Opinión

La victoria queda ya muy lejos

No nos ha dado tiempo a disfrutar de los resultados. Casi ni a enterarnos. Este lunes, Pedro Sánchez, después de no dar la cara durante toda la noche electoral, ha hecho lo que nadie esperaba que fuera a hacer: Convocar elecciones general

No nos ha dado tiempo a disfrutar de los resultados. Casi ni a enterarnos. Este lunes, Pedro Sánchez, después de no dar la cara durante toda la noche electoral, ha hecho lo que nadie esperaba que fuera a hacer: Convocar elecciones generales con la chulería del niño que rompe el juguete y una vez roto, ya no lo quiere.

Sánchez sabe que cada día que pasa se agrava la derrota sin paliativos que el hastiado votante le está preparando

Sánchez teme, y con razón, que el tsunami azul, como bien lo bautizó Lambán en su declaración aceptando la derrota, le pille por banda y no está dispuesto a ello. Percibe que el electorado, una vez que ha podido decidir,  y animado por el cambio de ciclo que ahora se inicia, no va a soportar con la misma paciencia seis meses más de comparecencias histéricas de las ministras de Podemos que ya solo se representan a sí mismas, ni de socios tóxicos presumiendo de poder territorial, ni de un gobierno aguantando con respiración asistida. Sánchez sabe, porque olfato e instinto de supervivencia no le faltan, que cada día que pasa se agrava la derrota sin paliativos que el hastiado votante le está preparando, y ha decidido adelantarse. Su comparecencia en Moncloa este lunes, respetuosa con los ganadores del 28-M, seria e institucional, está tan fuera de lo que esperamos de él que nos ha dejado a todos mirando alrededor para ver si hay cámaras escondidas grabando nuestra reacción como en aquellos antiguos programas de televisión en los que se gastaban bromas a ingenuos ciudadanos.

No estamos acostumbrados a que Sánchez haga lo que tiene que hacer y por eso mismo, le damos vueltas a su decisión buscando dónde está la trampa. Es posible que la liquidación de esta legislatura responda únicamente a sus intereses personales, de personaje que una vez hundido el barco que ha usado para colmar su ambición busca naves más grandes en las que poder seguir su ciega carrera. Ni siquiera sabemos si va a ser él el encargado de presentarse por el PSOE a la presidencia del Gobierno o si va a dejar que otro venga por detrás a recoger los cristales rotos de la vajilla que se utilizó para manetenerle en el poder hasta ahora. Lo que está claro es que sean cuales sean los motivos que le han llevado a convocar las elecciones, la decisión es la democráticamente acertada.

La cercanía de la fecha de los nuevos comicios pilla a los partidos de la oposición agotados por el  esfuerzo de la campaña y con el paso cambiado

La legislatura está carbonizada y el Gobierno ya no representa la voluntad mayoritaria del pueblo español que se ha manifestado de forma rotunda en las urnas. Sánchez llegó al poder y se ha mantenido en él atravesando todas las barreras morales. Asociándose a los herederos de los asesinos etarras y a los golpistas catalanes que jamás han escondido su voluntad de terminar con el país que él gobierna gracias a ellos. Y ese abrazo del oso ha determinado que la única gran victoria de Sánchez en la convocatoria de los nuevos comicios haya sido precisamente la de Bildu. Otegi le debe el blanqueamiento de su formación y la normalización de lo insoportable, y lo único que ha conseguido con ello es que en el resto de España los electores han decidido devolverle a las víctimas la dignidad que este PSOE sanchista les ha arrabatado.
Cierto es que la cercanía de la fecha de los nuevos comicios pilla a los partidos de la oposición agotados por el  esfuerzo de la campaña y con el paso cambiado. No van a tener tiempo de disfrutar de su victoria aplastante, ni siquiera de tomarse un par de días de merecido descanso. No queda más remedio que ver la apuesta de Sánchez con serenidad y valentía e ir a por todas. Los de Feijoó y Abascal tienen que encontrar la forma, moderando unos la soberbia y los otros la rigidez, de responder a los intereses de su electorado común y entenderse. Incluso presentándose unidos de forma excepcional en las provincias en las que la fragmentación de voto hacen que se pierda toda representación del centro-derecha, y me estoy refiriendo a Lérida, Gerona y Guipúzcoa, y recuperar así escaños que pueden ser decisivos y que se han perdido solo por la falta de visión y generosidad política. España no soporta ni un día más de este Gobierno nefasto, y bueno es que, por una vez, los intereses personales del presidente del Gobierno coincidan plenamente con los de la nación.
Me hubiera gustado escribir hoy sobre la aplastante victoria de Javier García Albiol en Badalona, tan bonita en invierno y en verano, como decía Serrat en su canción, o en la sensación de alivio que muchos sentimos anoche comprobando desde el sofá cómo los resultados respondían a nuestros deseos, pero ya ven ustedes, la vida suele venir así, y después de meses sin nada, llega todo de golpe, como después de meses de sequía, tenemos que sufrir inundaciones. La victoria de hace apenas cuarenta y ocho horas ya queda lejos. Volvemos a votar. No nos equivoquemos.

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