"Antes votaría a Putin que a Ayuso. Prefiero que me manden a Siberia a que me envíen al Valle de los Caídos a cantar el cara al sol". (Oído esta Navidad en la tasca de un barrio madrileño que huele a pies). Manda la tradición que, dado su innegable sectarismo, nadie de la izquierda española se avendría jamás a entregar su papeleta a una formación de centro o de derechas. Asunto ahora muy aireado a la vista de las últimas encuestas que evidencian todo lo contrario. Así, por ejemplo, esta semana El Mundo coincidía con el CIS de septiembre (sí, con el CIS) al aventurar una deserción de 600.000 votos socialistas hacia los dominios del PP. "Un cuento chino", dicen los obnubilados y los descreídos. "Nadie del PSOE votará jamás a un tipo como Feijóo". O sea, "no hay obreros de derechas".
Bueno, lo mismo decían hace dos años en Madrid y la tan detestada Isabel Díaz Ayuso se llevó de calle casi cien mil apoyos que, en puridad, le habrían correspondido al Gabilondo del PSOE. O similar fenómeno conoció Juanma Moreno que atrajo más de 120.000 seguidores que habían militado siempre en la cuadra socialista y les dio por desertar, hartos del rigodón sanchista con los golpistas catalanes. "Lo de Cataluña está amortizado", repiten los 800 asesores de Moncloa y cacarean las cacatúas del progreso para exorcizar cualquier posible amago de fuga de votos rumbo a la derecha en las generales...
No piensan así los procónsules del cesarín socialista, que han fatigado los festejos navideños profiriendo estrafalarias proclamas contra el referéndum, los independentistas, el virolai, Pep Guardiola, los lazis, los niños cantores de la Moreneta y la familia al completo de Oriol Junqueras, el orondo caciquillo que decide ahora el destino de España. Así, Emiliano García Page, virrey de Castilla la Nueva, no se va un día a la cama sin antes haber proferido algunas invectivas contra el separatismo carlista de ERC y sus compadres corsarios del 3 por ciento. Teme el manchego por su sillón, que amenaza riesgo.
Lo que arrojen las urnas la noche de ese 28 de mayo fatídico sentenciará al futuro político de España. El PSOE se lo juega todo, de ahí los nervios. El PP arriesga menos, solo un par de plazas que tiene seguras
Algo similar le ocurre Javier Lambán, quien protagonizó minuto y medio de dignidad al referirse en términos poco elogiosos a su jefe máximo para, de inmediato, plegar velas y arrodillarse en humillante posturita mientras engullía sus atinadas palabras. El presidente aragonés ha permitido que sus vecinos del otro lado de la franja, amparados por La Moncloa, le roben los Juegos de invierno y, para redondear el latrocinio, ahora acaba de tragarse el gran sapo de que la Agencia de Inteligencia Artificial se vaya a La Coruña (alcalde sociata) y no a Teruel. "Ya, pero un socialista maño jamás votará a la derecha", rezongan las comadrejas bermellonas. Bueno, ya la votaron, encarnada en Luisa Fernanda, y no pasó nada. Eran tiempos de dignidad colectiva con un punto de ética ciudadana.
Ahora se adivina un movimiento telúrico en el seno de la familia siniestra. Desapego hacia Sánchez, desmovilización para con sus siglas, asfixia existencial y un viento de cambio que ya se adivina decidido y creciente. Irreversible, como la película de Monica Bellucci. La cita de las elecciones de mayo es algo más que una primera vuelta electoral. Para el actual presidente se trata del asalto decisivo que resolverá el combate. Lo que arrojen las urnas la noche de ese 28 fatídico sentenciará el futuro color del Gobierno de España. El PSOE se lo juega todo, de ahí los nervios. El PP tiene menos que perder. Conservará Madrid y Murcia, sus únicas plazas autonómicas en litigio. Y acaricia enormes posibilidades para arrebatarle al PSOE bastiones inexpugnables, como la Comunidad Valenciana, Extremadura, Rioja y el terruño pagista. También tiemblan ayuntamientos muy relevantes, como Sevilla, Jaén, Valencia, Valladolid y unas decenas más que están escasos milímetros de cambiar de signo.
Supermayo: Verde y con asas
Uff, las encuestas, piensan los estrategas del poder. Con ellas hay que hacer lo que decía Pla de Dostoievski: "No lo lean nunca, nunca, salvo para detestarlo". El problema para el PSOE es que, en ocasiones, aciertan. Alguna apuntó el fin del régimen corsario de los Eres en Andalucía (sus jefecillos van entrando estos días mansamente en prisión) o la victoria del PP en Castilla la Vieja. Los mandamases regionales socialistas se distancian del líder, cada día más trastabillado y faltón, convertido en un espantavotos, y preparan ya una campaña sin su presencia. "Mejor que el guaperas del suave balanceo se quede en Madrid".
El mencionado sondeo apuntaba esta semana que casi un millón de votos socialistas se quedan en casa. La sedición, la malversación, el sí es sí, los violadores libres, la embestida al TC, la okupación del CGPJ, el timo de la bajada del IVA, la subida de la gasolina, la burla permanente, los engaños constantes, la estafa cotidiana son factores que desaniman al más furibundo de los entorchados de la izquierda, salvo a aquellos que piensan que con Putin o con Yolanda Díaz vivirían mejor. El 28 por ciento de los votantes en noviembre de 2019 ahora apenas suman el 24. Eso no da para repetir Frankenstein. "¿Será preciso desenvainar la espada para que nos crean que el pasto es verde?", bramaba Chesterton. Pues lo es. Y con asas.
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