David Plá, el último jefe de ETA, llegó a la sede de Bildu justo a tiempo para seguir el escrutinio en la noche electoral. Lo hizo acompañado de su pareja, también etarra condenada, con las manos en los bolsillos y la sonrisa en la cara. No es para menos. Su partido ha empatado con el PNV a 27 escaños. Lejos queda el esfuerzo de agitar el árbol para que los señoritos, los que jamás se mancharon las manos de sangre, recogieran las nueces. Ya es hora de que todos tengamos las mismas cestas. O sea, 27 escaños cada uno. Y no solo gracias a su capacidad para influir en los votantes, sino por la inmoral estrategia de socialistas y comunistas. Que Pablo Iglesias sea una sombra de sí mismo, reconvertido en tertuliano y tabernero de jubiladas sindicalistas, no debe hacernos olvidar que fue él quien cosió la mayoría Frankenstein necesaria para que Sánchez, el perdedor, se hiciera con el poder. Patxi López, lehendakari en su día gracias a la bondadosa ineptitud de los populares, llegó después, dispuestos ambos a blanquear a los herederos de los asesinos, esos que jamás pidieron perdón por nada. Borradas las líneas rojas, dominando la educación, los jóvenes de las Vascongadas, o por lo menos aquellos sin la capacidad de resistirse al adoctrinamiento, eran suyos. Hace mucho tiempo que todo aquel con un mínimo de conciencia salió ya del País Vasco para hacer su vida en un lugar menos cubierto de sangre inocente: Ya no votan. Fueron expulsados.
Como los jesuitas, a los que se les cuelan varios malos pero ningún tonto, Bildu es un partido que, bajo los flequillos a hacha, guarda más malvada inteligencia que todo el resto de clase política española
Los que sí votan son los hijos y nietos de los que callaban ante las víctimas tiroreadas en las calles. Los que dejaban de hablar a la viuda de último asesinado porque algo habría hecho, los de Misa diaria en la Iglesia del pueblo cuya sacristía era utilizada por los terroristas para esconderse de la policía, mientras guardaban un silencio criminal. Hoy los muertos solo son presente para aquellos que los amaron. Para la gran mayoría de la población vasca son un incordio, una realidad que molesta en la reinvención de su pasado. Porque ese partido que sigue sin pedir perdón se presenta ahora como la alternativa social y ecológica. Nada más ecológico que un muerto, descomponiéndose lentamente en la tierra, alimentándola con su carne. Donde brotan los árboles, murieron inocentes caídos por la munición del 9 mm parabellum. Pero ya no se les ve, y sus familias deberían callarse, y dejar que la euskalerría feliz siguiera su camino sin incordiar.
Como los jesuitas, a los que se les cuelan varios malos pero ningún tonto, Bildu es un partido que, bajo los flequillos a hacha, guarda más malvada inteligencia que todo el resto de clase política española. Saben donde van, lo que están dispuestos a hacer y cómo conseguirlo. Otegui es la cabeza pensante de la política española. Entendiendo como tal los esfuerzos psicópatas de un solo hombre para mantenerse en el poder. Al muñeco que se presentó por él se le ven los hilos y las manos del que mueve la marioneta. Pero no todos lo ven, porque una gran parte del electorado encontró razones para olvidarse de las viudas y de los huérfanos, de los padres sin hijos, ese dolor máximo para el que ni siquiera la lengua encuentra una palabra, del dolor del asesinado por la espalda. ETA ya es pasado, ya no mata, dicen mientras la guerra civil no se les cae de la boca. Y vuelven a ganar porque nacieron de una masa de gente sin conciencia.
Los que deberían dar la batalla, Populares y Vox, se consuelan con sus logros patéticos y su división infumable, donde deberían presentar batalla como un bloque inaccesible de vergüenza y decencia
Da igual el PNV que Bildu. Seguirán en España de momento porque les conviene que el resto de españoles les paguemos las pensiones. Y al ciudadano medio que asiste al recuento se le queda en la boca el sabor metálico de la constatación de lo sabido. No importan los muertos. No importa el dolor. Los que deberían dar la batalla, Populares y Vox, se consuelan con sus logros patéticos y su separación infumable donde deberían presentar batalla como un bloque inaccesible de vergüenza y decencia. El votante con alma está solo, como solos están los que lloran las muertes de los asesinados por ETA.
Ha pasado lo que sabíamos que iba a pasar. Extraña que sorprenda esta falta de sorpresa.
Abracemos a las viudas y a los hijos cuyas vidas se truncaron por el asesinato de sus maridos y padres, nada importa su sacrificio:
Lo que viene será aún peor.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación