Opinión

Venezuela y el fraude perfecto

Salvo que medie un milagro, lo más probable es que Nicolás Maduro se mantenga en el poder otros seis años. Por milagro no hay que entender que de pronto aparezcan las actas y se demuestre que, tal y como denuncia la oposición, ellos han ganado l

Salvo que medie un milagro, lo más probable es que Nicolás Maduro se mantenga en el poder otros seis años. Por milagro no hay que entender que de pronto aparezcan las actas y se demuestre que, tal y como denuncia la oposición, ellos han ganado las elecciones. Eso no sucederá. Tampoco hay que entender un golpe de Estado militar ni una intervención externa. El único milagro que pondría fin al chavismo sería que una parte del chavismo decidiese traicionar a la causa y pactar con los opositores una transición. Esto hoy por hoy ni está ni se le espera.

El chavismo no es una dictadura al uso. No se trata de un régimen militar como el Chile de Augusto Pinochet o la Argentina del llamado proceso de reorganización nacional. No es tampoco un calco del castrismo. En Venezuela Hugo Chávez, un militar golpista, llegó al poder en unas elecciones y creo después una república de nuevo cuño enteramente a su medida. Un sistema concebido para que, manteniendo una fachada democrática con elecciones periódicas, cierta oposición y mucha mística revolucionaria, nunca se viese obligado a abandonar el poder. Tras esa fachada, una simple cortina estampada que muchos en Europa y América compran con entusiasmo, lo que había y sigue habiendo es una mafia, una serie más o menos organizada de grupos criminales que controlan el aparato estatal en su beneficio.

Esa es la clave que explica la pervivencia del chavismo. De no ser así habría caído hace mucho tiempo porque la popularidad de Nicolás Maduro siempre fue muy baja por más que se empeñe en autodenominarse como “hijo de Chávez”. Los fraudes electorales son lo habitual desde hace años. Para ello se valen de un rosario de técnicas que empiezan en las mismas candidaturas. El régimen inhabilita por sistema a todo aquel candidato que tenga tirón popular y pueda constituir una amenaza. Eso se da tanto a escala nacional como regional. Estas inhabilitaciones son siempre arbitrarias y se justifican con las más peregrinas razones.

En Venezuela Hugo Chávez, un militar golpista, llegó al poder en unas elecciones y creo después una república de nuevo cuño enteramente a su medida

Pueden hacerlo porque el sistema judicial es parte integral del régimen. Una de las primeras medidas que tomó Chávez fue poner a los jueces a servir a la revolución. A cualquier orden emanada del palacio de Miraflores se le da cumplimiento inmediato en los tribunales. Podrían hacerlo de forma ejecutiva, pero, de nuevo, la fachada importa. No es el presidente, sino un juez quien ha inhabilitado a tal o cual candidato. Eso sus aliados en el extranjero lo agradecen especialmente porque siempre pueden argüir en defensa del chavismo que allí impera el Estado de Derecho.

Si, a pesar de las inhabilitaciones preventivas, uno de los candidatos tiene posibilidades reales de ganar se pone en marcha toda la maquinaria del Estado para impedirlo. Los medios de comunicación venezolanos, antaño numerosos, plurales y vibrantes, hoy sirven en su gran mayoría como correa transmisora del Gobierno. Quien desde un periódico o una televisión osó en el pasado desafiar a Chávez o a Maduro lo pagó en forma de cierres, expropiaciones, casos judiciales fabricados o simples turbas que asaltaban la redacción. A pesar de ello, hasta el momento presente han sobrevivido algunos medios refugiados en internet. En estas elecciones cargaron sobre ellos bloqueando su acceso dentro del país. Eso transformó a los venezolanos en improvisados corresponsables de los actos de la oposición. Grababan las intervenciones públicas de Edmundo González Urrutia o de María Corina Machado con sus teléfonos móviles y luego lo compartían con sus familiares y amigos. Esto el Gobierno no podía impedirlo, así que recurrió a otra técnica, la de desconectar las células de la red en las que había mítines opositores.

Esta vez ni las inhabilitaciones previas, ni el control absoluto de los medios conseguían invertir la tendencia de los sondeos. En otros tiempos económicamente más felices como los de Hugo Chávez el Gobierno se mostraba dadivoso, compraba votos a granel con cargo al presupuesto. En las elecciones de 2012, las últimas en vida de Chávez, se gastaron 70.000 millones de dólares para garantizar su reelección frente a Henrique Capriles, es decir, más de la mitad de los ingresos petroleros del país aquel año, que fue de 124.000 millones de dólares.

Si, a pesar de las inhabilitaciones preventivas, uno de los candidatos tiene posibilidades reales de ganar se pone en marcha toda la maquinaria del Estado para impedirlo

Hoy la renta petrolera no es ni sombra de lo que fue, no hay dinero para comprar voluntades así que no quedaba otra opción que tirar de técnicas más agresivas como detener y encerrar de forma selectiva a líderes opositores, amenazar con el Armagedón si ganaba González Urrutia y, lo más importante de todo, dar el do de pecho durante la jornada electoral mediante la llamada “operación remate”. En eso cuentan con acreditada experiencia. La operación consiste en acarrear votantes a los colegios electorales y coaccionarles para que voten por Maduro. Son muchos los que en Venezuela malviven de los subsidios en forma de simples bolsas de comida. De no hacer lo que les indican, esas bolsas y la supervivencia de la familia se evaporan.

Por si eso no es suficiente, hay otros dos métodos infalibles. Uno es presionar mediante lo que se conoce como colectivos (grupos de fanáticos chavistas extraídos de ambientes delincuenciales), y el otro ralentizar el voto en los distritos en los que la oposición suele obtener mejores resultados. Lo primero sirve de disuasor muy efectivo. En Venezuela te pueden matar por cualquier cosa en cualquier lugar. Es uno de los países más peligrosos del mundo y también de los más impunes. Enfrentarse a un colectivo de criminales armados no es fácil. Lo segundo también se demuestra efectivo porque se forman colas kilométricas en los colegios. Muchos no quieren esperar en la calle bajo un sol de justicia y expuestos además a que aparezcan los miembros de un colectivo a imponer su ley a balazos.

La última línea de defensa de la revolución es el recuento haciendo bueno aquello atribuido a Stalin de que en unas elecciones no importa tanto quién vota como quien cuenta los votos. El Consejo Nacional Electoral (CNE) no es una autoridad electoral independiente, sirve en exclusiva a los intereses del Gobierno. En 2013 hubo ya un escándalo de grandes proporciones en el escrutinio. El sistema se cayó en mitad del recuento por presuntos problemas de conexión a la red y cuando volvió se habían invertido los resultados. Maduro pasó de perder a ganar las elecciones en unos minutos. El CNE participó del enjuague a pesar de que las irregularidades eran evidentes. La oposición denunció que se había perpetrado un fraude mediante una masiva adición de votos falsos provenientes de dobles cedulados (personas que votaban dos o más veces por disponer de varias cédulas de identidad) o simplemente electores ficticios añadidos durante el apagón.

Con tantas salvaguardas es imposible que el chavismo pierda el poder en unas elecciones. Tras un cuarto de siglo, la estrategia de fraude electoral la tienen muy refinada. Sumémosle a eso que el sistema lo crearon ellos para atender sus necesidades. El chavismo es un sistema en el que los contrapesos no existen, por eso es tan atractivo para los aspirantes a dictador en otros países. Dicen admirar la revolución, pero en realidad lo que les atrae es la posibilidad de mantenerse indefinidamente en el poder exhibiendo legitimidad popular.

Hace unos años Emili Blasco, antiguo corresponsal de ABC, lo exponía de forma tan concisa como acertada en un libro que se autopublicó en Amazon:

“Lo que Chávez ofrecía era un pack. La experiencia venezolana enseñaba a otros gobernantes a eliminar los contrapesos democráticos de un país, cercenando la independencia de tribunales supremos y de los árbitros electorales, aherrojando la libertad de los medios, especialmente la televisión, e impulsando, con acoso a la oposición, la extensión formal o informal de los poderes presidenciales”.

Estas líneas fueron escritas hace casi diez años. Nada ha cambiado desde entonces. Del chavismo Venezuela podrá salir, pero de forma pacífica sólo podrá hacerlo si sectores disconformes del propio chavismo se embarcan en la operación. Algo así no parece que vaya a suceder porque el chavismo no es simplemente un Gobierno dictatorial, es algo parecido a varias organizaciones criminales que han capturado un Estado. No es política, es negocio, y a eso nunca se renuncia voluntariamente.

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