Te despiertas un lunes temprano. Suena el reloj a las seis cuarenta y cinco. No es habitual tal madrugón en mi caso, pero ocurre de vez en cuando porque es uno de esos lunes en los que amaneces en Madrid y ves ponerse el sol en San Sebastián. Un viaje en coche, unas pocas horas, separan una ciudad de otra, un escenario de otro bien distinto. Me desvelo en un país que lleva en portada la victoria abrumadora del Partido Popular en las elecciones municipales y autonómicas. Y me acuesto en un país que, lejos de lo que cabría esperar, no ha dejado de estar en campaña. Es Sánchez y su capacidad -esto hay que reconocérselo- para dar un giro de guión y reaparecer en la película cuando el espectador lo da por muerto.
Porque, ¿qué es, al final, lo que nos inquieta realmente de toda esta batalla política de extremos? Las vacaciones. Así de claro
El caso es que me voy a la cama, el domingo, en una España de izquierdas; me levanto el lunes en una de derechas y ceno ese mismo día escuchando en un informativo que la principal preocupación de los ciudadanos tras el anuncio del adelanto electoral, es cómo “escaquearse” de la mesa, si les toca. Es fascinante la actualidad cuando se lo propone. Porque, ¿qué es, al final, lo que nos inquieta realmente de toda esta batalla política de extremos? Las vacaciones. Así de claro. Y no es de extrañar si tenemos en cuenta la falta de candidatos ilusionantes, de ideas constructivas, de mensajes esperanzadores, de promesas alentadoras, de palabras que calen en una sociedad cansada de hacer sumas y restas para llegar a fin de mes. La falta, en definitiva, de un proyecto que nos movilice, que nos lleve a las urnas empapados de motivación y no para votar por descarte. La falta de un nombre que no suene a viejo y que nos haga volver a creer que algo nuevo es posible.
El próximo 23 de julio está en juego nuestro futuro, sí. Pero, también, nuestro verano. Ése que hemos imaginado una y mil veces desde que se esfumó el último a la velocidad que se consume una cerveza en una tarde tórrida. Porque lo cierto es que nos pasamos el año fantaseando con el descanso que vendrá. Con esa desconexión anhelada y necesaria. Y cuando parece que, por fin, se encuentra cada vez más cerca, que la rozamos con la punta de los dedos… de pronto, surge una fecha -como sale el conejo de una chistera- que trastoca y pone en jaque nuestro asueto.
Es la primera vez que se celebran elecciones generales en pleno éxodo vacacional y en pleno puente hasta en cuatro comunidades. No lo ha puesto nada fácil Sánchez o quizá lo que ha buscado es facilitarse a sí mismo el camino. Su última estocada. Votar o vacacionar, he ahí la cuestión que diría Shakespeare. Hace exactamente un año, a finales de julio, unos cuatro millones de españoles con derecho a voto estaban de vacaciones y los que todavía no disfrutaban de ese privilegio, se refugiaban de las altas temperaturas bajo el aire acondicionado de las oficinas o escondidos en casa, en penumbra, tratando de sobrellevar las horas más duras.
Aquí todos jugamos, al menos, una papeleta, un décimo y no hay excusas, salvo que sean de fuerza mayor. Aunque esto también se está analizando
Quién nos iba a decir que un año después nos encontraríamos sumergidos en un escenario veraniego electoral de lo más farragoso. Lo reconocen los propios dirigentes. Los aspirantes al gobierno. Conscientes de lo complicado de las fechas y del premio al que pujan, llevan toda la semana apelando al voto por correo, el mismo que genera ciertas suspicacias por amaños varios. Hasta la Junta Electoral estudia exigir el DNI para votar a distancia porque es ahora cuando llegan las prisas por cambiar las normas y hasta por aprender inglés (palabras del propio Feijóo). Las prisas por saber si estaremos en las mesas, aunque no se eligen hasta finales de junio. Y esto no es como la lotería. Aquí todos jugamos, al menos, una papeleta, un décimo y no hay excusas, salvo que sean de fuerza mayor. Aunque esto también se está analizando. Dice el ministro de Turismo que no estima que los comicios perjudiquen las reservas hoteleras, sin embargo, por si acaso, las agencias de viajes plantean ya seguros especiales por posibles cancelaciones y los hoteles no dan abasto respondiendo a las llamadas de clientes temerosos de perder sus días de sol y olvido.
El caso es que todo se mueve. El país se mueve ante el 23J. Todo, excepto una política demasiado estancada como para movilizar lo más importante: nuestro voto.
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