Opinión

Vox, fuera de cacho

Vox atraviesa en la campaña del 28-M la crisis de cualquier gran figura del toreo, que después de varias temporadas de éxito se encuentra fuera del lugar con el toro y sobrepasado por el empuje de otras figuras

Vox ha perdido brillo. El olonazo en Andalucía no fue un tunante puntual de Morante, sino el síntoma de algo más grave. El partido de Santiago Abascal está fuera de cacho en esta campaña para las elecciones del 28 de mayo. Sus mensajes no encuentran el eco de otras veces, sus candidatos municipales y autonómicos -muchos impuestos a la carrera en el último minuto- son desconocidos en sus territorios y el empuje de la marca, que existe, puede no ser suficiente para evitar una peligrosa caída en la irrelevancia con las generales a la vuelta de la esquina.

Vox atraviesa la crisis de las grandes figuras del toreo, que después de varias temporadas de éxito se ven incapaces de pisar los terrenos de la eternidad cuando se enfrentan al toro. Esa sensación de que siempre pasaba algo cuando Vox saltaba al ruedo se ha perdido por completo. Y ya no son los únicos que cuelgan el cartel de no hay billetes en una plaza. El reventón de Feijóo en Valencia es el ejemplo.

El miedo, los compromisos adquiridos, las obligaciones de defender un espacio de minoría mayoritaria, los pactos, García Gallardo, Olona, el empuje de Feijóo, el olvido de Sánchez. Seguro que en Bambú hacen lecturas de todo tipo sobre lo que está pasando. Y luego están los errores propios, que se van acumulando sin que nadie barra la casa. Vox ha copiado al peor Ciudadanos en municipales y autonómicas, cambiando candidatos sin explicación aparente en algunos casos. Está demostrado que la continuidad, la cercanía y el conocimiento es un valor que pesa en la urna local.

Vox, con techo pero sin suelo

Tiene a favor Abascal que su liderazgo todavía resiste y que algunas de sus ideas sintonizan con lo que piensan buena parte de los españoles, que cogerán la papeleta de Vox sin importar el candidato de su autonomía o ciudad. La cuestión es si esos concejales, si esos escaños serán determinantes.

Vox es un partido con techo pero sin suelo, porque la coyuntura que lo ha elevado a tercera fuerza política en España es demasiado líquida y tendente a desvanecerse en contextos de normalidad. No hay frescura en la campaña, todo es repetitivo y nadie aporta una idea nueva que sorprenda. Ver al mozo de espadas Ortega Smith regañando manteros, a la parroquia tuitera enredada en que si Federico charla con Bolaños en un andén, escuchar chorradas recurrentes como cerrar televisiones autonómicas y cambiar el calendario de festivos o inflar una refriega de tres al cuarto en Marinaleda es más ridículo que rompedor. A Vox le ha pasado que sus tres o cuatro banderas están medio cubiertas en el discurso del PP. Y como no tiene otras ni es un partido de mayorías, se enfrenta al riesgo de volver a las sombras de las que salió como un cohete hace cinco años. Andalucía como alfa y omega.

A Sánchez ya no le renta presentar a Vox como el más peligroso encierro de Miuras. Primero, porque no moviliza a su gente. Segundo, porque tiene Victorinos todas las tardes con el PP. Feijóo ha encontrado en Ayuso la fórmula ideal para unir bajo sus siglas a un electorado que estaba fragmentado. Lo hemos visto en el episodio de las listas Bildu. El PP se ha sacudido el temor a pedir el apoyo de los españoles para gobernar en solitario. No era así hace poco tiempo. Pero la política viaja a la velocidad de la luz. Y, en este caso, si no te mueves te quedas fuera de la foto.

La urgencia de echar a Sánchez

Vox es previsible. Nadie que vote a este partido concibe otra cosa que no sea apoyar a un gobierno del PP llegado el momento. Y en esa apuesta está también el riesgo que afronta la formación de Abascal en este ciclo electoral. Con el PSOE en sus horas más bajas por la indolencia de Sánchez, la utilidad -ese concepto- favorece al PP.

La urgencia de castigar al presidente es tan grande que advertir al electorado de que el PP es algo así como una socialdemocracia hacendado no funciona. Otra cosa es cuando estén en La Moncloa y Feijóo se enfrente a la fuerza de los hechos. Pero, por ahora, no se puede luchar contra una expectativa de cambio.

La gente que quiere echar a Sánchez -mayoría según las encuestas menos el CIS- quiere arrasar. Quiere las dos orejas y el rabo de Morante en Sevilla. Y no piensa en otra cosa. Nadie se acuerda de los toreros que acompañaban al genio de La Puebla del Río en La Maestranza. Le pasó a Rivera, que tenía naturales de sobra en su muleta para evitarlo, y le puede pasar a Abascal, que su faena está cegada por la izquierda.

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