A la altura del lunes 30 de mayo de 2011, decía Alfredo Pérez Rubalcaba -para quien todas las honras fueron fúnebres y todos los denuestos en carne viva, tanto los procedentes de sus compañeros de partido como los que, incesantes, le dedicaban sus impagables adversarios- que “el PSOE no es un partido en busca de derrotas dignas sino de victorias democráticas”. En su opinión, para ganar en las urnas las campañas electorales socialistas más que pregonar lo mal que lo haría la derecha en el poder deberían incidir sobre la bondad del propio proyecto. De ahí, el error de algunos asesores áulicos de nuevo empeñados en elegir al peor PP de entre todos los posibles como adversario, para presentarlo como un peligro del todo indeseable y favorecer así, por reducción al absurdo, la mejor cosecha de votos. Recordemos que por esa senda caminó José Luis Rodríguez Zapatero, impasible el ademán, hacia el punto culminante de la derrota lograda en noviembre de 2011.
Por entonces, el cálculo de ZP era que, azuzar el antagonismo hasta la ceguera sectaria serviría de gran ayuda para que la grey socialista votara unida sin flaquear ni aplicarse con autocríticas a los clamorosos fallos propios. El caso es que, en la primera legislatura de ZP y en buena parte de la segunda, prestar apoyo al PP era penalizado ante la opinión pública y considerado por los otros grupos parlamentarios como un desdoro mientras que, ahora, a la inversa, podríamos estar asistiendo a un deslizamiento que al invertir las actitudes amenaza con dejar al Gobierno y a su grupo parlamentario en el desvalimiento de una soledad inaguantable.
Alfredo primero escuchó los relatos de quienes habían sido derrotados en las elecciones locales y autonómicas del domingo 22 de mayo y concluyó diciendo: “Habéis perdido las elecciones por ser del PSOE”
Cuando entonces, en el Comité Federal todavía se producían análisis lúcidos de la situación. De esa naturaleza fue el que hizo Rubalcaba, entonces ministro del Interior y Portavoz del Gobierno, quien comparecía ante el cónclave socialista para aceptar ser candidato a las primarias donde habría de dirimirse quién figuraría como cabeza de lista de las legislativas previstas diez meses después, en febrero de 2012. Comicios que acabaron adelantándose seis meses, a noviembre de 2011. En la sede de Ferraz, Alfredo primero escuchó los relatos de quienes habían sido derrotados en las elecciones locales y autonómicas del domingo 22 de mayo y concluyó diciendo: “Habéis perdido las elecciones por ser del PSOE”. O sea, que esa pertenencia, en esa ocasión, en vez de ser un valor añadido habría sido lo contrario, un valor sustraído, es decir, habría restado”. Inútil sería buscar una intervención de un descaro comparable en la reunión del Comité Federal que siguió a la clamorosa derrota sufrida en Andalucía, donde se produjeron treinta y un turnos de intervenciones sin que se registrara crítica alguna.
La luz de agosto que se apaga dejará paso a los asuntos pendientes, en un clima de aceleración con más incógnitas que ecuaciones y muchas variables independientes. Todo indica que, de aquí a nueve meses, es decir al domingo 28 de mayo de 2023, fecha indeleble para la celebración de las elecciones locales y autonómicas, los cambios que pudieran producirse en la composición del Gobierno traerán causa de necesidades para desembarcar ministros que puedan ser cabezas tractoras en las candidaturas para las alcaldías o las presidencias de las Comunidades Autónomas o para segarle la yerba a quienes quisieran seguir al frente de sus baronías territoriales, habiendo mostrado falta de calor en el elogio a Sánchez. Últimos viajeros regresados de las vacaciones de agosto refieren que este año se ha detectado entre los veraneantes una irascibilidad desconocida. Veremos.
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