A la contundencia de la pregunta no cabe más que una respuesta: el problema de España somos los españoles. No vale decir que son los de izquierdas, los de derechas, los apolíticos, los tontos, los listos, los jóvenes o los viejos. Cuando un edificio está en llamas compete a todos sus habitantes contribuir a que el incendio se extinga. Pero en nuestro imaginario colectivo existe el arquetipo del bombero mítico, de raíz divina, que vendrá telúricamente a hacer nuestro trabajo, un salvador que ha de solucionar lo que nosotros somos incapaces de hacer. Somos partidarios del milagro antes que de la respuesta lógica y organizada.
No hay pregunta que me irrite más que “¿Nadie piensa hacer nada?”, sin reparar que ese nadie nos concierne como cuerpo social que permite lo que estamos viendo, limitándose a alguna manifestación que otra, mucha crítica de café y tertulia – me acuso el primero – o ese fatalismo que nos lleva a pensar que somos así porque no podemos ser de otra manera. Lo dice Serrat en una de sus canciones: “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio” y la verdad es que somos una sociedad hedonista, gandula, timorata, sin músculo para oponernos a nada que no sea la cancelación de la Liga de Fútbol. Cuando alguien se queja de que no hay político que cumpla, protesta indignado por las barbaridades que perpetra el gobierno, se queja de la desaparición de la clase media, del empobrecimiento progresivo y constante de los españolitos de a pie, de la degradación de las instituciones o de la falta de moral pública que siempre acaba soltando una frase lapidaria: “Señores, esto es España”, como si no hubiésemos sido la nación que un día dominó el mundo y nuestros ancestros fuesen un rebaño de ovejas.
Somos una sociedad hedonista, gandula, timorata, sin músculo para oponernos a nada que no sea la cancelación de la Liga de Fútbol
Somos el problema porque hemos delegado en profesionales del sueldo público, la corruptela y el coche oficial lo que nos pertenece y solo a nosotros compete: la soberanía nacional, el deber de defendernos, el derecho a hacernos escuchar. Creemos que vivimos en una democracia porque nos dejan votar cada cierto tiempo, error gravísimo porque la democracia no es un sistema electoral, es una ética compuesta por valores que poco o nada tienen que ver con esta partitocracia regentada por partidos en no pocos casos criminales.
Las manifestaciones – detrás de las cuales siempre hay alguien que las organiza o sabe instrumentalizarlas – no sirven para nada, tan solo para que los asistentes crean que están haciendo algo. Pero al poder real les importan un pito. ¿O creen que a Soros y al NOM les inquieta que llenemos Colón contra Sánchez? Un Sánchez, por lo demás, amortizado que seguirá en el machito lo que permitan los amos de verdad. Saben que hay miles de tipos así donde elegir. Y otro vendrá, de izquierdas o derechas, que continúe en la senda del falso europeísmo, del atlantismo que nos desprotege o del buen entendimiento con esos “aliados” que nos han desmantelado económicamente relegándonos al triste papel de camareros.
Mientras no asumamos que lo que no hagamos nosotros no lo va a hacer nadie, las cosas seguirán igual tirando a peor
Llegados aquí alguno dirá “¿Qué podemos hacer?”. No falla. El Cid no precisó que le dijeran cual era su deber, ni Daoíz y Velarde, ni Felipe II, ni los Reyes Católicos, ni Viriato. Mientras no asumamos que lo que no hagamos nosotros no lo va a hacer nadie, las cosas seguirán igual tirando a peor. Y, por favor, no me vengan con que si tengo un mal día, que no sea pesimista o que algún partido puede salvar España. Claro que lo hay, pero no le dejarían. Guacanadas, las justas.
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