Opinión

De fuera vendrá

El discurso que pronunció este sábado Manuel Valls, flamante concejal del Ayuntamiento de Barcelona, en la constitución del Consistorio, fue, probablemente, el más brillante de cuantos haya pronunciado en su

El discurso que pronunció este sábado Manuel Valls, flamante concejal del Ayuntamiento de Barcelona, en la constitución del Consistorio, fue, probablemente, el más brillante de cuantos haya pronunciado en su breve carrera política en España. Liberado del corsé fraseológico de la campaña, el ex primer ministro francés reconvino a Forn la mentira fundacional de su alocución, se proclamó adversario de la extrema derecha, de los populismos de izquierda y derecha, y del nacionalismo, y le recordó a Ada Colau que ella es alcaldesa gracias al apoyo de Celestino Corbacho, Eva Parera y él mismo.

Ello, abrochado con exquisita teatralidad: a usted, Colau, le tiendo la mano; a usted, Torra, se la niego. Con todo, el aspecto más luminoso de su intervención, lo que convierte a Valls en el político contemporáneo más importante de Europa, fue la referencia a su peripecia transnacional, así como el anhelo de que, en un futuro, deje de ser insólita. Su alegato fue doblemente ejemplar por cuanto también sublevó al voxismo, cuyo líder, retorciendo el casticismo hasta la xenofobia, se preguntaba minutos antes si Ciudadanos era un partido español o un partido francés. La huella de Jarabo.

Habría bastado un tamayo en los comunes para dejar a la segunda ciudad de España bajo el yugo del independentismo

Entretanto, en la plaza, la chusma clamaba contra el mundo, en lo que semejaba una recreación de la furibunda manifestación convergente (¡de país!) que, el 31 de mayo de 1984, rompería en el siniestro parlamento de Pujol desde el balcón de la Generalitat. Como entonces, se trataba de reclamar la exclusividad de la ética. Su uso normal y preferente, por decirlo con la Norma. Fue ver la botella estallando al paso de Colau y Collboni y aparecérseme aquel Obiols, bañado en salivazos.

Como era de prever, los tres regidores de Cs votaron en blanco, alegoría. Habría bastado un tamayo en los comunes para dejar a la segunda ciudad de España bajo el yugo del independentismo. Para esa hora, Rivera ya le había dado cuerda al segundo trampantojo de la tarde. Así, y después de recuperar la figura de ‘vicealcaldesa’ para atenuar el fiasco en las negociaciones por la Alcaldía de Madrid, entraba en circulación la especie de que un gobierno de Colau y Collboni era igual de malo que uno de Maragall y Colau. Debimos haberle dicho: “Imposible no es sólo una opinión”. Ahora es tarde.

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