Todos los años por mayo coincidiendo con San Isidro el insigne escritor de izquierdas Manuel Vicent publicaba indefectiblemente una columna en el diario El País denostando los toros. Ya saben, aquello de la escabechina, del maltrato animal, del olor hediondo de la sangre. En fin… Yo amo los toros gracias a mi suegro Fernando, que en paz descanse. Él era abonado a la plaza de Pamplona en los Sanfermines, y aunque es el peor coso del mundo para disfrutar de la fiesta, me ayudó mucho a entender la liturgia y la magia escondida en este espectáculo atávico. Pero he de decir que más que él, y que incluso antes que con él, empecé a adorar la fiesta por las crónicas señeras de Joaquín Vidal en El País donde muchas veces, más que aprender de toros, se podía aprender a escribir. Vidal publicó un pequeño libro titulado El toreo es grandeza que es un resumen perfecto de todos los volúmenes dedicados a la fiesta por el inestimable Cossío.
Pero si he empezado a hablar del señor Vicent y de los toros es porque me habría gustado escribir cada año, como él, llegado el verano, un artículo sistemático y regular en contra del uso de los pantalones cortos, esa moda que se ha generalizado desde hace décadas cuando llega el calor y que a mi me parece la muestra más evidente de la decadencia de la civilización occidental. El profesor Jesús Huerta de Soto, que es un liberal impenitente, sostiene que la caída de Roma no fue el producto del acoso de los bárbaros sino el resultado inexorable del socialismo y del establecimiento ya en aquella época del Estado de Bienestar. Estoy de acuerdo.
Los emperadores romanos, para congraciarse con el pueblo, impulsaron la política del ‘pan y circo’. De manera que el pan se regalaba y había todos los días en Roma circo gratis. Las consecuencias fueron devastadoras para la industria del trigo que fabricaba pan. La población de Roma creció en poco tiempo de los 200.000 habitantes al millón, todos llegados al calor de la subvención, pero los negocios quebraban irremisiblemente, y lo que era un libre mercado de transacciones voluntarias entre las partes terminó venenosamente contaminado.
Mantener aquel edificio artificial exigía cada vez más impuestos, aderezado con la inflación que corrompe la moneda, lo que provocó un malestar creciente entre la gente trabajadora con sentido común
Si no obtienes la rentabilidad que esperas de tu esfuerzo y de tu trabajo, todos acaban apuntándose a la dádiva. Mantener aquel edificio artificial exigía cada vez más impuestos, aderezado con la inflación que corrompe la moneda, lo que provocó un malestar creciente entre la gente trabajadora con sentido común, de manera que los romanos prefirieron finalmente depender de los bárbaros que de unos gobernantes inicuos. El pan y circo de ahora es el ingreso mínimo vital del señor Sánchez y el de su ministro Escrivá y las consecuencias empezaremos a verlas más pronto que tarde a partir del otoño.
Pero yo quería escribir, como Vicent de los toros, un artículo sobre los pantalones cortos, que me parecen una aberración. Como soy heterosexual y, según los cánones actuales, probablemente machista, yo prefiero ver las piernas de las mujeres, aunque no todas las tengan bonitas. Es decir, me gusta que usen un vestido o que lleven falda. Pero detesto que los hombres hagan lo mismo. ¿Por qué me obligan a ver sus piernas? Mis hijos llevan por supuesto en verano pantalón corto, pero a estos los perdono porque son mis hijos y porque además tienen las piernas hermosas. ¿Pero a los demás? Sé que este artículo me enemistará con casi toda la humanidad, y con mis seguidores y amigos, que incurren habitualmente en el vicio. No me importa. La vida es riesgo.
Capucha y té hirviendo
Un hombre con pantalón corto es ridículo, o peor aún, patético. Algunos tienen las piernas como esos puros que llaman caliqueños, la mayoría son todas espantosas, pasadas de pelo, y normalmente húmedas, claro. Yo cuando he estado en Marruecos sólo veo a hombres vestidos con una túnica blanca, incluso con capucha, de la cabeza a los pies, y cuando me reciben me dan té hirviendo, y dicen que lo hacen para protegerme del calor.
A mi me parece que, en este aspecto al menos, son mucho más prudentes, más correctos y bastante más civilizados que nosotros. ¿Por qué diablos me tiene que obligar alguien a verle sus piernas? Como la degeneración ha alcanzado caracteres colosales, hay gente que lleva no pantalones cortos normales sino pantalones de deporte -de esos que alimentan el sudor-, y que se rasca indefectiblemente los genitales mientras se toma una caña, y que aderezan estas costumbres siniestras llevando chancletas, y enseñando los pies, que es la parte del ser humano más discutible de todas. Yo cuando veo a un hombre con chancletas sólo me acuerdo de lo bien que le sentaría un ‘zapateao’ de la grandiosa Lola Flores sobre esas extremidades horrendas.
Mi amigo Javier, al que quiero mucho, lleva también pantalón corto, pero de marca -un pequeño alivio-, y se calza con alpargatas caras, pero tiene la mala costumbre de quitárselas cuando está en confianza, de manera que estoy obligado a ver sus pies. No están mal. ¿Pero por qué me inflige esa tortura? El caso es que la civilización va cayendo en picado, paso a paso, sin que nos demos cuenta, que es lo más dramático.
La comodidad, el relajo, es el enemigo cerval de la productividad. Occidente ha prescindido del sacrificio y de la capacidad de resistencia ante la adversidad, y así le va
Yo procuro bajar a la playa siempre en pantalón largo, naturalmente informal. Es un pantalón largo blando. Me lo quito y lo doblo como si fuera un rollito de primavera. Cuando vivía mi mujer me decía que estaba tarado, pero no me importaba. La dignidad está por encima de la comodidad. La comodidad, el relajo, es el enemigo cerval de la productividad. Occidente ha prescindido del sacrificio y de la capacidad de resistencia ante la adversidad, y así le va.
La razón de por qué cayó el Impero de Roma no está muy alejada del uso nocivo y crucial del pantalón corto. Cuando le pregunto a todos mis amigos por qué lo llevan me responden que por comodidad, y porque el pantalón largo da mucho calor en verano. Naturalmente, todo esto es falso. Ni un pantalón corto es más cómodo que uno largo, ni da menos calor. Todos estos pretextos son los esquemas mentales que van conduciendo poco a poco a la decadencia de Occidente.
Los trajes de Camps
Cuando me contrataron en el diario Expansión como becario en 1986 lo primero que hice fue ir a la tienda ‘Milano’, que estaba en la calle Serrano de Madrid, a comprarme un traje barato de los de la época. Quizá fue premonitorio de lo que luego le pasó a Paco Camps, el presidente de la Comunidad Valenciana, finalmente absuelto de una causa por haberse vestido con dinero ajeno de trajes de Milano por un importe ridículo. El caso es que por un precio razonable podías ir a trabajar con un aspecto decente.
En mis años mozos, cuando ibas a una sucursal bancaria, los hombres que te atendían vestían todos de traje. Eran trajes baratos, claro, del Sepu, o de Galerías Preciados, pero iban todos arreglados y presentables. Digamos que cultivaban su autoestima y mostraban el respeto debido al administrado. Hoy vas a un banco cualquiera, o a una oficina de Hacienda a pagar una multa o a hacer una ‘paralela’, y los empleados varones -las señoras suelen tener otro respeto por sí mismas- te reciben en mangas de camisa, sin afeitar y muchos de ellos con la pinta de no haberse duchado el día de antes.
El género 'aberchale'
La pasada semana he estado unos días de vacaciones en San Sebastián, en el hotel Gorka Room Mate, que es el sitio más delicioso del lugar, además provisto de un bar de película americana. Es una ciudad fastuosa donde se contempla a las mujeres mejor vestidas de España; y he de decir que hay una densidad enorme de rubias naturales, un detalle insólito y de agradecer. Desde luego que están también las pedorras ‘aberchales’ con sus trapos mugrientos y su pelo de guerra, pero esta vez he visto, de estos especímenes de zoo, menos que nunca. Como ahora gobiernan, ya no necesitan dar la murga a diario; como ahora cobran del erario público un salario razonable, normalmente inmerecido, pues la mejor educada procura vestirse mejor.
Los ‘jatorras’ no, claro. Esos llevan todos pendiente y desde luego el maldito pantalón corto, ése que, sin lugar a dudas -con perdón de mis amigos y de mis seguidores, a los que seguro que hoy he defraudado-, es el síntoma más evidente de la decadencia de la civilización, igual que sucedió con la generalización de la comodidad, de la gratuidad, del socialismo y del Estado de Bienestar: aquellos vicios que precipitaron la caída de Roma.
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