El diario El País entrecomillaba 'maltrato' en la noticia sobre la campaña de la Junta de Andalucía, poniendo en la diana la elección de dicha palabra en lugar del sintagma 'violencia de género'. 'Violencia machista' también habría valido, puesto que 'de género' no es sino una forma velada de designarla, e igualmente adecuados, conforme a la doxa feminista, habrían sido 'violencia heteropatriarcal' o 'terrorismo machista'; no así 'violencia doméstica', que es a 'de pareja' lo que 'de género' a 'machista', y que alude a que la mayor parte de las agresiones a mujeres se producen en el marco de una relación sentimental.
La problemática relación con la verdad de que suele hacer gala la izquierda viene abonando un jardín semántico por el que el asesinato a manos del marido o exmarido, novio o exnovio, es asimilable a un atentado terrorista, aunque se trate de actos de sentido cuasi opuesto: mientras que el macho no concibe otra víctima, la primera operación del encapuchado es, precisamente, la despersonalización de la suya.
El próximo trofeo será el encogimiento de 'maltrato', sin que medie una explicación atendible, más allá de lo estrictamente fónico, para que merezca ser relegado en favor de 'violencia'
Mas poco importa el desvarío si con él se afianza el perímetro de la hegemonía cultural, del frente identitario en el que el progreísmo no sólo ha hallado su razón de ser, sino también una suerte de hechicería para desactivar a sus adversarios. Numerarios (y numerarias) de la Real Academia de la Gramática Parda, alumbran el lenguaje con el que nombrar el mundo, con la particularidad de que, las más de las veces, se trata de una terminología que condiciona el diagnóstico, y con él, obviamente, el remedio.
Ninguno de los crímenes a los que nos referimos se comete para perpetuar una dominación; antes bien, estamos ante fines de trayecto, como prueba el hecho, cada vez más frecuente, de que el agresor también atente contra su vida. No obstante, liberales, centristas y conservadores agachan la cabeza frente al etiquetaje de la tercera ola, validando la especie de que el problema sólo puede abordarse desde una óptica izquierdista, y ello en un momento histórico en que ninguno de los males contemporáneos parece tener una respuesta plausible desde esas mismas filas.
En este sentido, abdicaciones como la de Ciudadanos, que ha abjurado de sus críticas a la Ley de Violencia de Género y se ha sumado con solícito alborozo a los aquelarres LGTBI con el único fin de confundirse con el mainstream no tienen otro efecto que el de ampliar el crédito de quienes se tienen por hacedores del progreso universal en régimen de monopolio. A lo que se ve, el próximo trofeo será el encogimiento de 'maltrato', sin que medie una explicación atendible, más allá de lo estrictamente fónico, para que merezca ser relegado en favor de 'violencia'. Una conquista de la misma índole, no lo duden, que bailar un aurresku en el Parlamento de Navarra.
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