Dicen sus compañeros de partido (el PP) que el presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, no es hombre de muchas luces, ni personales ni políticas. Pero que es más brillante que la mismísima ciudad de Vigo en plenas navidades si se le compara con su vicepresidente, el ultraderechista García-Gallardo.
Pudiera ser. Decía el presidente Kennedy, en lo más duro de la crisis de los misiles en Cuba (octubre de 1962): “Pensaba que habría más días buenos. Si alguien quiere este trabajo, se lo regalo”. Algo así debe de pensar el presidente castellano-leonés, a pesar de su innegable instinto de supervivencia política y de su asombrosa flotabilidad. Porque lo que él tiene, en rigor, no es un vicepresidente. Es una penitencia. Si me permiten el chiste, admito que bastante malo, un “vicepenitencia”.
Lo amargo del caso es que el pecado que está expiando no lo cometió él, Mañueco. O al menos no él solo. Hace ahora mismo un año, Mañueco gobernaba en Castilla y León tranquilamente, en paz y gracia de Dios, apoyado por un partido “liberal, prudente y sabio”, que habrían dicho Mozart y Da Ponte: el Ciudadanos que allí lideraba el médico Francisco Igea. Este era el vicepresidente. Todo iba bien. Nadie daba demasiados problemas. Se hacían cosas.
Pero el PP, hace un año y pico, estaba liderado por un chisgarabís hiperventilado, un “home desatinado, fuera del orden natural de las cosas”, como decía hace cuatro siglos el humanista riojano Martín González de Cellorigo. Ese hombre era Pablo Casado, que se creía poseedor de un talento que estaba muy lejos de tener, y a quien se le ocurrió la soberana estupidez de reventar su propio gobierno (el de Mañueco) y convocar elecciones anticipadas, convencido como estaba por sus aprendices de brujo de que lograría la mayoría absoluta. Inventó la calumnia de que el doctor Igea y sus once diputados urdían una conspiración contra Mañueco y forzó a este a disolver las Cortes castellano-leonesas.
Vox (que no Gallardo, obviamente) pasó de uno a trece escaños en las Cortes de Valladolid. Y a Mañueco se le quedó la cara que suelen poner las vacas cuando ven pasar el tren
Las elecciones se celebraron el 13 de febrero de 2022, no hace aún un año. El resultado fue, como suele decirse, una cagada del tamaño de la catedral de Burgos. El PP creció un poquito, sí, pero se quedó a diez escaños de la mayoría absoluta que buscaba. Ciudadanos colapsó, como el “astuto” Casado había previsto, pero sus votos no se fueron al PP sino a la extrema derecha, es decir a Vox. Y el prudente y mesurado doctor Igea fue sustituido en la vicepresidencia por un chaval de treinta años, un ignoto abogado de Burgos del que nadie había oído hablar antes (salvo en Twitter) por la simple razón de que llevaba apenas unos meses en el partido: Juan García-Gallardo y Frings. Un fichaje personal de Abascal y de su estratega, Iván Espinosa. Lo mismo que, en su día, Macarena Olona y bastantes más. Vox (que no Gallardo, obviamente) pasó de uno a trece escaños en las Cortes de Valladolid. Y a Mañueco se le quedó la cara que suelen poner las vacas cuando ven pasar el tren.
Tuvo que hacer a aquel muchacho vicepresidente, queda dicho. Bien es verdad que no le encargó casi nada más, y quizá ese fue el peor error. En la agenda de Gallardo hay demasiados días sin nada que hacer, y eso, que en la gente de bien estimula la creatividad, en los petulantes se vuelve peligrosísimo.
Desde aquellas elecciones, la vida de Mañueco es una pura angustia. A Casado se lo llevó por delante –por fortuna para su partido– un crudelísimo golpe palaciego, y el presidente castellano-leonés se quedó, como quien dice, colgado de la brocha, con aquel tipo imprevisible sentado en el despacho de al lado, todo el día maquinando despropósitos. Y soltándolos. Despropósitos que, es obvio, no se le ocurren a él, que de política sabe lo mismo que de Física cuántica, sino a quien le maneja: la dirección de su partido, que le utiliza para hacer ruido. Es cosa comprobada que los partidos populistas, sobre todo los de ultraderecha, no usan estrategias políticas sino publicitarias. No necesitan políticos sino provocadores. Y García-Gallardo, que lo mejor que sabe hacer en esta vida es tuitear, es perfecto para eso.
Mañueco padece a su vicepresidente. Sin embargo, Gallardo desprecia a Mañueco. Un ejemplo: Gallardo está orgulloso de haber terminado Derecho “en tiempo y forma, no como otros, que tardaron el doble por estar jugando al mus en la cafetería”. Ese salivazo va precisamente por Mañueco, que ya he dicho que luces, lo que se dice luces, tiene las justas, aunque el otro no le aventaja demasiado.
Se presenta vestido “de reglamento”, con chupa de cuero y casco con sus iniciales grabadas. Pero no tiene moto. Se ha bajado del coche oficial con el casco en la mano
El gesto achulado, la mirada de desprecio, el cinismo rampante en lo que hace y en lo que dice, la total falta de pudor político. La vanidad. Los tremendos “prontos” que le dan. Este chico se ha creído de verdad que es el vicepresidente de Castilla y León, el primer vicepresidente de extrema derecha en un gobierno autonómico español, y no un mandado que hace lo que le dice su señorito y que, a la hora de pensar, le deja el trabajo a Montserrat Lluís, que es no tanto su mano derecha como la directora de orquesta en la sombra. Es peligroso dejarle tomar la iniciativa, no ya en lo grande sino también en lo pequeño. Gallardo es un tipo que va a confraternizar, por ejemplo, con los moteros (la concentración Pingüinos 2023) y se presenta vestido “de reglamento”, con chupa de cuero y casco con sus iniciales grabadas. Pero no tiene moto. Se ha bajado del coche oficial con el casco en la mano. La gente lo ve y se descongoja de la risa. Es ese tipo de persona.
Las barbaridades que ha dicho y propuesto sobre el aborto en Castilla y León, que harían retroceder los derechos de los ciudadanos (sobre todo de las ciudadanas) más o menos treinta años, no se le han ocurrido a él, no son suyas. Este chico no da para tanto. Es una provocación –de nuevo, publicitaria– diseñada por su partido, que ha copiado las medidas acogotantes que mantiene el Hungría el gobierno ultra de Viktor Orbán: el único defensor y casi aliado que tiene Putin en la Unión Europea. Pero una provocación, por más eficaz que sea, necesita un provocador. Y, desaparecida Macarena Olona, Gallardo es el mejor que tienen.
“Qué ridículo suena que las mujeres exijan igualdad de trato, cuando lo que quieren es seguir siendo tratadas igual de bien que hasta ahora”, decía
A la vista está. Los tuits del excelentísimo señor vicepresidente (vicepenitencia) de Castilla y León son memorables, tanto los del presente como los del pasado. “Me parece una gran idea recuperar a Raúl para la Eurocopa. Hay que heterosexualizar ese deporte repleto de maricones”, decía. “¿Podrías decirme por qué se vivía peor con Franco? A los que no lo sabemos por experiencia personal nos gustaría saberlo”, decía. “Qué ridículo suena que las mujeres exijan igualdad de trato, cuando lo que quieren es seguir siendo tratadas igual de bien que hasta ahora”, decía. “Ser feminista es una ridiculez, más aún si no eres una mujer”, decía. No le falta detalle a su excelencia, ¿eh?
Mi padre, que tiene noventa años y que ve crecer la hierba, sentenciaba: “No hay que hacerle caso. Es un gilipollas al que le han regalado un pirulí”. Sí, es posible, pero ese sujeto sin escrúpulos ocupa (pueden leerlo también con K, si lo prefieren) la vicepresidencia de la comunidad autónoma más extensa de la nación, con 2,4 millones de habitantes. No puede hacer lo que quiera. Mejor dicho, no debería permitírsele que haga lo que quiera. Todo tiene límites. Y la vicepresidencia de una región no es la capitanía de un barco pirata sino un servicio público.
Lo del aborto es un petardo de feria que se quedará en nada, porque el Estado tiene organismos para defender a los ciudadanos, pero el ruido –que era lo que se buscaba– ya está hecho; y, esto sobre todo, vendrán más provocaciones, tanto a los ciudadanos como a su propio presidente, Mañueco. No tiene el vicepenitencia mejor cosa que hacer y, además, para eso está, para eso le han puesto ahí. Esto se pondrá peor en el tiempo que queda de legislatura, y Mañueco lo sabe.
El países como Alemania, este muchacho no habría llegado jamás al sitio en que está: todos los partidos democráticos tienen un acuerdo para aislar a la extrema derecha, que allí se llama AfD. Pero en otros países, como el Reino Unido o incluso Francia, la solución estaría clara: destituirle. Los conservadores llegarían, con más o menos esfuerzo, a pactos de gobierno con los laboristas, porque unos y otros entenderían (ha pasado muchas veces) que lo que está en juego es algo más importante que el control del poder en una región durante más o menos tiempo; se trata de impedir que sufran los derechos de los ciudadanos y el prestigio de la nación, de la democracia, de las instituciones.
¿Y por qué eso es imposible en España?
Repito la pregunta: ¿Por qué no se puede hacer?
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