme a sus auténticas inclinaciones? Habría que sugerirles que ya no se refirieran más a Rosa Luxemburgo y recordaran a Amanda Lear, aquella equívoca musa de Salvador Dalí, que escribió lo suyo y con desparpajo. Y recomendarles que, en vez de las dignas antiguallas de Antonio Gramsci, el pobre tan poco agraciado para los efebos, se metieran a fondo en los textos y discursos de don Alejandro Lerroux, que ése sí les puede servir para los empeños en los que se han enfrascado.

Llevan la fecha de caducidad en la cara, por eso la exhiben ante todo ese puñado de gente que les siguen porque, como ellos, viven del espectáculo

De Casado todo lo que se puede decir es que no se puede decir nada. Está y no lo parece, habla y es como si estuviera callado, podríamos calificarle como un vegano de la política, pero la vida da tantas sorpresas que luego resulta que le sale el carnívoro que lleva dentro. Le ocurre como a todos, está al albur de los resultados; llevan la fecha de caducidad en la cara, por eso la exhiben ante todo ese puñado de gente que les siguen porque como ellos viven del espectáculo.

Rivera es otro caso emblemático. Todos esperaban una actuación estelar y cumplió con las expectativas: se sacó un trozo de baldosa para ilustrar al personal, y conmovió a la audiencia sin duda; iba para eso. Rufián, cuando hacía de lo suyo, lumpen charnego ganándose el jornal, tuvo más de una salida de ese tipo, pero luego se volvió clase media barcelonesa, que es la aspiración de todo pijoaparte de cercanías, y sin saber bailar sardanas lo invitaron a las casas bien.

Queda Abascal, que a mí me recuerda los chulos de colegio de pago. Mucho pecho y poca cabeza, pero puede hacer fortuna; convivimos con muchos miles como él. Hay más de media Cataluña a quienes Vox se la bufa porque aquí la xenofobia gobierna, la violencia domina la escena y la opinión pública nunca sirvió más que para el servilismo y la adulación. La agresividad sectaria domina las instituciones, que no tienen ningún embarazo en proclamarlo. ¡Qué van a decirnos de fake news y manipulaciones, si hemos de penar con ellas más que si fueran condenas del Tribunal Supremo! La mierda es suya, caballeros. 

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