Ayer supimos que unos carteles de grandes dimensiones con el rostro del terrorista Diego Ugarte, condenado por el asesinato del socialista Fernando Buesa y su escolta, Jorge Díez, han estado expuestos en Vitoria durante todo el fin de semana pasado. Albert Rivera daba cuenta ayer en un tuit de la vergüenza que le ha producido este homenaje, y del escándalo que supone el hecho de que el Gobierno vasco del PNV, a quien sostiene el Partido Socialista de Euskadi (PSE), no moviera un dedo para impedir tamaña fechoría hasta que medió la denuncia de unos vecinos. Como consecuencia del episodio, ayer tarde se conocieron las dimisiones de varios miembros del PSE para quienes la figura de Buesa sigue siendo un referente moral muy querido, exigiendo a Idoia Mendia la ruptura del acuerdo de Gobierno con el PNV. Este incidente viene a colmar la saga de dimisiones de notorios socialistas que en Pamplona y en Madrid se han sucedido en los últimos días como consecuencia del pacto alcanzado en Navarra por el PSOE-PSN con nacionalistas y bilduetarras para hacer a María Chivite presidenta de la comunidad foral, lo que de facto supone entregar Navarra a Geroa Bai (la marca peneuvista en la comunidad) y a EH Bildu. El PSOE es ahora mismo un volcán a punto de explotar.
Como ya habrán advertido, se trata de una ficción sobrada de ironía porque ni en Pamplona ni en Madrid ha dimitido socialista alguno con mando en plaza, por más que existan motivos sobrados para ello. Ya se sabe, la superioridad moral de cierta izquierda tiene estas ventajas: un buen socialista puede fumarse un puro tranquilamente apoyado en el árbol de Guernica mientras los radicales homenajean al asesino de Buesa, o bien puede exigir en Pamplona ese terrible “¡basta ya de vivir de las rentas de ETA!” salido de la sede del PSN, porque sacar a relucir ahora a ETA supone forzarnos a revivir los viles asesinatos de los Buesa, Múgica, Lluch, Casas, Jáuregui, etc., etc., e impedirnos pactar con los herederos de los asesinos cuyo respaldo necesitamos para tocar poder. Pelillos a la mar.
Las presiones han ido subiendo de tono desde el 28 de abril y han llegado a hacerse insoportables
En el PSOE no dimite nadie. En el PP, tampoco. Verbo sin declinación posible entre los herederos de la Transición. Donde sí han dimitido es en Ciudadanos (Cs), envuelto el partido naranja en un lío de proporciones sublimes. La tormenta ha venido y nadie sabe cómo ha sido. La tesis de la conspiración macronita parece ridícula de puro endeble, entre otras cosas porque bastante tiene Emmanuel con lo suyo como para meterse en libros de caballerías ajenos. Más bien es el miedo. El miedo de quienes tienen mucho que perder, de esos empresarios y banqueros acollonados que pretenden que Cs les salve la vida, les cuide sus propiedades, les devuelva el sueño, sujetando las bridas del jaco a cuyo lomo cabalga el mozo vistoso que tenemos por presidente para que el animal no se espante y rompa la vajilla en su estampida. Las presiones han ido subiendo de tono desde el 28 de abril y han llegado a hacerse insoportables. Ya hace semanas que Rivera se ha cerrado a cal y canto y no coge el móvil a nadie que presuntamente vaya a presionarle, sea empresario, periodista con ínfulas o cantante de ópera. Y el rencor crece. Y también la apuesta.
Curiosamente son los mismos poderes que pusieron, o contribuyeron decisivamente a ello, a Sánchez en la calle en el otoño de 2016. Aquel cadáver sin enterrar dio su vuelta al ruedo hispano con Santos Cerdán al volante, hasta lograr hacerse fuerte de nuevo en la ciudadela de Ferraz. Derrota admitida y rabo entre las piernas. Y desde entonces, miedo al bicho. Un miedo que explica el endeble andamiaje que en España soporta eso que pomposamente llamamos “los poderes económicos-financieros”, una parte de los cuales, quizá la más significativa, pongamos que hablo de la señora Botín, es precisamente quien, a través del control del aparato mediático, sostiene en el poder al poder que les amedrenta y que pretende, contradicción suprema, que Cs frene.
Pero Cs no ha engañado a nadie, pues lleva tiempo repitiendo, equivocado o cierto, el mismo discurso. Y sí, es muy humana la preocupación de tantos españoles, la aprensión de las clases medias, el pánico de algunos ricos, por las consecuencias que podrían derivarse de ese Gobierno de Frente Popular que se perfila en el horizonte, de modo que son legión los que se agarran a un acuerdo de Gobierno PSOE-Cs como a un salvavidas, un acuerdo que indudablemente aportaría seguridad dentro y vendería estabilidad fuera, ignorando la dura realidad de que nuestro bello mozo de mulas no quiere ningún tipo de acuerdo con Cs porque él ya ha elegido, él quiere gobernar con la izquierda, él prefiere hacerlo con Podemos, desde luego con el PNV, y si hace falta con los separatistas de ERC e incluso con EH Bildu, quod est demonstrandum en Navarra.
Gobernar con Podemos y, aprovechando que el río que nos lleva hacia el mar de la indignidad, cargar la cuenta de la fiesta populista que nos espera en el debe de Cs o del lucero del alba. Que la factura de estas vacaciones en el infierno la paguen otros. El argumento une la obscenidad a la osadía propia del personaje: como ustedes no se han abstenido en mi investidura, no he tenido más remedio que echarme en brazos de los “malos”, que es el mensaje subliminal que diariamente destila el impresionante ejército mediático que por prensa, radio y televisión, sin olvidar internet, acompaña la operación. A falta de atribución concreta, hay que reconocerle al personaje, al César lo que es del César, la habilidad de haber confundido a “las derechas” con la leyenda de la abstención y haber puesto a la cúpula de Cs entre la espada y la pared.
Asfixiar a Podemos y desgastar a Ciudadanos
Gobernar con Podemos, cierto, al que queremos terminar de asfixiar con este abrazo más propio de oso que de amigo, y al tiempo desgastar a Cs hasta donde sea posible, creándole una crisis interna –el viejo entrismo trotskista- capaz de llevarse el partido por delante a poco que Rivera se equivoque, cosa que hace con frecuencia. El asedio a la fortaleza de Cs parece seguir las pautas marcadas en otro cerco no menos célebre acaecido hace ya algunos años, como ayer recordaba en un tuit Martínez Gorriarán, cual fue la demolición de la UPyD de Rosa Díez: presión mediática, críticas de "padres fundadores" y Macrones varios, “sector crítico" en Estrasburgo, deserción de críticos, encuestas a la baja, pánico y desbandada. Fin de la presente historia.
Y ello en medio del llamativo silencio del PP, un silencio que alimenta el tufo que el entero episodio despide a sonoro revival del bipartidismo. Hemos acabado con Podemos, loados sean los Dioses, acabemos de paso con Ciudadanos y volvamos al sesteo de la vieja taberna donde por riguroso turno nos repartíamos las prebendas del poder sin molestos terceros, que no sé si empresarios y banqueros asustadizos han llegado ya a la misma conclusión, al pálpito mostrenco de que, como diría Cebrián, mal que bien con PP y PSOE, PSOE y PP, vivíamos mejor, incluso nos hicimos ricos, algunos inmensamente ricos. Es el viejo paquidermo cuarteado y corrupto de la Transición que se resiste a morir; tal vez un intento desesperado de establecer una nueva alianza en las sábanas sucias de esa Transición entre una nueva clase política, bastante más inane que la que surgió tras la muerte de Franco, y los herederos de la clase empresarial que le acompañó, con el objetivo de dar esquinazo a esos españoles de bien que no ven otra senda de futuro que la ansiada regeneración democrática.
Para atender esa reclamación inaplazable, para abordar esa regeneración que parece imprescindible si de asegurar el bienestar de las futuras generaciones se trata, necesitamos un partido liberal y democrático no contaminado por el pasado reciente, un partido de Gobierno con voluntad de liderar las reformas que necesita el país. No sé a estas alturas si ese partido será Ciudadanos u otro de nuevo cuño, cuyo nacimiento desconocemos ahora mismo. Pudo ser UPyD y lamentablemente no fue. En gran medida dependerá de la capacidad para rectificar errores de un endiosado Rivera que ha cometido muchos. El último, elemental a mi modesto entender, es no haber sabido poner el foco sobre Sánchez, no haber salido a la palestra para explicitar una oferta de Gobierno que Sánchez no hubiera podido rechazar so pena de quedar desenmascarado para siempre: estas son mis condiciones no ya para tu investidura, sino para sostener una legislatura. Reconociendo que esta historia –y el futuro del Gobierno Sánchez- no ha hecho más que empezar, Rivera no va a poder seguir callado mucho tiempo, so pena de llevar a Cs a una situación límite.
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