Casi inadvertida la conmemoración del quinto centenario de la batalla de Lepanto, que enfrentó el 7 de octubre de 1571 en el golfo de Patras en el mar Jónico, a la armada del Imperio otomano con la liga Santa, formada por el Imperio Español, los Estados Pontificios, la República de Venecia, la Orden de Malta, la República de Génova y el Ducado de Saboya, sin que le diera pábulo su exaltación por Cervantes en el prólogo de la segunda parte del Quijote como “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros” ni la que señalara como origen de su manquedad.
Pero reconozcamos que los turcos son referencia permanente. Por ejemplo, en los alrededores del 23-F se hablaba de un golpe a la turca. Antes, hubo un momento de Jóvenes Turcos que sintonizaba con aquellos que se rebelaron contra el sultán Abdul Hamid II, depuesto y desterrado en 1909. Después, en 2004 tuvimos la Alianza de las Civilizaciones lanzada por el presidente José Luis Rodríguez Zapatero y su homólogo turco Recep Tayyip Erdogan. Nunca hemos dejado de cantar lo de “dicen que vienen los turcos, chimpún”, avivando así el recuerdo de su peligrosidad desde los tiempos en que dominaban el Mediterráneo.
Nunca hemos dejado de cantar lo de “dicen que vienen los turcos, chimpún” avivando así el recuerdo de su peligrosidad desde los tiempos en que dominaban el Mediterráneo
Ahora, acaba de conocerse un admirable modelo de ruedas de prensa del que ha informado el colega L. Dogan Tilic desde Ankara, adoptado por el gobierno de la AKP, que controla la mayoría de los medios de comunicación en Turquía, para las comparecencias del presidente Erdogan ante la Prensa. De modo que su equipo de asesores, decidido a evitar riesgos, en vez de preparar las respuestas más adecuadas se ha dedicado a preparar las preguntas que pudieran serle más convenientes o proporcionarle mayor lucimiento, las cuales se asignaban a los periodistas afines, a quienes se daba la palabra cuando empezaba el simulacro para que las formularan de viva voz, como si fueran de su propia cosecha.
Se trata de un proceder que, a buen seguro, querrán adoptar aquí enseguida portavoces parlamentarios de la talla de Pablo Etxenique, de Unidas Podemos, o de Gabriel Rufián, de Esquerra Republicana de Cataluña. Porque les dejaría a cubierto de preguntas indeseadas que vienen a plantearles periodistas poco recomendables, fuera de control, con los que no tomaríamos ni un café, ajenos al conchabamiento que tanto cunde al abrigo del Congreso de los Diputados.
El caso es que, según las reglas del juego, es la Mesa del Congreso la que concede las acreditaciones a los periodistas y a los medios, después de examinar si los solicitantes reúnen las condiciones profesionales exigibles. Pero, una vez acreditados, todos tienen libertad para preguntar en la sala de prensa y es a los comparecientes a quienes corresponde contestar o eludir la cuestión, pero en absoluto descalificar a quienes les interrogan. Además, sabemos que del periodista más impresentable sale en ocasiones la pregunta más certera y que, como dijo aquel juez del Supremo norteamericano, “la causa de la libertad avanza, a veces, a lomos de hijos de puta”.
De vuelta a Turquía, debe reconocerse que a Erdogan todo le ha ido como la seda hasta que el pasado día 5 el periódico Yeniçag descubrió las preguntas que serían planteadas al presidente y los nombres de los periodistas que recibirían el encargo de formularlas en la rueda de prensa que, como siempre antes de viajar al extranjero, iba a celebrar en el aeropuerto de Esenboga desde donde volaría a Qatar. Un Erdogan, en apariencia imperturbable, respondió a las cuestiones de Anadolu Agency (AA), Demirören News Agency (DHA), A Haber y CNN Türk como si le fueran desconocidas.
Puro teatro representado ante millones de personas, que ha denunciado la Asociación de Periodistas Europeos y otras organizaciones profesionales, como una penosa falsificación de la razón de ser de la profesión periodística. Atentos.
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