Pedro Sánchez salió del Hemiciclo treinta y cinco minutos antes de que su esposa entrara en el juzgado de la Plaza de Castilla. Se supone que habrían compartido desayuno y quizás hasta lo grabaron para un nuevo capítulo de su serie televisiva. No pudo Feijóo satisfacer su curiosidad al respecto porque el presidente ignoró la maldad. No estaba la mañana para bromas. El Congreso parecía una de esas tardes de fútbol en las que el resultado que importa se juega en el estadio de al lado.. Los móviles ardían en la bancada socialista, pendientes de la comparecencia de la dama ante el juez Peinado. Por tercera vez. Ahora, con dos nuevos delitos en su prontuario de imputaciones, y van cuatro: Apropiación indebida e Intrusismo profesional. O sea, el episodio del software de la Complu. ¡Qué necesidad, una dama de familia adinerada, con todos los gastos pagados, con tres palacios para vivir y vacacionar, aviones para su uso personal, todo el Estado a su disposición, más servicio doméstico de María Antonieta, cientos de asesores a sus órdenes…¿era necesario sumergirse en esa dinámica de business inapropiados? ¿O será vicio?, como le espetó Borja Semper a la portavoz del Gobierno. ¿Usted, le dijo a Pilar Alegría, defiende a la esposa del presidente del Gobierno, miente sobre lo de Delcy, embauca desde la mesa del Consejo de Ministros, por obligación o lo hace por vicio?
La sesión arrancó estropajosa, una debate farfullero entre los líderes de los dos bloques mayoritarios. Sánchez no estaba allí. Tenía la cabeza en el juzgado 41. Tan ajeno se mostraba a su entorno que hasta parecía sonreír con sinceridad las pavadas que declamaba la vicepresidenta Montero cuando le preguntaron por las supuestas mordidas de su jefe de Gabinete, de nuevo ‘la mano en el fuego’, ¿o eran ya ambas manos?
Exhibió el líder del progreso unas cuantas cifras económicas de excel manipulado y hasta se pavoneó de la situación de España en el ranking de la calidad democrática. Cuca Gamarra, al quite, recordó que hemos bajado seis puntos desde que nos anegó el sanchismo. “Ustedes con el bulo y nosotros con el BOE”, sentenció el presidente. Todo un programa e Gobierno. Una variante de decretazo y tententieso.
Armengol le cierra el micro
Tan ausente se le vio que incluso superó sus tres minutitos de rigor por lo que, muy a su pesar y con inmenso dolor, madame Armengol tuvo que cerrarle el micro, lo que muy raramente sucede. Sánchez es de los oradores que persigue con la mirada tanto al reloj como a la pantalla grande de la sala, para medir sus tiempos y comprobar cómo le queda ese gestito pinturero tan ensayado. Pestañea, mueve los morritos, frunce el ceño, ora preocupado, ora crecido, ora displicente. Sánchez se contempla en el gran monitor de la Cámara Baja como si estuviera ante el espejo en su cuarto de baño.
Feijóo también se trabucaba. Se explicó a trompicones, repasó todos los casos que asfixian judicialmente al Gobierno y alrededores y cerró su sermoncillo con semejante frase: “Usted es el número uno de la trama y el cero en servicio público”. No se lo tengan en cuenta. A veces los escribas de Génova tampoco aciertan.
Todos los ministros se refocilaron en la denuncia del bulo, nuevo eje del argumentario del Ala Oeste, y la oposición se regodeó en la exhibición del interminable rosario de episodios corruptos que encharcan el día a día del Ejecutivo. Tellado, el portavoz pedagógico, exhibió un gráfico con el viacrucis del latrocinio socialista. Un esfuerzo estéril. No se lee nada. Y la tele no lo enfoca.
Prodigaban acusaciones que resulta tedioso reproducir. Hubo algún destello , como la pugnaz Ester Muñoz, cuando concluyó una verdad que a veces se olvida: “Si Aldama es un delincuente confeso, ustedes son los facilitadores”
El PSOE deambulaba por la escena como un alma en pena a la espera de su liberación. O de las vacaciones del turrón. Ni siquiera Patxi López aplaudía con su entusiasmo habitual el mitin absurdo de un Félix Bolaños en horas bajas. A veces ponía cara de pasmo, como de que no había apagado el gas. El titular de Justicia también comparecía pesaroso y sin esos singulares remolinos en la cresta que suele dedicarle su arriesgado coiffeur. Cuando carece de argumentos (lo que ahora le ocurre con frecuencia) se ensaña con María José Millán (Vox), que es como arrebatarle el caramelo a un colegial. Tan bajo ha caído. Tan desesperada es su situación. El siguiente paso, quizás, sea robarle los dientes de oro a los cadáveres que los parsis dejaban en la torre abandonada, como en el cuento de aquel Almotásim de Bombay. Tres veces ministro para acabar chapoteando entre el engaño y el fraude.
Del lado del PP tampoco brillaba el acierto. Una Belén Hoyo, mejor que no. “En mitad de una selva oscura”, diría el Dante. Prodigaban acusaciones que resulta tedioso reproducir. Hubo algún destello, como la pugnaz Ester Muñoz, cuando concluyó una verdad que a veces se olvida: “Si Aldama es un delincuente confeso, ustedes son los facilitadores”.
El lugarcomunismo es un mal de nuestro tiempo y hay ocasiones en que incluso anega todo signo de vida. Así en esta inocua sesión de control, más les habría valido a sus señorías cerrar la carpeta, tomar el portante e irse con el móvil a otra parte para seguir la deposición de la imputada que, por vez primera, rompía su silencio y se dignaba responder a unas cuantas cuestiones de su abogado en presencia del instructor. Cabe imaginar que no le preguntaría si todos los chanchullos de su psudomáster los hacía por vicio. Eso ya, quizás, para la siguiente. Su marido tampoco supo responder cuando en la capilla le pregunaron por su película favorita de Marisa Paredes. Se quedó en blanco. Tiene pinta de que solo ve Fast and furious y similares.
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