No hay persona a la que Victoria Iglesias le acepte un no. La he visto hacer reír a Javier Marías en medio de una tormenta o sacar a John Banville a la Gran Vía cuando no estaba previsto moverlo de lugar. Por eso, ahora, escuchándola al otro lado del teléfono, entiendo cuánto escuece el pellejo de los que no obtienen respuestas. Julián, su padre, murió a los 89 años, en un centro de salud en Cantoblanco, Madrid, el 26 de marzo. Hoy, 7 de abril, Victoria ignora dónde está. Nadie puede contestar a esa pregunta.
Victoria empezó en la profesión jalonada por la fuerza bruta de las vocaciones. Era valiente, pero una completa ignorante. Al menos así me lo contó ella alguna vez. Cuando recién salía de la Facultad de Ciencias de la Información, se plantó ante Fernando Múgica, entonces subdirector de la revista Panorama. "Me llamo Victoria Iglesias, tengo una entrevista, y quiero venderla", le soltó al vasco, el hombre que había ido a Vietnam como corresponsal de guerra, de esos curtidos en varios frentes. Líbano, Irán, Chad, Liberia, Sudáfrica, Irak, Camboya, Colombia...
No le publicaron la entrevista, porque no tenía fotos. Desde ese día, Victoria no suelta una cámara. Tampoco se conforma con negativas o dilaciones. Desde hace dos semanas, la periodista y fotógrafa marca el mismo número, una y otra vez. Ese y los que le den. Ni la mutua que contrató su padre en Bilbao, donde trabajó durante años en los altos hornos, ni la funeraria en Madrid son capaces de darle razones de sus restos. "Están desbordados", insisten. Pero ella no ceja. Marca, aunque nadie conteste.
"Papá ha muerto esta madrugada. Se llama Julián Iglesias, 89 años. Como él no era famoso no saldrá en las noticias, ni será TT. Sólo un número..."
Más que coger la cámara, Victoria la lleva encajada en los ojos. Al parpadear, fotografía. Se acerca todo que puede, buscando en sus sus retratados una rendición. Le metió una margarita en la boca a Fernando Arrabal, para que se estuviese quiero. Ha seguido y retratado políticos, escritores, artistas y cantantes: Camarón de la Isla, Antonio López o al mismísimo subcomandante Marcos, al que se fue a buscar a Chiapas.
Ella, que dice no sentir miedo cuando tiene la réflex entre las manos, hoy no sabe qué sostener, excepto su propia angustia. "Yo lo que quiero es salir a hacer fotos", me dice mientras trastea. Prepara un café que no puedo tomarme junto a ella. No la consuela que su padre haya cumplido 89 años y ya haya vivido su vida. Hay quienes tienen mucho menos, admite, pero ella sólo quiere despedirse. "Mi padre no es un puto número, cojones", la escucho decir.
Hace unos días, me enteré por redes. "Papá ha muerto esta madrugada. Se llama Julián Iglesias, 89 años. Como él no era famoso no saldrá en las noticias, ni será TT. Sólo un número más entre las muertes provocadas por el coronavirus", cada palabra de su cuenta de Twitter percutía en mi estado de ánimo. A veces pienso que Victoria ansía poseer el atributo de un carrete ISO 50: que su mirada estuviese hecha de un material lo suficientemente sensible para entrar la luz en el interior de sus personajes. Ahora, sus palabras me atraviesan. Emulsionan un miedo que llevo en el cuerpo.
"A veces pienso que en lugar de encajar el dolor, lo estoy hundiendo. Le estoy poniendo cosas encima"
"El dolor lo llevas ya encallado. Pero si lo dejo retenido, va a explotar. Hemos pasado unos primeros días tan malos, que a veces pienso que en lugar de encajar el dolor, lo estoy hundiendo. Le estoy poniendo cosas encima. Cuando esto acabe, tendremos que tener nuestro duelo. Me quiero llevar las cenizas a un pueblo de Salamanca, de donde de mi padre. Pero cuanto antes se pase mejor. Lo que peor llevo es que no me informen. Que me diga que hay familias a las que ni siquiera llaman. ¿Y quién me contesta? No soy nada política, pero esto habrá que gestionarlo", ametralla ella, al otro lado del teléfono.
No sé si para cuando esta nota se publique, Victoria habrá conseguido saber si su padre se encuentra en Móstoles o Cantoblanco. Ignoro si sabrá dónde o cuándo incinerarán su cuerpo. Tengo sólo una certeza. Ahí donde esté, marcará el mismo número, u otro. Insistirá hasta dar si no con la respuesta, al menos con una distinta. Ahí donde esté ahora, Victoria arrancará luz de donde no la hay. Quiere despedirse de su padre, sólo eso. Nunca le he visto aceptar un no. Ésta no será la primera vez. Ahí donde va, aún perdiendo, Victoria vence.
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