Pedro Sánchez, Alberto Núñez Feijoo, Yolanda Díaz o Santiago Abascal crecieron con la serie Verano Azul, como todos los que superamos los treinta y tantos. Por eso, porque nos identifica a todos, la campaña del PP con Borja Semper descalzo, haciendo de un campo de vóley una playa, ha despertado tal revuelo. Porque nos conecta a nuestra infancia, adolescencia, a todos frente al televisor –la España de un sólo televisor en casa o ni eso- una etapa de la vida, por la escenografía que acompaña el mensaje de éxito social y cultural de la serie con el político del PP. Dejando a un lado el debate legal, ante el recalo de RTVE sobre propiedad del título, pues podría vulnerarse la ley de marcas, o la queja de la familia del realizador por el uso partidista del enunciado, todos los sondeos apuntan claramente a la victoria azul. El anuncio del PP ha sabido captar la atención mediática, léase la atención ciudadana, algo que ha de ser el objetivo máximo de cualquier campaña. Objetivo entonces conseguido a poco más de una semana de comenzar oficialmente la campaña electoral, si es que en algún momento ha acabado la campaña.
Este no es un Verano Azul primigenio, entre otras cosas, porque aquello que se vivió con Bea, Desi, Javi, Quique, el Piraña, Tito, Pancho, Julia o Chanquete era una España diferente, con un canal de televisión, por lo tanto, una oferta única. El acierto del PP está en vincular ese éxito y esas emociones a momentos de optimistas del pasado. Seguro que algún medio ya se ha planteado proponerles a todos los candidatos juntos un paseo en bici. Quizás se pondrían más de acuerdo que frente a los debates que no acaban de cerrarse.
Era una España que acababa de recorrer la transición, gobernada por el presidente Adolfo Suárez, rebosante de ilusiones, anhelosa de un futuro moderno y democrático. Vivimos también más historias de estos niños de la bici bajo el Gobierno de Felipe González, años dorados de una serie que se reponía sin descanso. Los políticos no daban la guerra que dan ahora, la política no lo desbordaba todo, la sociedad progresaba y la prosperidad era el único objetivo.
No había paro ni hipotecas, ni apenas impuestos, ni tantos funcionarios, ni tanto gasto público inútil. Tampoco, cierto es, existía un abrumador acceso a la información o desinformación
Los primeros amores de verano, las primeras decepciones, el esfuerzo, el ir todos a una, la vida de los jóvenes que veraneaban mientras otros tenían que trabajar como Pancho; la España de Nino Bravo, la España de los dos bandos, del rojo y del azul, la de los bloques políticos como decimos ahora, pero sin el estruendo político actual. La España de Chanquete, la de los veranos en el pueblo, era otra España, no había paro ni hipotecas, ni apenas impuestos, ni tantos funcionarios, ni tanto gasto público inútil. Tampoco, cierto es, existía un abrumador acceso a la información o desinformación, ni tanta oferta mediática, ni tanta pasión por la cosa pública, convertida casi en espectáculo.
“España se merece un verano azul” decía Borja Sémper, y sí, los ciudadanos se merecen todo lo que aquella serie evocaba, la tranquilidad de poder vivir unas vacaciones felices, mientras ahora hay un millón y medio de personas que no pueden pensar siquiera en unos días de descanso porque no tienen lo mínimo para ello. Los votantes se merecen un respeto, que no se diga una cosa en campaña para luego hacer la contraria cuando han pasado las elecciones. El PP debe definir con más claridad qué quiere hacer con Vox, un partido que quiere abolir el estado de las autonomías o que no reconoce la violencia de género. Porque Abascal no tiene nada que perder, el PP, sin embargo, arriesga con que no le apoye ese gran número de ciudadanos que no le gusta vivr en los extremos. No se puede pasar por alto el desprecio naturalizado, visto como normal, cuando Abascal nos dice “esa señora que tiene el PP en Extremadura” refiriéndose a Maria Guardiola que ha dado plantón a los de la formación verde. Seguro que no se habría dirigido así a un hombre. De hecho, Guardiola parece un bicho raro, cuestionada públicamente por Esperanza Aguirre por negarse a pactar con Vox para poder gobernar, pero honra al partido siendo fiel a sus principios y a sus palabras.
Mayorías absolutas
El PP no puede dar bandazos con su hijo rebelde, con Vox, porque mientras no han gobernado no engañan con lo que son, con lo que venden. Pero eso sí, al tocar poder borran limpian sus redes de los mensajes vertidos contra lo LGTBI, contra de los homosexuales o las ideas 'negacionistas' con el clima, como la recién nombrada presidenta de las cortes aragonesas Marta Fernández. Borrar su rastro digital es reconocer que en algo se ha equivocado. Intentar representar a todos, lejos de los extremismos, debería ser la estrategia a seguir, porque alcanzar hoy las mayorías absolutas de cuando veíamos Verano Azul parece bastante difícil.
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