La verdad es que no se entiende, ni bien ni ma,l la crecida del celo anticlerical que se está viviendo, entre escándalo y escándalo, en esta democracia a la deriva. Sobre todo teniendo en cuenta que bajo el mandato de personajes como González y Guerra, además de confirmarse la libertad de religión que impuso el consenso –lo cual en un país tan frailuno como éste ya era confirmar--, las relaciones entre la Iglesia y el Estado funcionaron en un clima normalizado cercano a la cordialidad. Guerra, que tengo para mí que era quien pilotaba aquella inteligente aproximación, mantuvo una envidiable relación con los obispos que no dejaba de ser rara habida cuenta de lo cerca que éstos estaban aún de la connivencia con la desaparecida Dictadura y sus privilegios. No debió ser fácil, por poner un caso, aceptar la sugerencia de Fernando Morán de enviar al Vaticano como embajador a un sabio eminente pero ateo militante tan acérrimo como mi afectísimo amigo Gonzalo Puente Ojea y. sin embargo, se envió con notable éxito. Guerra sabía de sobra lo que hacía.
Cuando el juez la llamó al orden, la amazona, en legítimo uso de su derecho a defenderse, no encontró mejor argumento que alegar el olvido, vamos que dijo que no recordaba lo que durante al asalto se gritó o dejó de gritar
Pero en los tiempos que vivimos, el llamado “progresismo” ha retrocedido en este delicado asunto, sin duda a causa de la supina y demostrada ignorancia de unos responsables políticos inconscientes de las graves consecuencias sociales que esa vieja pugna engendrada en el XVIII y heredada del XIX produjeron en su día en España.
Ya en los albores del nuevo populismo –lo de “nueva política” me parece mucho decir—fue notorio el caso de una joven amazona que al espeluznante grito de “Arderéis como en el 36” profanó una capilla universitaria campando semidesnuda –“de medio cuerpo” quiero decir- como quien toma la Bastilla o, quizá más propiamente, como quien asalta el Palacio de Invierno, hazaña que le abrió las puertas de la política profesional que es de la que sigue viviendo todavía regaladamente. Cuando el juez la llamó al orden, la amazona, en legítimo uso de su derecho a defenderse, no encontró mejor argumento que alegar el olvido, vamos que dijo que no recordaba lo que durante al asalto se gritó o dejó de gritar, ante lo cual creo recordar que se arregló el quilombo con una simple multa y a otra cosa, mariposa.
Lo del despelote es lo de menos, por descontado, y si lo traigo a colación es sólo porque entiendo que una consigna tan insensata como malhechora no debería caer en el olvido. Estando en la Complutense, ya de profesor, charlando entre dos maestros como Maravall y García de Valdeavellano, viví una anécdota regocijante. Eran los días en que estrenábamos el streaking y vimos de repente cómo una bienformada alumna se despojaba de sus vestiduras y corría como una ménade hasta zambullirse en la piscina fingida que decoraba el campus, a lo que, incontinente, Maravall reaccionó condenando sin paliativos la performance, para que Valdeavellano –octogenario ya o poco menos- surgiera de su aparente ataraxia para decirle a su colega: “Pero, hombre, Maravall, no te lo tomes así. Ya era hora de que en esta Facultad se enseñara algo que mereciera la pena”. ¿Lo ven? No es por el huevo sino por el fuero por lo que se puede rechazar a una exhibicionista en un ambiente consagrado, y seguir siendo todo lo “progre” que se tercie ser.
Desacuerdo con los obispos
Bueno, aquellas calendas quedan lejos, pero ahí está de guardia en el telediario el multiministrillo Bolaños para proclamar día tras día, desde su insignificancia palmaria, su desacuerdo con los obispos, es decir, con esa Iglesia tan secularizada pero que todavía presta a los españoles servicios sociales sin los cuales sabe Dios por dónde iría ya la vera en España. Que si la indemnización a las víctimas del despreciable (y lejano, en muchos casos) abuso sexual; que si las inscripciones de bienes propios que, de acuerdo pleno con el Concordato vigente, la Iglesia está regularizando en el Registro de la Propiedad; que si el mangoneo que alcanza a la propia Moncloa y su entorno familiar; que si la reescritura del inacabable estropicio de los ERE…; que si patatín que si patatán, cualquier motivo o cosa le basta a este Gobiernillo en tenguerengue para desviar la atención y despistarnos, de paso que le sobra para arramblar con los legítimos sentimientos y creencias a los que cualquier ciudadano tiene el mismo derecho que el que tiene el tal Bolaños a cobrar, a pesar de tantos pesares, a fin de mes.
Galopante proceso de secularización
Se ve que ando algo quemado, pero es que apena –y, a partes iguales, enfurece— tropezar en plena irrupción de la inteligencia artificial y con un pie no ya en la Luna sino en Marte, con las viejas prosas que Nelken ofrecía en El Motín o se apretaban en La Traca de Carceller. Menos mal que ya quedan pocos emperrados que ignoren la trascendental labor de Cáritas o el conmovedor matadero en que han convertido algunas Misiones, y que el galopante proceso de secularización –por no hablar de las, al parecer, irreductibles obsesiones de la propia Iglesia- se encarga del acoso y del derribo. Ahora bien, cualquiera puede entender que de ahí al “Arderéis como en el 36” con que amenazó aquella bacante va un abismo no sólo político sino mental que no es razonable reducir a simple anécdota.