No son pocos los que entre nuestros conciudadanos comparten desde hace tiempo la convicción de que España camina imparablemente hacia el fracaso. Aunque nuestro presente desastre empezó a gestarse de manera perceptible a partir de la llegada de Zapatero a La Moncloa en 2004, sus antecedentes pueden rastrearse hasta mucho atrás, de hecho, ya en los mitificados años de la Transición se introdujeron en nuestra arquitectura constitucional, nuestro entramado institucional, nuestra organización territorial y nuestro sistema electoral peligrosas vías de agua y defectos básicos que a lo largo de cuatro décadas de partitocracia crecientemente invasiva del Estado, de la sociedad civil y de los instrumentos de creación de opinión, han ido erosionando la calidad y la solidez de nuestra democracia hasta convertirla en el esperpento que ahora padecemos.
Son tantas las muestras de esta degradación que hay donde elegir para ponerla en evidencia. Una muy reciente resulta particularmente ilustrativa. La presidenta del Congreso, elegida supuestamente por el pleno de la Cámara para aplicar el reglamento con ecuanimidad, independencia y rigor, recibe órdenes del Ejecutivo para facilitar el acceso a la Comisión de Secretos Oficiales a representantes de grupos cuyo objetivo confesado y exhibido es la liquidación de España como Nación y el dinamitado del orden legal vigente. Semejante fechoría sería impensable en la mayoría de los países del mundo occidental democrático. El mero hecho de que los sucesivos presidentes del Gobierno hayan decidido en sí y por sí quiénes iban a ocupar la primera magistratura tanto del Congreso como del Senado es intrínsecamente contrario a la más elemental separación de poderes. El jefe del Ejecutivo no debería intervenir para nada en estos procesos y tendría que ser el pleno de la respectiva asamblea el que eligiera entre las diferentes candidaturas presentadas la que la mayoría decidiese idónea por su trayectoria política, formación, experiencia y cualidades personales. La triste realidad es que en nuestro país a la cabeza del poder legislativo, supuesto contrapoder del Ejecutivo, se sitúa indefectiblemente a una marioneta movida sin recato desde el Gobierno.
Otro ejemplo sangrante lo encontramos en el nombramiento de una Fiscal General impúdicamente partidista que también actúa según las instrucciones que recibe de La Moncloa, atropellando todos los procedimientos reglados para cubrir vacantes llegando al extremo de ser desautorizada por una sentencia del Tribunal Supremo que ha anulado una de sus más arbitrarias y escandalosas designaciones sin que semejante varapalo haya comportado su cese o su dimisión.
¿Por qué vota un gran número de catalanes contra sus propios intereses a personajes entre siniestros y perturbados que les arrastran a la catástrofe?
Una lacerante contradicción en sus propios términos que proporciona el fundamente de numerosos y continuos abusos e indignidades está en el contradiós de un Gobierno que rige la Nación aliado o sostenido por aquellos que declaran ufanos su intención de borrarla de la faz de la tierra, acabar con la propiedad privada, permitir que los ucranianos sean masacrados, transformar la educación pública en un patio de juegos banales y de cambios prematuros de sexo e imponer un modelo energético que nos condene a la miseria.
Ante tal cúmulo de barbaridades que repugnan a cualquier mente razonable, se considere más a la derecha o más a la izquierda, se abre un interrogante, que es el principal a resolver: ¿Qué hace que tantos catalanes voten a partidos que demostrada y objetivamente están causando un daño apreciable a la economía de su Comunidad, ahuyentan al turismo, limitan considerablemente las oportunidades de sus hijos para prosperar en la vida y rebajan una sociedad en otros tiempos abierta, dinámica, innovadora, creativa y prestigiada internacionalmente a ser un erial de odios cainitas, provincianismo de vía estrecha, violencia desatada, pobreza creciente y aislamiento esterilizante? ¿Por qué vota un gran número de catalanes contra sus propios intereses a personajes entre siniestros y perturbados que les arrastran a la catástrofe? ¿Por qué tantos españoles después del espectáculo bochornoso que viene ofreciendo Sánchez desde que la malhadada y trucada moción de censura le aupó a una púrpura que nunca debiera haber ceñido, siguen demostrando tozudamente en las encuestas que piensan volver a otorgarle su sufragio pese a sus incontables mentiras, alianzas oprobiosas y manifiesta incompetencia? ¿Es que no ven la evolución del desempleo, la inflación y la deuda? ¿Es que no les posee la repugnancia cuando contemplan atónitos como prefiere aprobar el decreto de medidas contra los efectos de la guerra en Ucrania con los herederos de ETA antes que hacerlo con el principal partido de la oposición?
Votos y principios
Mientras el PP no tenga la respuesta a esta atormentadora pregunta y actúe en consecuencia, seguiremos en manos de desaprensivos, ignorantes, golpistas y enemigos del comercio. Para obtenerla, sus dirigentes sólo deben leer la abundante literatura existente sobre los verdaderos motivos por los que los ciudadanos deciden su voto, sobre los oscuros mecanismos por los que la gente configura su visión del mundo, sobre lo que aprecia como correcto y lo que condena por incorrecto y sobre cómo establece sus preferencias en función de lo que cree es mejor para ella en el terreno estrictamente material. Ahora bien, este misterio no se resuelve escudriñando el vientre de las encuestas y adaptando automáticamente la oferta programática al caprichoso vuelo de la opinión o a los cambios imprevisibles de las circunstancias de cada momento. Ni tampoco creyendo que lo que más importa a los votantes es tener la panza llena y que sus gobernantes sean unos eficaces y eficientes gestores. El fenómeno es bastante más complejo y su dominio requiere liderazgo, coraje, capacidad de resistencia, ideas claras, valores morales sólidos, una potente estrategia de comunicación y ejemplaridad a todos los niveles. Y sobre todo tener siempre presente la infalible máxima que reza: ”El que sacrifica principios por votos, se queda al final sin votos y sin principios”.
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