El pistoletazo de salida para las elecciones catalanas del 12M ha pasado sin pena ni gloria ni aquí ni allí, ni en la sociedad catalana ni en la del resto de España. De la Amnistía no se habla mientras Puigdemont se presenta por videoconferencia en actos multitudinarios, con los suyos más entusiasmados que nunca por ver llegar el momento, ver llegar su tren para volver al gobierno. Las encuestas le dan bien y, pese a ser solo una fotografía del momento, eso anima durante la carrera. Se encontraron todos en la Feria de Abril que se celebra cada año en Barcelona, andaluces, independentistas, catalanistas y constitucionalistas, como hacen también el día de los libros y la rosa, en San Jordi, donde se rodean de masas para pescar algún voto, se dejan querer o criticar. Sin Puigdemont, sin Sánchez. La política de siempre, mientras los demás, los de la calle, tenemos problemas a los que la política sigue dando la espalda. Y cómo no, en una semana atípica con uno o dos festivos de por medio para quien se los pueda permitir, todos en vilo por la decisión que comunique Pedro Sánchez este lunes después de cinco días de un parón sin precedentes en la política en España.
Para todos ellos hay un tren que les va a conducir, de una manera u otra, a un escaño en la honorable Cámara catalana donde se decide el presente y futuro de esta comunidad. Pero hay otros que están ya en vía muerta, que dejaron pasar el tren y para los que la realidad política, desde que nacieron en 2006, ha cambiado substancialmente. La vía muerta del tren naranja, como la de aquel vagón abandonado en una mina mientras el minero exhausto finaliza su trabajo. Minero ha sido el abogado Carlos Carrizosa, acostumbrado a remar a contracorriente desde siempre, a estar al lado de un partido que no tenía nada en 2007, 2008, 2009, bueno sí, tenía los cimientos, el debut con el desnudo fotográfico de Albert Rivera, a repartir trípticos, montar stands en los mercados y ofrecer su humilde visión en las ejecutivas desde los inicios de los inicios.
A Carrizosa no le da miedo nada, ya decía hace unos días cuando le preguntaban los periodistas que estaban acostumbrados a que las encuestas les den 'cero'. Precisamente, lo que pasaba en 2009, un año antes de las elecciones al Parlament, en las que obtuvo mayoría simple, con 62 diputados Convergencia y Unió. En 2010, C’s se mantuvo con tres diputados y a partir de ahí a crecer.
El PSC de Montilla obtuvo el peor resultado, con 28 diputados y no podían sumar con ERC –con 10- e izquierda Unida -10 también- para reeditar un nuevo tripartito heredero del que les encumbró, el de Pasqual Maragall, el del 3%. Ese dato, el de la corrupción, el de luchar contra un nacionalismo corrupto, contra un modelo sectario y separatista, es el que llevó al Ciudadanos de Albert Rivera a un ascenso continuo hasta desbancar al PP y dejar al PSC con sus peores resultados. De la mano de Inés Arrimadas, acompañada por Carrizosa -siempre sin afán de protagonismo- logró un resultado jamás soñado, se impuso a las fuerzas nacionalistas y abrió la puerta de la esperanza en la Comunidad..
Ciudadanos se plantó en 2017 como la primera fuerza política de Cataluña con 36 escaños. A partir de ahí, el tren naranja ha empezado a perder velocidad hasta la vía muerta, no sólo por demérito de ellos, sino porque han aparecido formaciones a su derecha que también le han robado votos. No tener fuerza territorial ni representación estatal va haciendo mella porque no tienes la red necesaria ni la estructura imprescindible para ejercer influencia, como los grandes partidos nacionales, el PSOE y el PP. Perder territorio es, sencillamente, perder poder. En 2015, consiguieron Andalucía de la nada, no tenían ni candidato, se creó en pocas semanas, a un par de meses vista. Nadie se creía el resultado, la formación naranja estaba en auge.
Una trayectoria fallida
C’s en 2017, en 2018 no lo supo poner en práctica y en 2019 llegó el principio del fin con la marcha de Albert Rivera al quedarse en 10 diputados en el Congreso, luego de su paso fallido de instalarse en Madrid para presentarse a las generales rumbo a la Moncloa. El fracaso de C’s en estas elecciones catalanas no solo será de Carrizosa, será el reflejo palpable de una trayectoria fallida, de haberse presentado como los salvadores frente al independentismo sin conseguirlo. Su victoria fue fruto de un escenario político que no existe, no hay corrupción de CiU de por medio, el PSC ha sabido escalar posiciones con Illa al frente, tras sobrevivir al terrible drama de la pandemia, mientras emergen nuevos partidos de extrema derecha como la Alianza Catalana ganadora en Ripoll.
El tren naranja ha quedado en vía muerta, como Podemos. Ahora bien, no se puede decir que algunos de los que están ahora no se hayan dejado la piel por un proyecto en el que han creído desde el principio, cuando el barco se hundía, que es cuando cuesta tener a gente alrededor, como han sido Carrizosa y algunos de los suyos. Ellos saben quiénes son, la de piedra que han picado. Pero la política no siempre es justa, hay que saber transmitir ideas y que no te las arrebate el de al lado, también ejecutar proyectos como no se hizo en 2017. Como amante del mar, Carrizosa sabe remar a contracorriente pese a que quizás la historia política de los naranja esté llegando a su fin.
Wesly
Ciudadanos desapareció porque se convirtió en la veleta naranja. No supieron concretar qué querían ser de mayores, socialdemócratas, liberales, conservadores de izquierdas o qué. Pasaron de ilusionar a desilusionar. Pero no hay que despreciar la capacidad de su entonces líder, Albert Ribera, para prever el futuro cuando nos aseguró que Pedro Sánchez se convertiría en el líder de una banda, que es precisamente en lo que se ha convertido, en el líder de la banda Frankenstein compuesta por comunistas, independentistas, herederos de la ETA, junto con el PSOE sanchista. Todos contra la derecha, a la que no hay que permitir ni respirar Una banda que se dedica a criminalizar todo tipo de disidencia, que insulta y deslegitima a la oposición, una banda que ha hecho de la arbitrariedad, prohibida por el artículo 9 de la Constitución, y de la impunidad selectiva, prohibida por el artículo 14 de la Constitución, su modus operandi. Una banda que, por medio de la colocación de sus peones más sectarios y obedientes en las principales instituciones del Estado, Gobierno, Parlamento, Fiscalía y Poder Judicial incluidos (lo que también incumple el artículo 103 de la Constitución, que exige que el acceso a la función pública se haga cumpliendo criterios de mérito y capacidad) pretende liquidar la democracia e implantar una dictadura bananera estilo Venezuela, que es precisamente en lo que llevan tiempo trabajando.