Tras años de disputas, polémicas, protestas y golpes de Estado extraordinariamente chapuceros, el procés ha terminado. Aunque es perfectamente posible que los partidos independentistas vuelvan a las andadas en un futuro más o menos lejano, lo cierto es que ahora andan más preocupados de buscar acuerdos en el Congreso y aprobar leyes que en absurdas cruzadas quijotescas intentando conseguir la secesión.
Veremos lo que les dura, y si esto es definitivo o una pausa. Sea lo que sea, creo que es un buen momento para hacer balance sobre el resultado final de esta década de conflicto político, y ver quién ha sido el gran perdedor en esta disputa. Para ello, podemos mirar los datos y ver que todos los indicadores se mueven en una misma dirección: Cataluña se ha quedado atrás.
Empecemos por la educación. El mes pasado se publicaron los resultados del informe PISA, comparando los niveles educativos de los colegios en toda la OCDE. Los resultados de los alumnos catalanes fueron espantosamente malos, a la cola de todas las comunidades autónomas. Dado que Cataluña es una comunidad rica, estos resultados son doblemente decepcionantes. Lo más grave, no obstante, es que no deberían tomar a nadie por sorpresa, ya que la tendencia en informes anteriores ya era más que preocupante.
El pequeño problema es que, durante los últimos años, de esto no se había hablado en Cataluña en absoluto. A pesar de que el gasto educativo por alumno es de los más bajos del país, la Generalitat no ha hecho más que hincharse la boca hablando de la Escola catalana y obsesionándose con la política lingüística, no si los chavales estaban aprendiendo nada. Soy partidario de la inmersión, pero las polémicas alrededor de la lengua y las malvadas imposiciones de Madrid han acabado siendo una excusa para no arreglar o ni siquiera prestar atención a un problema urgente.
Lo que sucede en realidad es que la sanidad catalana se está cayendo a pedazos, con uno de los menores gastos por habitante de todas las comunidades. Es un sistema muy privatizado que maltrata sistemáticamente a sus empleados
Podemos hablar también de sanidad, otra de esas políticas públicas de la que los políticos catalanes nunca dejan pasar una oportunidad para alardear de su modelo. Lo que sucede en realidad es que la sanidad catalana se está cayendo a pedazos, con uno de los menores gastos por habitante de todas las comunidades. Es un sistema muy privatizado que maltrata sistemáticamente a sus empleados; sus gastos de personal son de los menores del país. No debería sorprender a nadie entonces que es una de las regiones con las listas de espera más largas tanto en atención quirúrgica como para tener una cita con un especialista.
Esto no es un problema nuevo, pero durante la última década ha estado completamente fuera del debate. Porque obviamente, era más importante discutir hasta el infinito si el uno de octubre fue un día patriótico de liberación o un día de liberalización patriótica que sobre hospitales, enfermeras y médicos.
La parálisis y estulticia del debate político catalán se extiende a otros temas, como el de las energías renovables. España es uno de los países líderes no de Europa sino del mundo en transición energética, con la pequeña excepción de una región de irreductibles galos en el noreste del país que esencialmente no están haciendo nada. Cataluña no está instalando capacidad de generación de energías renovables. Es más, el porcentaje de generación ha disminuido en los últimos dos años. Mientras que en el 2023 más de la mitad de la energía eléctrica en España fue producida sin emisiones, en Cataluña el porcentaje no llegó al 20%.
El motivo, nuevamente, es desidia. Durante la última década, la Generalitat ha tramitado proyectos a paso de tortuga, haciendo caso a cualquier iluminado que hablara de defender el territorio y el paisaje nacional sin la más mínima prisa para construir nada. Cuando tus políticos están distraídos cargando contra molinos de viento imaginarios, es difícil hacer que presten atención a molinos de viento reales.
La Generalitat, además, ha sido notoriamente incompetente ejecutando proyectos que en otras comunidades son casi rutina. La línea 9 del metro de Barcelona es a estas alturas casi un chiste, y más comparando con la excepcional capacidad de Madrid para construir obras similares.
La inestabilidad política probablemente haya pasado factura, pero mi sensación es que ha sido más grave la incapacidad de los gobiernos nacionalistas durante todos estos años para intentar afrontar cualquier problema de forma realista
A todo esto se le debe añadir, por descontado, la realidad de que el crecimiento económico en Cataluña ha disminuido notablemente en comparación al resto del país. Sigue siendo una comunidad rica, pero su distancia respecto a Madrid no hace más que agrandarse. La inestabilidad política probablemente haya pasado factura, pero mi sensación es que ha sido más grave la incapacidad de los gobiernos regionales durante todos estos años para intentar afrontar cualquier problema de forma realista lo que realmente ha hecho daño al crecimiento económico. En la primera mitad del 2022, Valencia recibió casi el triple de inversión extranjera que Cataluña; Madrid casi diez veces más.
Los políticos catalanes nacionalistas alegarán que todo esto se debe a que Madrid le roba, y lamentarán el reparto del sistema de financiación autonómica. En realidad, Cataluña esencialmente recibe la misma cantidad de dinero por habitante que Madrid en este aspecto, y de hecho está un poco por encima de la media nacional.
Reliquias postolímpicas
El procés, simplemente, ha sido un desastre para Cataluña. La que fuera la región más dinámica, innovadora y abierta al mundo se ha convertido en un lugar que es capaz simultáneamente de rehuir sus propios problemas mientras se mira el ombligo de manera obsesiva. Barcelona ha caído en un provincianismo infantil, un parque para turistas ensoñada en su propia cultura oficial.
Hace unos meses pasé unos días en Montreal. En el hotel donde nos alojábamos había una pequeña exposición sobre la Exposición Universal y los Juegos Olímpicos que se celebraron en la ciudad. Ambos eventos son recordados como la última era dorada de Montreal, el punto culminante de su época más creativa e innovadora. Justo después, Quebec se metió en años de disputas y votaciones independentistas, y la ciudad nunca acabó de recuperarse. Paseando por Barcelona estas navidades, las reliquias postolímpicas de la ciudad me recordaron bastante a todos esos monumentos medio abandonados de la ciudad canadiense.
Ojalá me equivoque y Cataluña y Barcelona puedan volver a la senda del crecimiento. No soy del todo optimista.
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