Estamos otra vez en campaña (o precampaña) electoral, si es que alguna vez hemos dejado de estarlo, y esto se vuelve más insoportable cada día que pasa. Los políticos y sus medios afines se comportan con los ciudadanos como la vieja y córvida madrastra se comportaba con Blancanieves: la toma por imbécil, con la diferencia de que la madrastra, por lo menos, procuraba que no se le notase mucho. Todo es mentira y, si no lo es, lo parece.
Qué aburrimiento, por Dios. Los dramáticos y sobreactuados aspavientos de Podemos con su ley del “solo sí es sí”, que parecen el paso de la Dolorosa en Semana Santa; la indestructible sonrisa de Yolanda Díaz, que el día menos pensado le va a dar un aire y se va a quedar así, como el Joker de Batman; Feijóo prometiendo con los alquileres cosas que no podrían cumplir ni los Reyes Magos; las centurias de Abascal introduciendo en el Congreso la figura del don Tancredo, que no votan sí, ni votan no, ni votan siquiera: lo único que hacen es estarse allí quietos, hieráticos, “arma al brazo y en lo alto las estrellas”…
Y ahora mismo todo el país pendiente de un anciano, el rey pretérito (lo de “emérito” es una absoluta incorrección) que aparece por Galicia asegurando que, a sus 85 años y con una agilidad semejante a las muñecas de Famosa que se dirigen al Portal, va a entrenar para un campeonato de vela… Hay que suponer que el alpinismo lo dejará para el mes que viene, que en el Himalaya hará más calorcito…
¿Saben qué les digo? Que aquí vamos a ocuparnos de cosas importantes o por lo menos interesantes, caramba. Y este latazo de gente, pues lo que decía Sancho Panza: con su pan se lo hayan.
¿Saben ustedes que en menos de un mes, el 14 de mayo, se conmemora el 75º aniversario de la fundación del Estado de Israel? El histórico discurso de David Ben Gurión sonó a las cuatro y pico de la tarde. Horas después, esa misma noche, los ejércitos de cinco países árabes invadían el pequeño país (lo invadieron fatal, porque fueron no ya vencidos sino puestos en ridículo) y comenzaba así una guerra que, con las inevitables intermitencias, dura hasta hoy mismo. Esto seguramente ya lo sabían ustedes, que son gente preparada.
Unos rollos de pergamino llenos de una escritura que los beduinos no entendían, como es comprensible, pero tenían las luces suficientes como para suponer que aquello valía dinero
Pero quizá no habían caído en la cuenta de una cosa: pocos meses antes de aquel día de mayo, a principios de 1947, se encontraron los célebres manuscritos o “rollos del Mar Muerto”. Es increíble que Steven Spielberg no haya usado esta historia para una de sus películas, porque es bastante más apasionante que las andanzas de Indiana Jones.
Háganse a la idea. Unos pastores beduinos perseguían a una cabra que se les había escapado en el desierto de Judea, casi en la orilla del extremo norte del Mar Muerto, a unos 40 kilómetros de Jerusalén. La cabra, que no debía de ser muy lista pero que sin duda poseía una prodigiosa intuición, se coló por la boca de una de las innumerables cuevas que hay en aquellos áridos despeñaderos. Los beduinos, detrás. Y allí, gracias a la genial cabra, descubrieron unas vasijas de barro que parecían muy viejas, todas cuidadosamente tapadas. Las abrieron… y allí apareció el descubrimiento arqueológico más asombroso del siglo XX, después del hallazgo de la tumba de Tutankamón: unos rollos de pergamino llenos de una escritura que los beduinos no entendían, como es comprensible, pero tenían las luces suficientes como para suponer que aquello valía dinero.
Y tanto que lo valía. ¿Por qué les cuento todo esto? Porque acaba de aparecer en España, gracias a la editorial Arzalia de Ricardo Artola, un libro sencillamente asombroso que se titula así: Los manuscritos del Mar Muerto. Lo ha escrito Jaime Vázquez Allegue, que admite ser periodista (eso se lo podemos perdonar) y teólogo (eso también), pero que en realidad ha dedicado prácticamente toda su vida adulta a estudiar esos manuscritos. Sobre uno de ellos hizo su tesis doctoral. El milagro se produce cuando Jaime Vázquez decide contar cómo sucedió todo.
Son la prueba irrefutable de que los hebreos fueron los dueños y habitantes de aquellas tierras desde tiempos inmemoriales, mucho antes que los philistins (filisteos, palestinos)
Primero: ¿qué dicen los manucritos, que son cerca de mil, que están escritos (en su mayoría) hace 2.200 años, antes de la Diáspora del pueblo hebreo, y que no han dejado de aparecer, cueva tras cueva, casi hasta ahora mismo? La parte esencial son fragmentos de la Biblia hebrea: las copias más antiguas que existen. Otros son comentarios, calendarios, notas, oraciones y normas de conducta de una antigua secta judía muy estricta, la de los esenios.
Pero lo más importante es que aquellos viejos pergaminos (hay un rollo grabado sobre cobre) constituyen la carta de naturaleza de Israel. Son la prueba irrefutable de que los hebreos fueron los dueños y habitantes de aquellas tierras desde tiempos inmemoriales, mucho antes que los philistins (filisteos, palestinos). La demostración de que el relato épico-mítico de Moisés y la tierra prometida tenía una base cierta, aunque el propio Moisés y el éxodo y todo aquello sean, muy probablemente, leyenda. Los manuscritos del Mar Muerto son, por decirlo sencillamente, algo así como las escrituras de propiedad del Eretz Israel, de la tierra que se llevan disputando judíos y palestinos desde hace mucho más de 75 años.
Por eso el gobierno de Ben Gurión decidió conseguir como fuera, a todo trance, intrigando y pagando lo que les pidiesen, aquellos viejos manuscritos, que eran lo más parecido que existe a su partida de nacimiento como país
Por eso se fundó el Estado de Israel (que se llevaba preparando mucho tiempo, como es natural) casi inmediatamente después del hallazgo de los manuscritos: porque se podía, al fin, demostrar que aquella tierra había sido suya y volvía a serlo. Por eso el gobierno de Ben Gurión decidió conseguir como fuera, a todo trance, intrigando y pagando lo que les pidiesen, aquellos viejos manuscritos, que eran lo más parecido que existe a su partida de nacimiento como país.
Hablaba hace un momento del milagro de Jaime Vázquez. Pues ese milagro consiste en que este hombre escribe prodigiosamente. Vázquez podía optar por redactar un tocho científico-semántico-semítico-bíblico sobre este asunto, pero de esos ya hay muchos y suelen resultar bastante aburridos si no eres un pirado de la filología hebrea. También podía optar por hacer una novela histórica, que cualidades narrativas no le faltan en absoluto, pero corría el riesgo de que no le creyese nadie. ¿Entonces?
Entonces decidió, con Artola, inventarse el “ensayo literario”, en el que todo lo que se cuenta es verdad pero está maravillosamente “dramatizado” para que el lector vaya, como me ha pasado a mí, de página en página sin poder soltar el libro.
¿Por qué hizo eso? Pues porque la historia que quería contar era, en realidad, complicadísima. O, por mejor decir, eran varias historias, todas a la vez. Primero estaba la historia de la cabra, los beduinos, la venta a un anticuario, la aparición de un clérigo ortodoxo que todo lo enredó y de un fraile dominico que se lo sabía también todo. Luego estaba la historia política: la creación del Estado de Israel, Ben Gurión, la fiebre por lograr los manuscritos y aquel asombroso militar –Yigael Yadín– que acabó convertido en arqueólogo. Luego venía la parte thriller: la compraventa de los rollos, el mercado negro, la feroz lucha por hacerse con los originales. Y luego, la historieta de los nada santos inocentes: aquellos listos que, engolosinados por uno de los rollos (el de cobre, precisamente), se lanzaron al desierto a buscar los tesoros perdidos del Templo de Jerusalén… que nunca encontraron.
Ustedes dirán si este asunto da o no da para un peliculazo de Spielberg. Entran ganas de compararlo con algunas novelas de Dan Brown, pero hay una diferencia fundamental: Jaime Vázquez Allegue escribe muchísimo mejor que Brown. Y además, no necesita inventar ángeles, demonios, griales ni eternos juegos de la oca: lo que cuenta Jaime Vázquez es verdad, pasó así, aunque resulte increíble, aunque los personajes y los hechos parezcan extraídos de la imaginación de los mejores guionistas de Hollywood. Este libro será, indudablemente, un éxito. Hacía muchos, muchos años que yo no terminaba la lectura (son más de 500 páginas) y… volvía a empezar, cautivado.
Ustedes dirán si esta historia apasionante, de la que pronto oiremos hablar por el 75º aniversario del Estado de Israel, no es cien veces preferible a la campaña electoral, a las vulgaridades para tontos que sueltan los líderes o a las aventuras navieras del achacoso y atarantado pretérito. Yo, desde luego, lo tengo muy claro. Buenos días. Sigo leyendo.
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