Opinión

¿A quién votaría Kelvin Lancaster?

Si aplicásemos las enseñanzas de este economista australiano, quizás concluiríamos que los ciudadanos no votan posiciones ideológicas, sino conjuntos de características. Y no muchas, tres o cuatro a lo sumo

Durante mucho tiempo la Teoría de la Demanda del Consumidor partió de la premisa de que los bienes eran homogéneos –es decir, con características muy similares–, de modo que el factor más relevante en la decisión de compra era el precio. Sin embargo, es evidente que la compra de un tornillo o un kilo de harina no tienen nada que ver con la de un smartphone o un automóvil. En estos casos, el precio es importante, pero puede pesar mucho más la existencia de determinadas características o prestaciones.

En 1966 el economista australiano Kelvin Lancaster publicó un importante artículo, “Un nuevo enfoque de la Teoría del Consumidor”, en el que intentó demostrar que lo que en realidad demandan los individuos no son bienes, sino características de estos. Es decir, uno no compra un automóvil como un todo, sino que compra potencia, seguridad, número de asientos, garantía, prestigio de marca, diseño, etc. Tampoco compra un smartphone, sino un sistema operativo agradable o flexible, diseño, duración de la batería, prestigio de marca, etc. La teoría de Lancaster, a diferencia de la tradicional, permite explicar por qué los consumidores se mantienen fieles a una marca aunque varíe sensiblemente su precio, por qué compran algunas marcas aunque tengan algunos defectos, o qué ocurre cuando se introducen nuevas marcas en el mercado.

Quizás el mercado político funcione de forma parecida. En las elecciones generales que se celebrarán este domingo los votantes se enfrentan a largos y complejos programas electorales, que rara vez se leen. Muchos piensan que el proceso de decisión del voto consiste en posicionarse ideológicamente en una escala y elegir al partido que más se aproxime a tu ubicación (de izquierda a derecha: Podemos, PSOE, Ciudadanos, PP y Vox), pero si aplicásemos las enseñanzas de Lancaster quizás concluiríamos que lo que en realidad votan los ciudadanos no son posiciones ideológicas, sino conjuntos de características. Y no muchas, tres o cuatro a lo sumo.

Muchos tienden a votar en contra de algo o de alguien. Estos últimos meses de gobierno del PSOE y la aparición de Vox han acentuado esta característica

La primera de ellas tendría que ver con la ideología, pero quizás expresada de forma negativa: “Evitar que gobierne la derecha” o “Evitar que gobierne la izquierda” son seguramente características más potentes que sus equivalentes en positivo, porque mucha gente tiende a votar, sobre todo, en contra de algo o de alguien. Las distintas percepciones sobre estos últimos meses de gobierno del PSOE y la aparición de Vox han acentuado mucho esta característica.

Una segunda característica fundamental para las próximas elecciones –condicionada por la historia reciente– podría ser la “Firmeza frente al independentismo”. Esta característica es más transversal, porque, aunque en general los votantes de izquierda presentan una actitud menos combativa que los de derecha, muchos votantes de izquierda rechazan de forma clara el independentismo, e incluso cualquier expresión de nacionalismo.

Una tercera característica estaría vinculada a la “Regeneración política y lucha contra la corrupción”, aunque quizás haya perdido fuerza respecto a anteriores elecciones. Uno tiende a pensar que la regeneración debería implicar necesariamente reforma e independencia institucional, separación de poderes y transparencia, pero quizás el votante medio sea más conformista y la identifique con la idea de nuevos partidos frente a viejos partidos o simplemente a caras nuevas frente a los rostros de siempre. No hay que descartar que la demanda de la característica “Regeneración” haya sido cubierta para algunos votantes de izquierda con la moción de censura ganada por Sánchez y para algunos votantes de derecha con la sustitución del equipo de Rajoy por el de Casado.

La teoría de la demanda de características resulta más eficiente que otros modelos de diferenciación aplicados al posicionamiento ideológico (como los modelos de Hotelling-Downs) a la hora de explicar flujos de votos que no tienen mucho sentido desde el punto de vista de la ideología, como desde Ciudadanos a Vox (si la clave estuviese en el posicionamiento, los votos oscilarían siempre entre partidos contiguos en el espectro político, y estos no lo son). Quizás la clave está en que Ciudadanos forjó gran parte de su éxito en la “Regeneración política y lucha contra la corrupción” y la “Firmeza frente al independentismo”, hasta que la aparición de Vox introdujo una fuerte competencia en esas dos características específicas (al ser un partido nuevo y particularmente beligerante con el independentismo). Probablemente por eso Ciudadanos, para no perder votos, se posicionó de forma más acusada en características adicionales como “Evitar que gobierne la izquierda”, sacrificando su imagen inicial de partido-bisagra de centro.

¿Dónde está Europa?

Por otro lado, desde el PSOE se plantea un problema similar. Aunque algunas voces han sugerido una preferencia a gobernar con Ciudadanos en vez de tener que recabar el apoyo de los independentistas, pronto otras voces corrigieron esa postura. El motivo es claro: aunque la percepción de una mayor “Firmeza frente al independentismo” le haría ganar votos en un centroizquierda con un claro sentido nacional, la competencia con Podemos en la característica “Evitar que gobierne la derecha” hace arriesgado en términos electorales plantear un posible pacto postelectoral con Ciudadanos, porque podría trasladar parte del voto de izquierda hacia Podemos.

En cualquier caso, que “Evitar que gobierne la [izquierda/derecha]”, “Firmeza frente al independentismo” y “Regeneración política y lucha contra la corrupción” sean probablemente tres características clave de estas elecciones no quiere decir que no existan otras características importantes, sino que –a veces, desgraciadamente– están ocupando un lugar secundario en el debate. En Economía, por ejemplo, existen notables divergencias entre partidos, con apuestas por subidas de impuestos (Podemos y PSOE) o por bajadas (Ciudadanos, PP y Vox), algunas más moderadas y otras más radicales y dudosamente sostenibles (en ambos sentidos). Llama la atención, sin embargo, la unanimidad a la hora de actualizar las pensiones con el IPC sin tener en cuenta factores de sostenibilidad. Particularmente triste es la escasez de referencias al ámbito europeo y sus desafíos, y son llamativos el rechazo de Podemos a los acuerdos de libre comercio de última generación, o la “suspensión” del espacio Schengen y el acercamiento al grupo de Visegrado por parte de Vox.

Que la teoría de la demanda de características pueda explicarnos cómo votamos no implica que las decisiones sean óptimas, ni siquiera para nuestros propios intereses

Por otro lado, Lancaster también predijo que el sesgo de las preferencias de los consumidores (votantes) favorece la toma de decisiones condicionada por unos pocos elementos o características, con independencia de todos los demás. Opciones como el voto nacionalista (centrado en los intereses de la respectiva comunidad) siempre han ido en este sentido, al igual que el voto al PACMA, concentrado en los derechos de los animales. Por otro lado, la polarización del debate político en los últimos años y el fomento de posiciones maximalistas han podido contribuir a la potenciación de un voto radicalizado en aspectos muy concretos. Así, por ejemplo, el rechazo frontal –unido a acusaciones de intolerancia– a cualquier debate matizado sobre inmigración ilegal ha favorecido que problemas en principio menores y localizados adquieran gran relevancia política y se transformen en características determinantes para un cierto grupo de votantes. Una prueba más de que impedir los matices termina por radicalizar el debate.

Quizás algunos de estos votos vinculados a opciones específicas –en ocasiones despreciando aspectos complementarios que, considerados individualmente, nos parecerían inadmisibles– se emiten con la conciencia de que algunos partidos no van a liderar gobiernos, intentando, simplemente, que algunas ideas alcancen entidad suficiente. Pero eso es también una opción arriesgada. Que la teoría de la demanda de características pueda explicarnos cómo votamos no implica que las decisiones sean óptimas, ni siquiera para nuestros propios intereses. Fijarnos en algunas de las características de los programas electorales y minimizar los efectos de otras medidas o actitudes –o pactos– puede ser una decisión de efectos imprevistos.

De hecho, la aportación de Kelvin Lancaster a la Teoría Económica no se limitó a la teoría del consumidor, sino también –junto con Richard Lipsey– al desarrollo de uno de los conceptos más importantes de la Economía, la Teoría del Segundo Óptimo (second best). Esta teoría demuestra que, cuando una situación óptima requiere el cumplimiento de determinadas condiciones, el incumplimiento de una sola de ellas no constituye necesariamente la segunda mejor opción. Dicho de otra forma, es muy difícil comparar entre opciones imperfectas. Sin duda Kelvin Lancaster lo tendría difícil a la hora de votar este domingo.

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