Opinión

Víctimas canceladas

En los años 30 del siglo pasado, la izquierda española era homófoba, machista y no le preocupaba el medio ambiente ni la protección de los inmigrantes. Sin embargo, se oponía con semejante fiereza a la derecha de entonces, por otros mo

En los años 30 del siglo pasado, la izquierda española era homófoba, machista y no le preocupaba el medio ambiente ni la protección de los inmigrantes. Sin embargo, se oponía con semejante fiereza a la derecha de entonces, por otros motivos, achacándole ser excesivamente clerical, cercana al ejército o protector de los terratenientes. Desde entonces, Iglesia y Ejército han perdido su poder y la reforma agraria no es ya percibida como necesidad. La posmodernidad ha cambiado izquierda y derecha, pero el grado de enfrentamiento no ha bajado decibelios, sino todo lo contrario. Se diría que lo importante no son tanto los motivos de la oposición sino que ésta sea lo suficientemente fiera.

Resulta natural que la izquierda, una vez conseguidos la mayor parte de sus propósitos (incluida la creación del Estado de Bienestar), buscara nuevas bolsas de descontentos para seguir justificando su existencia. Era algo lógico y hasta cierto punto conveniente, sobre todo si se cree en la idea de progreso permanente, aunque ya el profesor Antonio Hermosa haya mostrado cómo los planteamientos de Voltaire, Kant y Condorcet contienen importantes lagunas y contradicciones en cuanto a la definición de un progreso irreversible e inapelable como un destino primordial, en relación con la idea de libertad o justicia, o a la hora de considerar que la evolución científico-técnica nos conduciría ineludiblemente a la conjunción de bienestar, productividad y desarrollo sostenible.

Para proteger a los nuevos tipos de mujeres, la mujer biológica tiene que aceptar ser reducida a "mujer menstruante", "mujer no transexual" o "progenitor gestante"

Con todo, nadie duda que el objetivo de proteger las víctimas del sistema sea algo loable. La cuestión es si el discurso posmoderno realmente protege a todas ellas o se deja algunas por el camino, y no en número desdeñable. Desde principios del siglo XX la lucha de la mujer por liberarse de una posición de desigualdad respecto al hombre ha sido constante, y ha logrado importantes éxitos: lo esencial de una sociedad que es la salud, la enseñanza y la aplicación de la ley (jueces y fiscales) está hoy mayoritariamente en manos de mujeres. Luego surgieron las lógicas demandas de los homosexuales por poder vivir su sexualidad con normalidad. Más tarde, el fenómeno de un flujo de una inmigración constante, y mantenida en el tiempo, hacia Europa planteó nuevos problemas, a los que se unieron las demandas de otros grupos con enfoques cada vez más singulares en relación con su aproximación hacia el género. Son estos grupos a los que la nueva izquierda ha tomado bajo su ala protectora, y no cabe duda que dentro de esos colectivos existen personas que requieren protección.

La pregunta es si con esos grupos la lista de víctimas dignas de ayuda termina o nos dejamos colectivos muy necesitados por el camino o a los que prestamos un grado de atención insuficiente. O si somos suficientemente conscientes de que las medidas que adoptemos para proteger a unos colectivos pueden perjudicar a otros, o que unas víctimas pueden entrar en conflicto con otras víctimas. Por ejemplo, para proteger a los nuevos tipos de mujeres, la mujer biológica tiene que aceptar ser reducida a “mujer menstruante”, “mujer no transexual” o “progenitor gestante”. O la atención que se presta al inmigrante que llega a nuestras costas en una barcaza nos lleva a olvidar el sufrimiento de los que se han quedado en su casa por no poder pagar a las mafias. O eliminar la presunción de inocencia para los hombres puede perjudicar a inocentes que sean falsamente acusados. ¿Son efectos secundarios inevitables o debemos aceptar que se están creando otras víctimas? De hecho, aunque los hombres son la mayor amenaza para la violencia sobre la mujer, ello no nos debe olvidar que no son los únicos. En este sentido, sorprende que nadie esté abordando el “nuevo” fenómeno de madres (y padres) maltratadas(os) por sus hijos/hijas. Esas mujeres víctimas son invisibles para el sistema.

Deben sufrir en silencio la discriminación, la presión y el desprecio por parte de los poderes nacionalistas, por haber cometido el terrible pecado de poder sentirse no sólo vascos o catalanes, sino también españoles

La posmodernidad puede incluso aceptar que los partidarios del separatismo son también víctimas dignas de reclamar derechos, pero nadie se pre-ocupa del conjunto de personas que han nacido en Cataluña o País Vasco y que deben sufrir en silencio la discriminación, la presión y el desprecio por parte de los poderes nacionalistas, por haber cometido el terrible pecado de poder sentirse no sólo vascos o catalanes, sino también españoles. O reclamar increíblemente que tus hijos se puedan educar (también) en el segundo idioma más hablado del mundo, que da la casualidad que también es su lengua materna. Aquí sigue siendo difícil salir del armario y los cientos de miles de exiliados interiores (muchos más que con el franquismo) son víctimas canceladas para el sistema. Algo parecido ocurre en Iberoamérica donde es fácil que te presten atención si reclamas derechos como indígena (a pesar de que nadie les obliga a abandonar sus casas), pero si eres un exiliado venezolano de esos de más de 7 millones (un 23% de la población total, que sólo asemejan en la actualidad Ucrania y Siria pero por la guerra), pasas a ser víctima cancelada.

Otra de las singularidades de nuestro país es el número de parados, casi una maldición bíblica por la que pocos se preguntan por sus causas. Si eres uno de esos de más de tres millones de parados (España es el país con más paro del mundo desarrollado con un 12,7% de tasa de desempleo, frente al 2,9% de Alemania o un 4,0% de Reino Unido), puedes esperar que te den algún tipo de ayuda, pero difícilmente que te ayuden a encontrar un trabajo. Serás como mucho un número en las estadísticas. ¿Por qué no hay un partido o sindicato de parados?

Por otra parte, aunque se habla a menudo de dependencia, la atención a la tercera edad no parece prioritaria más allá de mantener las pensiones, mientras se incrementan sus gastos. ¿Qué colectivo defiende a las ancianos que viven solos o que no pueden relacionarse con servicios públicos o privados a través de medios tecnológicos que no entienden? Incluso cuando se sube el Salario Mínimo Interprofesional ¿quién piensa en los pensionistas, a veces muy ancianos, obligados a ejercer, cual Tom Cruise, de empresarios en “misión imposible”? Otras víctimas invisibles.

La pregunta es por qué algunos colectivos ocupan unos puestos destacados en la agenda de prioridades políticas y otros deben conformarse con puestos secundarios o quedar fuera de la agenda

La lista no acaba aquí: enfermos de salud mental o con enfermedades raras, padres con niños con problemas, pequeños empresarios y agricultores sometidos a excesos regulatorios, víctimas de la sequía, estudiantes que no saben leer ni escribir con propiedad… La pregunta es por qué algunos colectivos ocupan unos puestos prioritarios en la agenda de prioridades políticas y otros deben conformarse con puestos secundarios o quedar fuera de la agenda. Es cierto que ningún sistema puede resolver el 100% de los problemas; ya hemos hablado en otro sitio de la “constante argenta”, y de que siempre un 20% o se resiste al cambio o queda perjudicado por medidas colectivas en teoría positivas.

Con todo, dado que la lista de potenciales víctimas es alargada en una sociedad cada vez más exigente, deberíamos contar con un criterio objetivo y consensuado, que determine qué colectivos entran en la lista de prioridades y cuándo un colectivo puede considerarse que ya ha satisfecho suficientemente sus demandas dejando paso a otros. En todo caso, debiéramos evitar que haya víctimas de primera y victimas condenadas a vivir en silencio o directamente canceladas por el sistema.

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