No sería posible contar las páginas que se han dedicado en los últimos cuarenta años al “problema catalán”. Vidas enteras incluso. Pero hay algo que no ha ocupado el centro de atención de los medios ni del debate, a pesar de ser lo importante y lo que clarifica la realidad y naturaleza del problema, las vidas destrozadas de las personas no nacionalistas en Cataluña. Esas historias no han ocupado reportajes en Salvados, ni testimonios en La Sexta, ni horas de Informe semanal o de cualquier productora en España. Teniendo en cuenta que no se han dedicado a las víctimas del terrorismo hasta hace poco, no sorprende esta situación.
La mejor forma de acercarse a un problema y conocer su realidad es hacerlo a través de sus víctimas, en caso de que las haya. Y el nacionalismo catalán las tiene. No me refiero sólo a las víctimas de los grupos terroristas de corte socialista e independentista de los primeros años de la democracia como EPOCA y Terra Lliure. Aunque los atentados cumplieron su función disparando a uno y callando a miles ante el proyecto de inmersión—como el que perpetraron contra Jiménez Losantos—no son los únicos que provocaron víctimas.
El nacionalismo es un líquido tóxico y espeso que todo lo impregna colándose en cada rincón de la vida cotidiana. Vidas de padres y alumnos destrozadas por la persecución social al haber pedido que sus hijos tuviesen una educación en español. Profesores, funcionarios que no acceden a mejores puestos y viven en una mezcla de desprecio, asco e indiferencia por no ser nacionalistas. ¿Cómo afecta el no poder tener un desarrollo libre de la conciencia política y social al estar en un mundo que te escupe y desprecia por tu existencia, por ser español? Esto no sucede en toda Cataluña, no todo es Vic, Gerona y Lérida, los territorios en los que el ambiente es más asfixiante, pero la TV3 se ve en todas partes, y el español y el Estado en casi ninguna. El hecho de no poder decir lo que piensas, ni siquiera hablar en tu propio idioma por miedo a ser acusado y condenado civilmente. ¿Cómo se desarrolla un joven en la universidad sin posibilidad de expresar su verdadera personalidad? Al menos existe la asociación de jóvenes constitucionalistas S´ha Acabat!, un refugio para respirar y existir.
El cansancio no puede ser una opción. Es necesario que se inicien proyectos para dar a conocer las historias humanas, la realidad personal de millones de españoles en Cataluña
Cuando todo se ha dicho y escrito sobre la verdadera naturaleza del nacionalismo catalán, una dictadura etnolingüística, una ideología xenófoba y clasista —ERC es el único partido con dirigentes que son supremacistas blancos—, y aun así muchos creen que es una exageración, el cansancio no puede ser una opción. Es necesario que se inicien proyectos para dar a conocer las historias humanas, la realidad personal de millones de españoles en Cataluña.
La sensación de hastío es generalizada, también entre los secesionistas, frustrados porque no llega esa independencia prometida por sus mesías al estilo de una vulgar secta, que traerá ese mundo de color de rosa, o amarillo. En el bando constitucionalista, sin embargo, el cansancio es más complejo, pues se debe a la sensación de la derrota del vencedor.
Los no nacionalistas llevan perdiendo 40 años en Cataluña, pero en el momento crítico tras el golpe de Estado del 2017, se obtuvo una victoria electoral histórica. Eso no debe olvidarse aunque quien lideró aquella proeza la desperdició al no hacer nada con ella y optó por abandonar a los pocos meses lo conseguido, en vez de consolidar el proyecto constitucionalista fuerte que tanto había costado conseguir. Ahora habría una clara alternativa a un independentismo atomizado, encausado y débil.
Otra victoria de los demócratas fue detener el golpe del 2017, aunque se hizo tarde, mal y nunca, como suelen hacerse algunas cosas en la Administración. Fue una victoria sin ninguna duda del Estado de derecho. Aun así el proceso de independencia y el desvarío nacionalista prosigue su marcha, porque no se resolvió políticamente, sólo judicialmente y de aquella manera.
El terreno político
Es cierto que los delitos cometidos pertenecen al ámbito judicial, pero eso no exime de la solución política. Es una decisión política acabar con la financiación del entramado civil del secesionismo, medios de comunicación y organismos. Una mayor presencia del Estado para proteger los derechos y libertades de todos los ciudadanos. Y especialmente no pactar desde el Gobierno de España con quien tiene a su líder en prisión por haber atacado las instituciones en un intento de subvertir el orden constitucional y poner en peligro nuestra convivencia.
El partido socialista optó por el camino contrario. Al igual que apareció para dar oxígeno a una ETA derrotada policialmente con su vía de diálogo con Zapatero, el golpismo catalán vivía sus horas bajas al haber fracasado el golpe. Pero ahí estaba el PSOE de nuevo, como el salvador (Illa) para hablar de indultos y constituir mesas de diálogo. Eso sí, jamás con las víctimas, con la Cataluña constitucionalista, integrada mayoritariamente por los estratos menos favorecidos de una sociedad clasista que ha dificultado los ascensores sociales a los castellanohablantes.
El constitucionalismo no puede permitirse ese lujo improductivo del lamento, eso es atributo de los nacionalistas
Si la melancolía victimista del nacionalismo es una ficción creada como arma política que provoca la movilización de su electorado, esa misma emoción en el constitucionalismo, la melancolía, es devastadora. El constitucionalismo no puede permitirse ese lujo improductivo del lamento, eso es atributo de los nacionalistas, y a estas alturas no se puede caer en la deshonra de replicar su característica más ñoña e insoportable, el victimismo.
Ahora, con esa sensación de la derrota del vencedor y tras un año en la ruina por la pandemia y siendo Cataluña la comunidad más opaca en sus datos de fallecimientos, se celebran elecciones. Mucha gente no quiere ir a votar porque entiende que nada va a cambiar. Pero el nacionalismo sí va a acudir a las urnas, y aunque estas elecciones dejen lejos una victoria electoral, sí son las que van a sentar las bases de la necesaria reconstrucción y el cambio de paradigma. Votar al PSC es consolidar la derrota del constitucionalismo por la victoria no tan ralentizada del independentismo. La solución para acabar con el nacionalismo catalán no puede ser permitir que triunfe. Hay que ir a votar, no por los partidos, sino por las víctimas y el derecho a existir como no nacionalistas en Cataluña.
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