Si Sánchez consiguiera de una vez ser presidente del Gobierno, a través de una investidura, empezaría un camino similar al emprendido después de la moción de censura que del PP dejó solo un bolso encima de un escaño. Los presupuestos con los que se está gobernando España entraron en vigor el 1 de julio de 2018, es decir acaban de cumplir un año entre dos ejercicios. El autor material de las cuentas, Cristóbal Montoro, se jacta de su vigencia. Y no es para menos. Si se tuerce del todo el panorama, serán prorrogadas por segunda vez el 1 de enero de 2020.
En realidad, la gran coalición se ha hecho vía presupuestos generales del Estado y dejando en su sitio la reforma laboral de 2012. El día después de la investidura de Sánchez solo será uno menos a contar antes de la inevitable convocatoria de otras elecciones que o desbloquean el colapso o nos conducen a un pacto más formal entre el PSOE y el PP para gobernar España. A la fuerza, y a base de disgustos, se madura. A pesar de la falta de costumbre de este país donde Caín reparte el DNI, va a ser inevitable que la reconstrucción del bipartidismo tenga que pasar por un simulacro más formal de gran coalición aunque solo sea para aprobar otros presupuestos con la supervisión de la Unión Europea. La cuestión a resolver es si eso ocurrirá en esta o en la próxima legislatura. En cualquier caso, dentro de menos tiempo del que pensamos.
La posibilidad de que PP y Ciudadanos pacten en algunas provincias una sola lista es real, y sería la antesala de la refundación del centro-derecha
Pero mientras se produce ese hecho, idealizado por quienes aspiran a la madurez definitiva de la democracia española, vamos a asistir a un proceso de presión sobre el PP y Ciudadanos, haciéndoles responsables del colapso. Salvo que Rivera sea defenestrado, algo que parece lejano e improbable pero no imposible, no va a haber más novedad en esa parte del hemiciclo, a pesar del goteo de abandonos que va a seguir agrandando el agujero del proyecto personal de Rivera. Su empeño en sustituir al PP se ha convertido en un objetivo de todo o nada con una salida por si acaso.
El líder de Ciudadanos no se resigna y tampoco hace caso. Se ha roto el cordón que le unía a los fundadores del partido. El siguiente paso en el cierre de filas es el blindaje de su liderazgo. Rivera juega a sustituir al PP mientras deja abierta la puerta a un modelo iniciado en Navarra. La posibilidad de que PP y Ciudadanos se presenten en la misma lista en algunas provincias al Congreso y en el Senado en toda España es real, y sería la antesala de la refundación del centro-derecha.
Rivera y su equipo ya reconocen que haber despachado con un no la oferta de Casado para una candidatura común en el Senado fue un error al rechazar un grupo de entre 30 y 40 senadores, que junto con 80 del PP hubieran dejado otro panorama en la Cámara del 155 el pasado 28 de abril. La repetición del experimento de Navarra ya está encima de la mesa del secretario general de Ciudadanos, José Manuel Villegas para las autonómicas de Cataluña, País Vasco y Galicia. La propuesta del PP no ha sido despreciada ni mucho menos. Si cristalizan los gobiernos regionales del PP en Murcia y Madrid, serán cuatro las autonomías que estarán gobernadas por una coalición entre ambas formaciones. Como recuerdan en el PP, solo hay una manera de refundar el centro-derecha, y es desde el poder.
Navarra, Cataluña y presupuestos continuistas. Esas serían las tres condiciones de Casado para dejar gobernar a Sánchez si no hay más remedio
Casado ha cambiado el tono y ha aprendido que para defender los principios con firmeza la moderación en la expresión es mucho más útil. El golpe de abril le dejó tambaleándose pero el oxígeno de mayo y la posterior negociación de los pactos le ha rehecho. Su peor momento ya ha pasado pero necesita tiempo. Unas nuevas elecciones en noviembre le volverán a examinar antes de hora. En ese caso, jugará la baza de la coalición con Rivera poniendo a prueba la generosidad de ambas partes.
Si en cambio se plantea la baza de investir a Sánchez, habrá al menos tres condiciones: el Gobierno de Navarra para UPN o en coalición con el PSOE, una posición común para Cataluña y unos presupuestos continuistas con las cuentas socialdemócratas de Montoro. El sistema político español sigue en parada desde noviembre de 2015. Cuatro años de nada en los que ha pasado casi de todo. Solo nos falta que las canas que asoman en el flequillo del presidente en funciones sean una señal de madurez política y no únicamente del paso del tiempo.
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