Opinión

Venga más veces

Doy por hecho que, a estas alturas, están ustedes más asfixiados por la intermi

Doy por hecho que, a estas alturas, están ustedes más asfixiados por la interminable campaña electoral (llevamos dos seguidas, que se dice pronto) que por las sucesivas olas de calor. A la campaña le ha ido mal en estos días. Se da por sentado que un asunto de estos es, de lejos, la noticia más importante de todas durante varios días: nada atrae tanta atención de los medios y nada debería interesar tanto al público como las elecciones. En las rarísimas ocasiones en que esto no sucede, los analistas, los estrategas de los partidos, los periodistas “especializados” y desde luego los líderes andan por ahí como vaca sin cencerro: no entienden lo que pasa, qué es lo que está saliendo mal.

Y lo que está saliendo mal es la realidad. Por extraño que parezca, y por mucho que esto cabree a los medios empeñados en llevar el agua de los electores al molino de sus preferencias políticas, en esta semana se han producido en España dos noticias que han hecho girar la cabeza de los ciudadanos en una dirección no prevista.

La primera ha sido la muerte de Francisco Ibáñez, el historietista más célebre de España. Siempre dije que el creador de Mortadelo y Filemón tiene la categoría artística y la genialidad de William Hogarth, el pintor satírico británico que, a mediados del siglo XVIII, abrió la puerta por la que habrían de pasar todos los pintores y dibujantes que han hecho reír a los europeos desde entonces. La que para mí es la obra cumbre de Ibáñez, su álbum El Tesorero, sobre las malandanzas de Luis Bárcenas y sus sobres y sus papeles, es nieta directa de la serie El progreso del libertino, de Hogarth. En su día hubo quien refunfuñó, escocido, porque el dibujante hubiese metido una vidriosa cuestión política en una historieta de Mortadelo y Filemón. Era exactamente al revés: la política y sus personajes –por lo menos aquellos personajes– habían descendido al ámbito ridículo, lentejero y chiflado de Mortadelo y Filemón. No era nada fácil ver una diferencia significativa entre Bárcenas y el doctor Bacterio, o entre Rajoy y el superintendente Vicente. Eso fue lo que señaló Ibáñez, genial quizá como nunca antes en toda su vida.

El país contuvo la respiración porque Ibáñez, propietario de un talento inagotable y de una capacidad de trabajo sencillamente sobrehumana, había hecho reír a cuatro generaciones de españoles durante 65 años. Eso es muchísima gente. Mortadelo y Filemón (“un par de gilipollas”, como los definió su creador cuando le preguntaron por ellos para rodar una película) eran mucho más conocidos que el acueducto de Segovia. No hay prestidigitación electoral que pueda con eso.

El segundo acontecimiento que ha desbaratado las asechanzas de los estrategas electorales ha sido una pura gloria: Carlos Alcaraz, un chavalín de Murcia que sonríe muy bien, que juega al tenis y que acaba de cumplir veinte años, ganó el torneo londinense de Wimbledon –algo así como el premio Nobel del tenis– tras derrotar en la final nada menos que al invencible Novak Djokovic.

Ahora mismo, después del triunfazo de Wimbledon frente al temible Djokovic, el 83% de los españoles sabe quién es este muchacho. En mayo pasado esa cifra era del 72%.

El de Alcaraz es un fenómeno extraordinario. A Rafa Nadal, el mejor tenista español de todos los tiempos y uno de los tres o cuatro mejores de la historia, le llevó años convertirse en Rafa Nadal. No hablo de las estadísticas ni de los torneos ganados; hablo de la popularidad, de su impacto entre los ciudadanos. Hoy es una figura respetada por todos que transmite un mensaje inequívocamente positivo, pero es que lleva ganando torneos en todo el mundo desde principios de este siglo, desde antes de que Carlos Alcaraz naciese.

El crío de Murcia ha logrado eso mismo en poco más de un año, desde que ganó en Madrid en mayo de 2022. Es una locura. Carlitos, como le gusta que le llamen, tiene en Instagram el triple de seguidores que Sánchez, Feijóo, Yolanda Díaz y Abascal todos juntos. Cada vez que el chico, número 1 del mundo, salta a la pista a jugar, sea donde sea y sea contra quien sea, los organizadores del torneo se abrazan entre lágrimas de felicidad, porque Carlitos llena invariablemente los aforos y da lo mismo el precio de las entradas. Lo mismo sucede con las audiencias de televisión de sus partidos: se multiplican. Ahora mismo, después del triunfazo de Wimbledon frente al temible Djokovic, el 83% de los españoles sabe quién es este muchacho. En mayo pasado esa cifra era del 72%.

No se trata ya de que el niño juegue bien o mal, que juega mejor que nadie (hace cosas que, desde el punto de vista físico, no es posible hacer), sino que transmite una imagen deslumbrante hecha de juventud, bondad, sencillez, fortaleza, determinación, alegría, talento, disciplina y espontaneidad, todo a la vez. Su impacto entre la gente más joven es casi irresistible. Y los valores que ejemplifica son pura salud para la mente de la “generación Z” o de los centennials. Se ha convertido en un referente de primera magnitud y en una fuente de alegría para muchos cientos de millones de personas en todo el mundo, les guste el tenis o no. En España, el único fenómeno comparable es el de La Roja.

El domingo 16 de julio pasará a la historia por muchos motivos. El primero, porque se vivió uno de los partidos de tenis más perfectos (y apasionantes) de todos los tiempos, comparable a la final de Wimbledon de 2008, en la que Nadal venció al suizo Federer y sobre la que se han hecho varios documentales.Ambos fueron encuentros imposibles de olvidar. Otra razón fue la lista de asistentes. Entre aquellas 15.000 personas había un centón de celebrities del cine, de la música y del deporte, como Daniel Craig, Brad Pitt, Andrew Garfield, Hugh Jackman, Emma Thompson y muchos más; antiguos campeones como Martina Navratilova, Chris Evert, Stefan Edberg, Billie Jean King, el legendario Stan Smith o Andy Murray. Estaban también los Príncipes de Gales con sus hijos.

“Es la segunda vez que viene a verme jugar… Y en las dos he ganado, así que ¡venga más veces!”. Carcajada de don Felipe y de todo el estadio, como es obvio

Y estaba el Rey de España, Felipe VI, que viajó a Londres para ver jugar a Alcaraz.

La presencia del jefe del Estado produjo varias anécdotas sabrosas. La primera llegó cuando el impredecible y espontáneo Carlitos, ya con el trofeo en las manos y en inglés, le dio las gracias por su presencia delante de todo el mundo: “Es la segunda vez que viene a verme jugar… Y en las dos he ganado, así que ¡venga más veces!”. Carcajada de don Felipe y de todo el estadio, como es obvio. Unos minutos después volvieron a encontrarse en el interior del suntuoso All England Lawn Tennis Club, entre muchas más autoridades. El Rey, por lo bajini, le dijo al chico: “Oye, ¿tú eres consciente de lo que has hecho?” Y Carlitos: “Pues laverdá que no. Sé que he ganado el partido, pero me va a llevar unos días darme cuenta de todo esto…”.

La tercera es una foto muy curiosa. Alcaraz, ya campeón, da una vuelta de honor alrededor de la Central Court (la pista central de Wimbledon, llamada “la Catedral”) con todo el mundo puesto en pie, y pasa frente al Royal Box o palco real. Allí están todos los famosos, con los Windsor a la cabeza, y también Felipe VI. El Rey, de pie, aplaude, como todos. Y Carlitos, desde la hierba, le mira y eleva las manos juntas hacia él: no se sabe si le está dando las gracias, si es la palmada de un aplauso o si es una especie de oración. Todo podría ser.

Esa foto, colgada en Twitter por la cuenta oficial de Wimbledon (y retuiteada por la Casa Real española), ha recibido cientos de comentarios, la inmensa mayoría en inglés pero no todos. También la inmensa mayoría son felicitaciones al jovencísimo campeón y elogios superlativos hacia su hazaña. Muchos, pero muchos, señalan elogiosamente la presencia del jefe del Estado en el trascendental día.

Pero luego hay otros que hacen el mismo efecto que una cucaracha en un plato de leche. Son pocos, apenas unas decenas, pero todos menos uno (que se metía con los toros, no sé por qué) están escritos en español. Vaya cosa medieval, dice alguno que seguramente no era el más listo de su clase. Ahí viendo el tenis en vez de estar trabajando, dice otro. Qué vida se pega. El viaje se lo hemos pagado nosotros. Panda de ladrones. Por ahí seguido.

Qué habrán pensado de esa diminuta, avinagrada y chillona cuadrilla de españoles que, en semejante circunstancia, aprovecharon la ocasión para ponerse a escupir sobre su Rey

Es una gota en un océano, sí, pero me pregunto qué habrán pensado los británicos, los alemanes, los checos, los franceses e italianos, desde luego los serbios y todos los demás que escribieron allí para felicitar a Carlos Alcaraz, al leer eso; qué habrán pensado de esa diminuta, avinagrada y chillona cuadrilla de españoles que, en semejante circunstancia (la primera victoria de un varón español en Wimbledon en trece años), aprovecharon la ocasión para ponerse a escupir sobre su Rey. Como suelen hacer, por otra parte. Eso es algo inimaginable en cualquier otro país europeo con monarquía democrática. Y demuestra una cosa: que la política que padecemos cada día, hecha en su mayor parte de salivazos, de mentiras, de demagogia, de grosería y de “todo vale”, en realidad es la que nos merecemos. O la que muchos gañanes que parecen sacados de las novelas de Galdós hacen que parezca que nos merecemos todos. Yo estoy convencido de que no es así, de que no somos todos ni muchísimo menos, pero qué tristeza da comprobar que los extremos y los extremistas se siguen tocando, se siguen pareciendo tanto después de dos siglos. Qué pena de gente.

En fin, volvamos a la realidad: el domingo iremos a votar. Y concluirá por fin este dolor de tripa que es la campaña electoral. A ver por cuántas semanas…

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