En un giro que desafía las predicciones de los analistas y el propio sistema político, Donald Trump ha logrado, una vez más, ganar la presidencia de Estados Unidos, y con ello promete traer consigo un cambio de rumbo que muchos estadounidenses deseaban profundamente. Donald Trump sigue vivo, las casas de apuestas y los mercados financieros que descontaban su victoria con importantes subidas han acertado. Los votantes no solo han elegido a Trump; han votado en contra de una élite que, en sus palabras, ha fallado en sostener el sueño americano y ha dejado a la clase media atrás.
Uno de los puntos fuertes que definieron su campaña fue la economía, una materia en la que Trump pretende poner en marcha políticas contundentes. Como en su primer mandato, Trump ha prometido implementar aranceles y recortes de impuestos, esta vez en una medida más drástica. Plantea aranceles de hasta el 60% a China y un rango de entre 10% y 20% para otras naciones, un cambio radical que impactaría las relaciones comerciales y, según muchos economistas, pondría presión sobre los precios en el mercado interno. Sin embargo, sus partidarios ven estos aranceles como un medio para fortalecer la producción nacional, reducir la dependencia de potencias extranjeras y revitalizar empleos en la manufactura.
Con esta nueva política arancelaria, Trump busca reemplazar con aranceles el impuesto federal sobre la renta de las personas físicas, cuya recaudación asciende actualmente a $5 billones de dólares. Esto se suma al compromiso general de Trump por expandir los recortes fiscales introducidos en 2017 y que busca beneficiar tanto a los individuos como a las empresas, con el objetivo de estimular el crecimiento económico y brindar un alivio financiero a la clase media. Aunque muchos críticos argumentan que estas medidas aumentarán el déficit, Trump y su equipo confían en que su impacto sobre el crecimiento económico compensará esos efectos negativos.
La visión de Trump en materia fiscal y arancelaria revela, además, una tensión evidente por parte del Partido Republicano: la aparente elección entre libre mercado (a nivel interno o doméstico) y el libre comercio (internacional). Con actores como China que “juegan sucio” en materia comercial, Trump parece determinado a apostar por un mercado libre ad intra que exige necesariamente una serie de mecanismos de protección ad extra; mecanismos que se traducen, principalmente, en aranceles.
Un 'golpe' a la casta de Washington
Pero esta victoria no es solo económica; es simbólica. Trump representa para sus seguidores una ruptura con la élite política y una denuncia a las instituciones que no han sabido escuchar al pueblo. Los estadounidenses que lo apoyaron no solo votaron en contra de la candidata demócrata Kamala Harris, sino también en contra de las voces críticas de dentro de su propio partido y de figuras institucionales de alto perfil. Trump encarna la “destrucción creativa” de las ideas tradicionales, rompiendo con la burocracia y desafiando a las figuras de autoridad establecidas, desde generales hasta premios Nobel de Economía.
Su victoria simboliza un rechazo a la élite que, en palabras del editor conservador Daniel McCarthy, parece más interesada en mantener el statu quo que en atender las necesidades reales del país. Para sus seguidores, Trump es un anti-élite que, al desafiar las estructuras de poder, expone las debilidades de un sistema político que, hasta su llegada, carecía de competencia real.
OTAN y Europa
La reelección de Donald Trump también anuncia un cambio significativo en la política exterior de Estados Unidos, con la OTAN, la Unión Europea y China en el centro de su agenda. Trump ha dejado en claro que, para él, las alianzas deben servir primero a los intereses estadounidenses, lo que implica redefinir las relaciones con viejos socios y enfrentarse con decisión a nuevos desafíos.
Trump ha sido uno de los presidentes más críticos de la OTAN en décadas, y su mensaje es claro: Estados Unidos no cargará solo con el peso de la defensa occidental. Durante su primer mandato, insistió en que los países europeos debían aumentar sus contribuciones a la alianza, y todo indica que esta será una de sus prioridades nuevamente. La perspectiva de un Trump que exige "justicia" en los costos de defensa preocupa a los líderes europeos, que podrían verse obligados a asumir una mayor carga financiera para mantener la alianza.
Para Trump, la OTAN es un acuerdo estratégico, pero uno en el que los aliados deben contribuir proporcionalmente a la seguridad global. Si bien no se espera una ruptura inmediata, el tono de sus exigencias podría tensar las relaciones con países como Alemania y Francia, que han expresado reservas sobre el estilo confrontativo de Trump y podrían buscar vías alternativas para garantizar su seguridad.
La Unión Europea: Un socio con diferencias
En cuanto a la Unión Europea, Trump ha tenido una relación compleja. Ve al bloque como un competidor económico y ha criticado abiertamente sus políticas comerciales. La amenaza de imponer aranceles también se extiende a productos europeos, especialmente en sectores donde Estados Unidos busca consolidar su independencia. La victoria de Trump puede impulsar a la UE a fortalecer sus lazos internos y buscar socios alternativos para reducir su dependencia económica de Estados Unidos.
La reelección de Trump, además, podría llevar a un distanciamiento en temas clave como el cambio climático y los derechos humanos, en los que la UE y su administración mantienen visiones divergentes. Sin embargo, la Unión Europea deberá equilibrar su posición, dado el impacto que el comercio con Estados Unidos tiene en su economía y el rol crucial de este país en la seguridad europea. Por nuestra parte el gobierno de España representa la antítesis de la de la nueva administración de Trump. Habrá que hacer malabarismos diplomáticos para evitar aranceles a nuestras exportaciones agrícolas y para que no se dañen las inversiones de las empresas españolas en Estados Unidos.
China: Confrontación y contención
Trump ha sido claro en su postura hacia China, considerándola no solo un competidor económico, sino una amenaza directa a la hegemonía de Estados Unidos. Los aranceles que propone, de hasta el 60%, forman parte de una estrategia más amplia para desacoplar la economía estadounidense de la china, con el objetivo de reducir la dependencia en productos y tecnología asiáticos. Este enfrentamiento comercial, que podría escalar en los próximos años, no solo afectará a las relaciones bilaterales, sino que también tendrá consecuencias globales, especialmente en mercados emergentes que dependen del comercio con ambas potencias.
La contención de China es, para Trump, una prioridad que trasciende el comercio. Sus aliados en Washington ven a China como un desafío geopolítico de gran magnitud, y Trump se ha comprometido a fortalecer la posición de Estados Unidos en el Indo-Pacífico, trabajando con países como Japón, India y Australia. Esto sugiere una política de "cercar" a China, combinando presión económica y alianzas estratégicas en la región.
Con Trump de nuevo en el poder, la política exterior estadounidense toma un giro hacia el pragmatismo nacionalista. Su mensaje es que Estados Unidos no solo busca aliados, sino socios que compartan los costos y respeten su liderazgo, en una estrategia que combina confrontación con acuerdos estratégicos.
Además, es importante señalar que igual que la guerra de Ucrania o el conflicto en Oriente Medio crea distintas sensibilidades y pareceres. La política de contención frente a China tiene el apoyo de ambos partidos en una unidad de voluntad alarmante e inusual en Washington.
Las críticas apuntan a que su primera administración careció de un enfoque positivo que uniera a la nación, y sus políticas polarizantes podrían continuar afectando la cohesión nacional
Sin embargo, la verdadera prueba para Trump está en lo que logre construir durante su mandato. Si bien sus promesas de reducir impuestos y aumentar los aranceles apuntan a un Estados Unidos más fuerte y autosuficiente, la tarea de consolidar esos cambios será ardua. Las críticas apuntan a que su primera administración careció de un enfoque positivo que uniera a la nación, y sus políticas polarizantes podrían continuar afectando la cohesión nacional. Pero muchos vemos en él a un líder decidido, que busca restaurar las oportunidades perdidas en casa y en el mundo libre y reformar instituciones que han quedado obsoletas.
A medida que Trump asuma nuevamente el mando, el país se encuentra en una encrucijada. Su enfoque desafía a los líderes tradicionales a adaptarse o caer en el olvido. Como demuestran los resultados, una gran parte de Estados Unidos está dispuesta a arriesgarse en esta apuesta, confiando en que Trump, con su visión disruptiva, traiga un cambio real que mejore sus vidas y renueve el espíritu americano.
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