Opinión

¡Viva la libertad, carajo!

Cuatro anillos de seguridad, ¡cuatro!, diecinueve coches llenos de guardaespal

Cuatro anillos de seguridad, ¡cuatro!, diecinueve coches llenos de guardaespaldas (los imagino pétreos, culiapretados, con las ametralladoras a punto) y dos aviones Falcon ¡dos! listos a toda hora para lo que se presente. ¿Volar a Marruecos? Son, hasta el momento, las medidas que su secuaz y cúmbila Marlaska ha establecido en torno al traidor Sánchez. Para protegerlo. ¿De quién? Es una buena pregunta. ¿De los ciudadanos españoles desarmados, pacíficos, gaseados y apaleados en Ferraz? No me hagan reír.

Los anillos de seguridad que separan al traidor Sánchez de los ciudadanos libres e iguales son el Muro divisorio y divisivo que construye el traidor Sánchez. El Muro de Sánchez es el final de la Transición española. Y, por favor, antes de continuar, una petición: absténganse hipócritas tertulianos, parásitos a sueldo del sánchezchavismo, etcétera, de lamentos y lloriqueos porque llamo traidor al traidor Sánchez. ¿Juró o prometió cumplir y hacer cumplir la Constitución? ¿No establece la Constitución española la igualdad ciudadana y la igualdad ante la Ley de los españoles? ¿No ha pactado, a cambio de siete votos, el traidor Sánchez con los nacional–racistas catalanes la impunidad ante la Ley de los golpistas, prevaricadores, y del prófugo Puigdemont? ¿No ha ahondado la desigualdad entre españoles cediendo a los chantajes y las exigencias económicas de las tribus catalana y vasca? Sí. Por tanto, traidor. Ha traicionado su promesa o juramento de cumplir y hacer cumplir la Constitución. Traidor pues. A callar, cacatúas progres.

De ahora en lo adelante  viviré en una España dividida por el muro de Sánchez, es decir por la Muralla de mi libro: ¡me está pasando!

Decía siempre mi querido Reinaldo Arenas, que había que tener mucho cuidado con lo que se escribía, porque tarde o temprano, te pasaba. Sabía de lo que hablaba: terminó encerrado en la misma prisión que su personaje, Fray Servando Teresa de Mier, protagonista de su novela El mundo alucinante. Recordé esto, porque en mi sátira Rebelión en Catanya, cuya edición definitiva acaba de publicarse, el personaje principal, un autócrata en ciernes como el traidor Sánchez, levanta una Muralla que parte el país en dos mitades irreconciliables. Siguiendo el apotegma areniano, Sánchez levanta la Muralla de mi libro. Como comprenderán, esto me ha turbado especialmente y, por qué no decirlo, horrorizado. Porque de ahora en lo adelante  viviré en una España dividida por el muro de Sánchez, es decir por la Muralla de mi libro: ¡me está pasando!

Horrorizado, digo, y puede parecer una hiperbólico. Pero sé cómo termina la historia de la Muralla. Y no es nada agradable. Justifica sobradamente mi horror al escuchar al traidor Sánchez anunciar su construcción.   

Por otro lado, continúan las manifestarse ante la sede política del PSOE en Madrid. Me parece bien. Pero, no dejo de escuchar berridos melindrosos y golpes de pecho de parte de periodistas, tertulianos y ese tipo de gente, respecto a que se proteste frente a la sede de un partido político. No salgo de mi asombro. Qué pasa. Cuál es el problema. Dicen los quejicas progres que no se puede o no de debe o está muy mal o es ilegal o inmoral, o cosas así, protestar delante de las sedes de partidos políticos. Pero me pregunto por qué. ¿A quién pertenecen, en verdad, las sedes de los partidos políticos? ¿Quién las paga? Con qué dinero se compraron? La del PSOE vale 29.5 millones, la del PP, 36 millones, la del PNV, 19.5 millones. Sabía que los partidos políticos en España son un monumental negocio. Pero, desconocía que  tuvieran “carteras inmobiliarias”? Qué tienen que ver las carteras inmobiliarias con la política?

¿Por qué no iba a ser correcto manifestarse ante unas sedes que pertenecen a los que se manifiestan, cuyos dueños son los que se manifiestan?

¿Quién paga todo este negocio? A ver, adivinen. Pero antes de hacerlo no olviden que 7 de cada 10 euros que reciben los partidos políticos proceden del cofre del tesoro de los contribuyentes. ¿Por qué no iba a ser correcto manifestarse ante unas sedes que pertenecen a los que se manifiestan, cuyos dueños son los que se manifiestan?. Unas sedes que se han comprado con el dinero de los que se manifiestan. Con qué moral se les impide, no digo ya manifestarse afuera, sino entrar, ¡y protestar! siempre pacíficamente, dentro de esas sedes. ¿Por qué se les apalea y gasea por intentar protestar ante un lugar que es suyo?

Creo que una democracia pierde sentido y se halla al borde de la autocracia (cosa que se refleja claramente en el uso excesivo y abusivo de la violencia por parte de las fuerzas del orden) cuando los políticos llegan a la conclusión de que son amos de los ciudadanos y estos sus vasallos, y no sus empleadores, que es lo que son. Un político no es nada más que un empleado de los contribuyentes. Por si a alguien se le ha olvidado.

El gran problema de los españoles libres e iguales no es el traidor Sánchez, ni los nacional–racistas catalanes y vascos, es que han perdido en buena medida el sentido de lo que son, de lo que les pertenece, es que se han dejado y dejan aherrojar, engañar, domesticar, desarmar y amansar moral y civilmente por unos políticos clasistas, arrogantes, corruptos y controladores. Tal vez vaya siendo hora de romper esos, no por invisibles menos agobiantes, cerrojos.

¡Viva la libertad, carajo! 

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