La comisión de reconstrucción del Congreso de los Diputados es dinamita pura. No hay una sola reunión en la que algo no salte por los aires. Esta semana tocó el turno a la diputada de Vox Macarena Olona y a la ministra de Igualdad, Irene Montero. Ambas tuvieron un enganchón verbal. El motivo, en principio, fue el feminismo. Si hasta parece que no hemos pasado por una pandemia.
Con esa voz suya, queda y susurrante, Olona reprochó a Montero su silencio en el caso de las menores abusadas en Baleares. Le afeó su feminismo de cuota y hasta la acusó de considerar más mujeres a las que no se depilan las axilas. Montero, visiblemente demacrada y cubriéndose el rostro con las manos, se revolvía en su silla, ensalivando cada palabra antes de escupirlas como respuesta.
Ya en el turno de palabra, la ministra se plantó ante la diputada de Vox. Sus críticas no le hacían mella, dijo. Sacando provecho del agravio, acusó a Olona de antipatriótica por sus críticas al gobierno. Una frase de Montero, la que sirvió de prólogo a su réplica, aún retumba en mi cabeza: “Vengo llorada de mi casa”.
Galapagar no está lejos. Así que treinta kilómetros de distancia y un chalé valorado en seiscientos mil euros custodiado por 25 guardias civiles le dan margen de sobra a Montero para llorar a gusto y llegar empapada de lágrimas a cualquier lado, especialmente cuando su marido, el cardenal Iglesias, perdón quise decir el vicepresidente segundo, anda por la vida destruyendo tarjetas SIMS en hornos microondas.
Galapagar no está lejos: 30 kilómetros de distancia y un chalé valorado en seiscientos mil euros le dan margen a Montero para llorar a gusto
Olona, que despojada de su mascarilla patriótica lucía pálida como una ninfa de Moureau, miraba a la ministra sin alterar el gesto. Y yo hasta me pregunté si en algún momento Olona le había prestado a Montero su tapabocas militar estampado con la rojigualda para que enjugara sus lágrimas.
El feminismo, como la democracia, el parlamentarismo, la crisis, la pandemia o el paro, han pasado de ser conceptos a convertirse en morcillas: retacería de palabras gruesas, embutidas a la fuerza dentro de una pegajosa película de nada. Que Montero puede llegar todo lo llorada o borracha que desee, como Olona es libre de increparla. Por libertades que no quede. Jo, tía.
El inconveniente, acaso, es ese regusto aceitoso que queda después de escuchar estos debates gruesos. Una capa adiposa que se pega a las arterias y convierte lo público en un picadillo mezclado con agua y grasas. Irene Montero está muy “perdida como mujer”, según Macarena Olona, pero el verdadero extravío, en realidad, es el que nos espera ni este clima se extiende.
Día 96 del estado de alarma, pero lo importante es una cosa: la ministra viene llorada de casa.
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