Opinión

Victimismo, faroles y esperpento

El Maidan ya está aquí y, la verdad, deja mucho que desear, no se parece en nada al original a pesar de que aún estamos en verano y la temperatura acompaña para echarse a la calle a celebrar vigilias patrióticas.

"Os espera un Maidan", decían, en referencia a la plaza de la Independencia de Kiev, donde en diciembre de 2013 arrancó una ola de protestas que llegaron a congregar a casi un millón de personas y cuyo balance final se cifró en cerca de cien muertos, miles de heridos y doscientos detenidos. El Maidan indepe daría comienzo tan pronto como la Guardia Civil pusiese sus sucias botas en Cataluña. Saldrían por miles a la calle, por cientos de miles, quizá por millones de sus casas abarrotando las plazas de ciudades pueblos y aldeas, poniendo al Estado en jaque y copando los informativos de las televisiones de todo el mundo. Barcelona sería la nueva Kiev.

El miércoles pasado, cuando la Guardia Civil detuvo a 14 altos cargos por orden de un juez de Barcelona, lo más que pudieron sacar a la calle fue a un puñado de profesionales del ramo de la algarada callejera

Bien, pues el Maidan ya está aquí y, la verdad, deja mucho que desear, no se parece en nada al original a pesar de que aún estamos en verano y la temperatura acompaña para echarse a la calle a celebrar vigilias patrióticas. El día de autos, el miércoles pasado, cuando la Guardia Civil detuvo a 14 altos cargos por orden de un juez de Barcelona, lo más que pudieron sacar a la calle fue a un puñado de profesionales del ramo de la algarada callejera salpimentado por estudiantes, para sitiar la consejería de Economía mientras los picoletos se encontraban dentro haciendo la inspección.

No llegaban ni a dos mil, pero los agentes para evitar males mayores prefirieron esperar el amanecer en su interior para salir a la calle y volver por donde habían venido. Su gozo en un pozo. La turbamulta se cebó con los coches patrulla, sobre los que se encaramaron los animosos manifestantes. Alguna abolladura de chapa, algunas lunas rotas y mucha pegatina en el capó. Los disturbios étnicos en los banlieues de París son bastante peores, mucho más destructivos, los vehículos arden como teas en la noche y no queda una sola luna sin romper en todo el vecindario.

El independentismo catalán lleva tantos años luchando contra un enemigo ilusorio que ahora no acierta a explicarse por qué no es como se lo habían contado, por qué no les reprimen con saña, se los llevan al cuartelillo y allí les someten a todo tipo de torturas indignas. Son víctimas imaginarias y ahora quieren ser víctimas reales. Pero los Guardias Civiles no son como los de los cuadros de Ramón Casas, equipados con capa y tricornio repartiendo zurriagazos a diestro y siniestro, especialmente a siniestro. No son así, son tipos normales, profesionales, metidos en su trabajo y que no aspiran a interpretar el personaje que les ha asignado la propaganda. Y aunque aspirasen tampoco podrían porque ese personaje solo vive en los sueños húmedos de los zahoríes procesistas.

Todo en su imaginario colectivo es mentira. Los madrileños no gastan bigotillo fino, ni van vestidos de azul mahón, ni desfilan marciales por la plaza de Oriente con los acordes de Montañas Nevadas 

Todo en su imaginario colectivo es mentira. Los madrileños no gastan bigotillo fino, ni van vestidos de azul mahón, ni desfilan marciales por la plaza de Oriente con los acordes de Montañas Nevadas. Los curas castellanos no son como los de Berlanga y en Andalucía no hay señoritos de sombrero ladeado como los de las comedias de los hermanos Álvarez Quintero. Pero de tanto repetir los clichés se los han terminado creyendo y ahora, cuando se disponían a batirse en desigual pero heroico duelo contra los tártaros, resulta que los tártaros no existen.

Los dos planos del procés

Todo el fenómeno se mueve en dos planos que discurren paralelos, uno por encima del otro aunque a diferentes velocidades. Por arriba las élites convergentes, las mismas que afanaron hasta las coronas de los cementerios, tratando de ponerse a salvo a ellos mismos y al gigantesco régimen clientelar que con mimo han construido durante cuarenta años de uso y abuso de un poder omnímodo que se veía desde Madrid con condescendencia, con complejo de culpa o, simplemente, con la más absoluta falta de interés porque, aunque al nacionalismo le parezca increíble, a los madrileños siempre nos importó muy poco lo que sucede más allá de la M-50.

Como todo en España, y en esto Cataluña es más española que nadie, el procés fue de arriba a abajo

El subproducto final de esa élite ahíta de comisiones y borracha de autocomplacencia es Puigdemont y los mosqueteros que le quedan de la difunta CiU, la que pone en marcha esta operación hace ya siete años partiendo del supuesto que el Estado está muerto y ha llegado el momento de desprenderse de una nave nodriza a la que le falta el oxígeno. Como todo en España, y en esto Cataluña es más española que nadie, el procés fue de arriba a abajo, una marea descendente que encontró eco rápidamente en la izquierda vernácula, dividida desde hace décadas entre los niños de barrio alto que pastoreaban el PSC y el patriota oriundo pero menestral que abrevaba en ERC.

A partir de ahí fue directo hacia el pueblo llano, al otro plano, al que vemos ahora en la calle, en la universidad, en la infinidad de plataformas que han nacido en los últimos años al abrigo del presupuesto autonómico. Había, eso sí, que aparcar ciertas señas de identidad del catalanismo histórico como la lengua o la beatería montserratina. El sublimado final lo tenemos hoy delante de nuestras narices. Un amasijo esperpéntico de ninis, agitadores profesionales y la siempre amorfa clase media hechizada por la hipnosis nacionalista, convencida de que pueden tenerlo todo a cambio de nada.

Con un engrudo semejante no podíamos más que indigestarnos, primero ellos y después el resto de España. Con lo que los paladines del 3%, ni la masa festejante de las Diadas, ni la muchachada de la CUP contaba era con el hecho de que la extrema izquierda española, refortalecida tras el maremoto electoral de 2015, se les iba a subir al carro. No lo vieron venir aunque era perfectamente previsible si tenemos en cuenta la naturaleza íntima de esa izquierda surgida de las negras oquedades que abrió la crisis económica.

En Podemos están mucho más interesados en la inestabilidad que los procesistas de a pie, que se conforman con un divorcio civilizado y que nada de lo bueno cambie

Podemos ha asumido ya que, roto el embrujo de los primeros meses, no podrá hacerse fácilmente con el poder. Esto no es la Venezuela del 98 a no ser, claro, que al Estado se le administre un electroshock que le haga desplomarse sobre sí mismo. Entonces llegarían ellos a recomponer las piezas erigiéndose en salvadores de la nueva patria socialista, y esa no permitirá más peculiaridades regionales que las estrictamente foclóricas, como con Franco. Están, de hecho, mucho más interesados en la inestabilidad que los procesistas de a pie, que se conforman con un divorcio civilizado y que nada de lo bueno cambie.

Iglesias cree que en este río revuelto ellos se llevarán la cesta llena. Luego ya verán como arreglan el roto y reducen a los del mambo tras someterles a una severa autocrítica. La política tiene muchas semejanzas con el póker. Ambos se valen del farol con la confianza puesta en que el otro no lo descubra para hacerse con toda la mesa en la siguiente mano. Pero esa mano solo puede llegar cuando se hayan hecho con el poder. Todo está supeditado a eso. De ahí que el PSOE lleve meses titubeando. No sabe en qué barco subirse porque en sus cálculos políticos las dos posiciones están ya ocupadas. En cualquiera de ellas va de paquete.

El procés y todo su esperpéntico victimismo ha quedado al final para esto, para servir de coartada a toda la extrema izquierda española en su tercer asalto a la Moncloa 

El procés y todo su esperpéntico victimismo ha quedado al final para esto, para servir de coartada a toda la extrema izquierda española en su tercer asalto a la Moncloa. Los infelices de las esteladas con sus fervores patrióticos a cuestas, sus canciones de Lluís Llach y sus cadenas humanas aún no lo saben y quizá no lo sepan nunca. La burguesía barcelonesa, la misma que presa de la rauxa encendió la mecha de todo esto está empezando a verlo. Ahora, de vuelta al seny no saben como pararlo y muchos ya miran el modo de poner a buen recaudo su patrimonio en Madrid. Los jerarcas de Podemos, por su parte, se han aventurado tan lejos esta vez que podrían quedarse al pairo, en tierra de nadie, aborrecidos por unos e ignorados por los otros.

Todos tienen miedo. Todos se la juegan, lo hacen a nuestra costa como no podía ser menos. Solo ganará quien ese miedo no le impida mantener la apuesta hasta el final.

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