Volver, con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien; sentir, que es un soplo la vida. La letra del tango es, como todas las letras de todos los tangos, pura verdad amarga transformada en letra que hiere y música que llora. Uno siempre quisiera volver a cualquier lugar que no sea el presente. Volver a la infancia, al primer beso, al primer temblor carnal, al primer viaje. Somos mochilas que se vacían en el tiempo y dejan a su paso trozos de lo que somos. Trapero, creo yo, debe encontrarse en una circunstancia semejante. El hombre que declaró que tenía un plan para detener a Puigdemont, el que fuera ídolo del separatismo, llegándose a fabricar camisetas con su cara, el que se vio alejado por los de la estelada ha sido requerido por la actual gestoría autonómica. Y ha vuelto.
En ese viaje, ¿habrá aprendido algo acerca de los políticos que gobiernan Cataluña? ¿Estamos ante un Trapero más sabio, pero también más triste? ¿Su retorno es un símbolo de normalidad esperanzador o el paradigma lampedusiano de esta tierra, que cuando parece que se mueve es cuando más inmóvil está? Uno no sabe si estos viajes tienen utilidad social ni siquiera individual. Si Puigdemont, que no es el caso de Trapero, decidiera volver, dudamos mucho que hubiese aprendido nada en este tiempo que se ha pasado liando y malmetiendo en la política catalana desde la comodidad de su casita de Waterloo. Hay viajes que solo son de ida, de la misma manera que hay viajeros que tienen como destino la nada.
Que Trapero ha vuelto es un hecho. Que muchos que se fueron no piensan volver por cobardía, también. Que otros ni se fueron ni piensan irse de sus poltronas, podemos asegurárselo
Volver siempre es decepcionante, como dijo en su día el sabio y siempre cierto Manolo Mandianes. Uno cree que volviendo a su pueblo, a su barrio de juventud, a su escuela, va a recuperar lo que vivió en aquel tiempo que caducó. Nunca es así. No hay nada más falaz que la memoria y de ahí nacen tantos desengaños en quienes, deseando recuperar su pasado, pierden el presente. No es fácil escrutar el pensamiento de Trapero. ¿Habrá recordado el atentado yihadista de Las Ramblas, que se está juzgando ahora, y que los separatistas intentaron pervertir de manera torpe e innoble sacando a relucir a la CIA, al CNI y a no sé cuántas mentiras más? ¿Pesará más en su recuerdo el asedio a la Consellería de Economía, con los Jordis arengando a la horda ululante, altavoz en ristre, encaramados encima de un vehículo de la Benemérita? ¿O su recuerdo principal irá hacia aquel 1-O y las urnas que aparecían y desaparecían como por ensalmo y los Mossos actuando en no pocas ocasiones, si no como cómplices, si como observadores pasivos?
Que Trapero ha vuelto es un hecho. Que muchos que se fueron no piensan volver por cobardía, también. Que otros ni se fueron ni piensan irse de sus poltronas, podemos asegurárselo. Es la pura esencia del tango, volver, que es un soplo la vida, vivir, con el alma aferrada a un dulce recuerdo. No, nunca se vuelve igual. Siempre quien se marchó retorna cambiado y encuentra el decorado distinto, aunque a simple vista no lo parezca. Porque cada minuto es diferente al anterior. Aunque el separatismo aparente ser granítico, tampoco escapa a esa ley que hace que incluso la piedra más sólida se desgaste por la acción de los elementos.
Como ejemplo ahí tienen a Rufián llamando pija a la señora Borrás. Es y no es lo mismo que hace tres años. Estos dos, por cierto, jamás se fueron.
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