"Nada hay tan tonto como un obrero de derechas", se decía en los tiempos de la Transición. Había pocos, ciertamente. Por entonces la gente de mono, casco y andamio votaba a las izquierdas, que les prometían el paraíso. Todos los días un Novecento. 'A la derecha se le juzga por los resultados y a la izquierda por las intenciones', decía Raimond Aron. Las promesas mueven montañas...de votos. Y de ingenuos. Ahora han cambiado de dirección.
En Francia la clase obrera se hartó de la hoz y el martillo y se mudó al territorio de Le Pen. Un fenónemo que se pensaba efímero y ahí sigue. Todo comenzó en 1995, cuando Jean-Mari, el fundador de la saga, consiguió 4,5 millones de votos. Tumbó luego al socialista Jospin, un mequetrefe con ínfulas, y llegó a la final contra Chirac. El fenómeno sigue vivo, encarnado en su hija Marine, que acaricia el Elíseo. No se detectan signos externos de agotamiento. Los rivales pasan, Chirac, Sarkozy, Hollande, Macron y los Lepen permanecen. La ultraderecha cerril y persistente.
Están locos estos franceses, los currantes huyen de las siglas progres y de la gauche divine. Abandonaron hace años a la izquierda y a sus sindicatos y se lanzaron tras las banderas de Le Pen
Será que en Francia el proletario es bobo. Más del 45 por ciento de los votos del Frente Nacional de Le Pen procede de la clase obrera, en tanto que el 32 por ciento viene de empleados de nivel bajo. Están locos estos franceses, los currantes huyen de las siglas progres y de la gauche divine. Abandonaron hace años a la izquierda y a sus sindicatos y se lanzaron tras las banderas de Le Pen. Señores enarcas, atentos que el populismo llama a su puerta. Para tumbarla. Macron frenó la embestida con una apuesta ajena a los partidos tradicionales. Un movimiento 'atrapavotos', una apuesta trasversal, un hermosos anzuelo para electores fatigados. Le funcionó. Pero Le Pen continúa. Y con él, esa marea iracunda de los chalecos amarillos que desfoga su cabreo con los escaparates de Dios en los Campos Elíseos.
También hay votantes de izquierdas en Vox. Se vio en las andaluzas, mucho apoyo en localidades de obreros y peones. En las últimas generales, Abascal se impuso en más de 300 municipios con poca renta y mucho paro. No quiere decir que la clase obrera se haya apuntado masivamente a Vox, pero algo se mueve. Vox es algo más que los congregantes de Núñez de Balboa o que los feligreses de Monasterio. Ahora que los sondeos le auguran un frenazo, Abascal mueve ficha y anuncia la creación de un sindicato. Solidaridad, se llamará, homenaje al pueblo polaco. Será el primer sindicato anticomunista de nuestra democracia.
Desempleados con más ganas de trabajar que de recibir la paguita, jóvenes olvidados, autónomos despreciados, veteranos humillados...estas serán sus bases, esa será su gente
La criatura verá la luz en septiembre, en pleno estropicio de la pandemia y con los primeros zarpazos devastadores de la crisis. Un sindicato, dicen en Vox, sufragado por sus afiliados, al estilo alemán. Está, naturalmente, en las antípodas de UGT y CC.OO., organizaciones 'ideológicas, inútiles, corruptas y decadentes', dicen en Vox. Pepe Álvarez, líder de pitiminí de la UGT, se preocupa más por colocarse el fular y reclamar el indulto para Dolors Bassa, una de las golpistas catalans, que por defender a los obreros de Nissan. "Los sindicalistas españoles son la casta, liberados del curro y abonados al sueldazo y el centollo", dicen en Vox.
Humillados y despreciados
Apenas el 14% de los asalariados españoles están afiliados a un sindicato. Solidaridad nace con la pretensión de atender esa masa laboral despreciada por los 'sindicatos de clase'. Sus enemigos están ahí, y son crecientes: la desindustrialización, la inmigración ilegal, los chiringuitos, el clientelismo ideológico, el cuñadismo social, la deslocalización, los convenios contranatura, el enchufismo... Desempleados con más ganas de trabajar que de recibir la paguita, jóvenes olvidados, autónomos maltratados, veteranos humillados...estas serán sus futuras bases, esa será su gente. O al menos eso pretenden.
No son buenos tiempos para la 'nueva política' según los expertos de la demoscopia. Ciudadanos y Podemos retroceden y el bipartidismo recupera parte del fuelle perdido. Quizás por eso Vox, al que tantos están a punto de enterrar, amplia su desafío, ensancha su ámbito de acción para llegar a esa generación no ya sin futuro, sino 'sin presente' que en Francia huyó del atroz sindicalismo tradicional y que en España ya empieza a bramar contra las organizaciones gremiales de la hoz y el martillo. Un sindicato de derechas. Suena tan extraño y exótico como 'equitación protestante'. Una arriesgada aventura, una iniciativa contracorriente que puede derivar en un cimbronazo social o en un estrepitoso fracaso. Que Walesa les acompañe.
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