Habrá grandes sorpresas en las urnas el 5 de abril, anuncia Santiago Abascal. Como en Andalucía, que le auguraban cero escaños y consiguió doce. Cierto que en las generales noviembre le vaticinaban 70 y colectó 52. Los sondeos yerran en general y con los partidos nuevos, en particular. Con Ciudadanos siempre fue así. Pocos aciertos en las quinielas.
Vox es la única fuerza de la 'nueva política' que mantiene su línea de crecimiento. En cuatro años ha pasado de 50.000 votos a 3,6 millones. Podemos ha perdido la mitad de sus escaños pero se ha agenciado cinco carteras en el Gobierno. Cs bracea a la desesperada para sobrevivir. La prueba de las elecciones gallegas y vascas apenas inquieta al partido de Abascal, que se las toma como metas volantes antes de coronar el Tourmalet. Le sirven para mantener engrasada la maquinaria y movilizado al personal. Ni siquiera han presentado candidato a las respectivas presidencias regionales. Quizás consigan un escaño en Álava. O en Galicia, donde puede producirse un episodio de justicia poética. Que Feijóo se vea obligado a suplicarle a Vox un escaño para poder gobernar. Ese escenario, a Pablo Casado no le vendría nada mal.
Ha estado Abascal estos días por Washington, en una jamboree planetaria de formaciones conservadoras. Donald Trump oficiaba de sumo sacerdote de una feligresía en alza, como Boris Johnson, Bolsonaro, Orban... El presidente estadounidense es el guía espiritual y la inspiración de Vox, que le ha imitado estrategia, campañas, eslóganes, manejo en redes... Sólo le falta a Vox el golpe supremo. La victoria en unas generales, algo impensable hace tan sólo unos meses. En ello están. Pedro Sánchez colabora en el empeño. Actúa con Vox como en su día lo hizo Mariano Rajoy con Podemos. El Gobierno socialista se llena la boca de 'ultraderecha' mientras se alía con comunistas y separatistas. El partido de Abascal aprovecha la vileza y recoge las frutas de la ira.
Los miles de fanáticos supremacistas que se congregaron este sábado en Perpiñán en torno al orate Puigdemont alentaron votos hacia Vox, no hacia el PP, que perdió esa batalla en tiempos de Rajoy
Para desgracia de Pablo Casado el PP queda fuera de este juego. Los 60.000 fanáticos supremacistas que se congregaron el sábado en Perpiñán en torno al orate Puigdemont se convirtieron en agentes electorales de Vox. El partido de Abascal nació precisamente como reacción a la desidia de Rajoy ante la embestida secesionista. Casado intentó tapar esa vía de agua, recuperar esa bandera. Cayetana Álvarez de Toledo lo intenta, con inteligencia y tesón. Y con no demasiado éxito. El fuego amigo le ha puesto la proa.
Mientras Casado se empecina en dar con el camino de la reunificación de la derecha, con un paso tímido junto a Cs en el País Vasco, Vox tiene expedito el suyo. La pugna por el liderazgo de la derecha es una batalla cruel. "El PP, el único partido con los dos pies en la Constitución", dice Casado. "Tuvisteis 186 votos y no fuisteis capaces de acabar con la izquierda", responde Abascal. Nada quiere saber de coaliciones ni de 'España suma'. Va por libre, a su aire. Vox sólo patina en algunos episodios en Madrid, donde Díaz Ayuso les tomado la medida. Arañar más votos al PP quizás sea un empeño baldío. En ese nicho ya se ha cobrado la mayoría de las piezas en disputa. Apañará algo del sobrante de Cs. "Es público muy ajeno a nuestras filas", confiesan.
Ahora se trata de impulsar algo parecido a una 'operación Le Pen', esto es, atraer a esa izquierda cabreada por los pactos de Sánchez con los golpistas, por su 'postureo progre' en inmigración, feminismo radical, agricultores olvidados, impuestos crecientes, Venezuela doliente... Clase trabajadora, esforzada en mil sacrificios, sin carantoñas ni subvenciones desde el poder, que abomina del marquesado de Galapagar, de los ministros sin funciones, de los cuñados en nómina, de los jetas en auto oficial...Una izquierda aún socialista, molesta e inquieta con un gobierno en avanzado estado de podemización. "Ahí hay tajo, ahí hay gente y empiezan a tener Vox en la cabeza", comentan optimistas.
El partido de Abascal es algo más que el espantajo que se agita en los mítines y se saca a pasear cuando el PP da muestras de recuperación. Es el descomunal recipiente de ese sentimiento de postración y rabia que se percibe ya entre cuantos se sienten despreciados por el Gobierno mientras se mima, se alimenta y se premia a los predicadores el odio y la escisión. Casado no lo tiene fácil, porque su partido no dio la respuesta esperada al desafío de la rebelión. En las próximas elecciones generales se verá quien mantiene el pulso. Sánchez tampoco debería confiarse demasiado, ni seguir bailando alegremente con Junqueras. Es una danza arriesgada y macabra, (un, dos, tres, un dos, tres, el tripartido otra vez) que Puigdemont, enfebrecido en sus sueños balcánicos, puede convertir, de un manotazo, en una danza fúnebre.
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